Hoy me cuestiono: ¿A qué tipo conversión me llama el Adviento? ¡La conversión de decidir seguir a Cristo! ¡Un decisión que no es sencilla! Hay un segundo tipo de conversión que me invita a ir más allá de mi anhelo de seguir a Jesús: preferirlo sobre todas las cosas. ¡Y aquí todo se convierte en más complejo y complicado!
Entonces observo a san Juan Bautista: podría haber tenido una vida bien regulada. Su padre, Sumo Sacerdote en el Templo de Jerusalén, era un hombre influyente y respetado y su madre pertenecía al linaje de Aarón. Ambos, según el Evangelio, eran justos ante Dios. Con esta posición social acomodada, el Bautista tenía ante si un futuro prometedor pero escogió, en la pobreza del desierto y la oración, darlo todo a Dios de manera radical para convertirse en su profeta. ¿Me siente llamado a dar todo a Dios, en mi vida laical, para convertirme en un profeta de este tiempo?
Observo también a la Virgen. María gozaba también de una acomodada situación personal. Una vida tranquila. Un proyecto de boda con san José. Una vida bien regulada. Una familia estable. Pero ella prefirió a Dios antes que cualquier otra cosa.
La cuestión que se plantea en el Adviento es sencilla: ¿prefiero a Jesús a todo lo demás? Para responder a esta pregunta, basta con tomar alguno de los elementos que rodean mi vida: el trabajo, mis diversiones, la televisión, Internet, mi partido semanal de tenis, mi salida a un restaurante, mi lectura…. Y hacerme pregunta crucial: «Si Jesús me pidiera que abandone alguno de estos asuntos, ¿le diré que sí?». Con frecuencia juzgamos nuestra existencia en lo grande y nuestro corazón, henchido de orgullo, dice de nosotros mismos: «En realidad no soy tan mala persona. En definitiva, ni robo, ni mato, ni miento, me esfuerzo; peco, claro, pero mis pecado son veniales y sin importancia». Nos creemos buenos —santos, incluso— pero no nos planteamos una auténtica conversión.
Pero, ¿prefiero a Jesús por encima de todo lo demás? ¿Lo que hago, lo hago por amor? ¿Amo lo suficiente a Dios y a mi prójimo? Esta es una de las claves de la conversión a la que me invita al Adviento: preferir a Jesús a todo lo demás; amar a Jesús más que a todos los demás para que, a través de este amor, darse a los demás.
¡Jesús mío, es dulce tenerte en mi corazón! ¡Aspiro, buen Jesús, a tu amor, a tu misericordia, a tu perdón! ¡Antes, Señor, te pido transformes mi corazón de piedra y lo purifiques para poder recibirte en Navidad! ¡Haz, Señor, que este tiempo de Adviento sea para mi un tiempo de espera, de esperanza, de conversión, de atenciones, de meditación, de oración! ¿Que sea, Señor, un tiempo de confianza, de fidelidad y de deseo de Dios! ¡Que se haga en mi según tu voluntad, Señor! ¡Deseo, Señor, convertirme en tu imagen! ¡Ayúdame a escuchar tu Palabra, a vivir los sacramentos, a preocuparme por los demás, a tener atención por los más necesitados, a abrirme a una vida nueva, a ser más generoso, a estar vigilante por si llamas a mi puerta! ¡Ayúdame a entrar en el Adviento para que vivas en mi corazón ¡Condúceme a la expectativa de la alegría, de la esperanza, del compromiso para transformar mi vida y mi historia, la pequeña historia de mi mundo cotidiano, para encarnar en los desafíos de la vida cotidiana, la caridad que Dios nos mostró en en Ti, Señor Jesús ¡Ayúdame a ponerme de pie y levantar la cabeza porque sé que mi liberación está cerca! ¡Hazme comprender que la liberación es de Dios, es su palabra pronunciada en el silencio y la oscuridad de la opresión y el mal, una palabra de esperanza y alegría por la cual puedo mantener intacta la confianza en el significado último de mi historia! ¡Ayúdame a ir con la cabeza erguida, listo para escrutar de Dios las llamadas realizadas a través de la conciencia, de las personas con las que vivo y de los eventos que me suceden! ¡Hazme, Señor, preferirte a Ti antes que a todos!
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