A LOS ARREPENTIDOS DIOS LOS SALVA
Por Gabriel González del Estal
1.- Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere. Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida. Tanto el profeta Ezequiel, en la primera lectura, como el mismo Jesús, en el evangelio de este domingo, dicen desde distintos puntos de vista, la misma idea: Dios no condena a nadie caprichosamente, es cada persona, libre e individualmente, la que se convierte al Señor y se deja salvar por él. El profeta Ezequiel habla, como no podía ser de otra manera, con palabras e ideas propias de su tiempo: el que muere, muere por los pecados morales que él comete libre e individualmente; el que se salva, se salva por haber practicado el derecho y la justicia. Dios no salva, ni condena caprichosamente a nadie. También nosotros debemos ser conscientes de nuestra responsabilidad personal en la salvación o condenación; somos nosotros mismos los que, con nuestro comportamiento, decidimos dejarnos salvar o no por el Señor. No echemos la culpa a Dios de nuestros males o sufrimientos, tanto físicos como morales, cada uno de nosotros es responsable de su propia vida. Dios quiere que todos nos salvemos, sólo si nosotros, con nuestro comportamiento, no aceptamos la voluntad de Dios, Dios no podrá salvarnos contra nuestra propia voluntad. Si no hemos practicado la justicia y el derecho, convirtámonos al Señor, con la seguridad de que él nos salvará. A la persona arrepentida Dios nunca lo abandona. La misericordia del Señor es eterna, como nos dice el salmo 24.
2.- Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan delantera en el camino del Reino de Dios. Jesús habla a los sacerdotes y ancianos del pueblo, es decir, a las autoridades del pueblo judío. Les compara al hijo al que su padre mandó ir a trabajar en la viña, el hijo dijo que sí iría, pero después no fue. Ellos, los sacerdotes y ancianos del pueblo, creyeron en un principio en la Ley de Moisés y la cumplieron, pero cuando vino Juan el Bautista y les enseñó el camino de la verdadera justicia no creyeron en él. Por eso, les dice Jesús, los publicanos y las prostitutas os llevarán la delantera en el Reino de Dios, porque estos sí creyeron a Juan y abandonaron su mala vida, y se convirtieron. El hijo bueno fue el segundo que, aunque primero dijo que no iría a trabajar en la viña, después sí fue, como hicieron los publicanos y las prostitutas. No son, pues, las buenas palabras las que nos salvan, los hechos que hacemos conforme a la justicia y al derecho son los que nos salvan. En definitiva, nosotros, los cristianos, si nos convertimos de nuestras malas acciones y seguimos a Jesús Dios nos salva. Nuestra condición pecadora nos inclina al pecado y, más de una vez, caemos en él, pero si nos arrepentimos del pecado y nos volvemos al Señor, el Señor nos salva. Demos gracias al Señor por su infinita misericordia para con nosotros, convirtámonos de nuestros pecados y vivamos seguros de que el Señor nos salvará.
3.- Tened entre vosotros los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús. Estos consejos que da el apóstol Pablo a los primeros cristianos de Filipos necesitan poco comentario. El apóstol les recomienda la práctica de las virtudes cristianas: el amor mutuo, la humildad, la generosidad, es decir, la imitación de Cristo, en pensamientos, palabras y obras. Jesús, a pesar de su condición divina se despojó de su rango y vivió “como uno de tantos”, por eso Dios “lo levantó sobre todo y le concedió el nombre sobre todo nombre”. Apliquémonos a nosotros los consejos que Pablo da a los filipenses, sigamos a el Cristo manso y humilde de corazón. El amor cristiano y la humildad cristiana son las virtudes que más nos acercan a Jesús, por eso, como nos dice el mismo texto, “no nos encerremos en nuestros propios intereses y busquemos todos el interés de los demás”.
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