Juan Luis Lorda
Fuente: Revista Palabra.
SERVICIO CATOLICO.
La universidad nació con la teología. En bastantes lugares salió o fue expulsada de la universidad durante el siglo XIX. Y modernamente se le niega un espacio entre los saberes por exigencias del método científico
Benedicto XVI argumentó que es necesario ampliar la razón moderna. Ahí tiene un lugar la teología. Pero no como un reducto donde pueda sobrevivir como en una reserva india. Si ocupa bien su sitio y dialoga, puede ayudar a que la mente moderna tenga un contacto más pleno con la realidad.
Hay que ocupar el propio espacio
Porque la realidad natural y la realidad humana no se reducen a las abstracciones que las ciencias positivas o las ciencias humanas pueden lograr, por más valiosas que sean. Como dice hermosamente el profesor Keating (Robin Williams) en la genial película de Peter Weir, El club de los poetas muertos, “no leemos y escribimos poesía porque es bonita. Leemos y escribimos poesía porque pertenecemos a la raza humana y la raza humana está llena de pasión. La medicina, el derecho, el comercio y la ingeniería son empeños nobles y necesarios para facilitar la vida humana. Pero la poesía, la belleza, el romanticismo, el amor son las cosas que nos mantienen vivos”. ¿Cómo no va a ocupar su sitio entre los saberes la pregunta por el sentido de la realidad y de cada uno?
En su Idea de la universidad, el cardenal Newman afirma que si la teología no ocupa su puesto, otras ciencias se saldrán del suyo e invadirán ese espacio con unas pretensiones de sabiduría total que no pueden satisfacer ni tampoco justificar. ¿Puede ocupar el lugar de la sabiduría (y de la poesía) un materialismo que todo lo reduce a física, o un evolucionismo radical que quiere comprender todo lo humano como “ventaja adaptativa” surgida por azar?
Un punto de partida
Coincidiendo con el cincuentenario de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, se celebró un simposio sobre Teología y Universidad, del 4 al 5 de octubre. Al menos en cinco ponencias emergió la cuestión de ampliar la razón moderna: las de Cyrille Michon, Alister McGrath, John Milbank, César Izquierdo y Giulio Maspero.
Con una perspectiva francesa, Cyrille Michon, profesor de Filosofía Medieval en Nantes, contó que crece la conciencia de que es necesario conocer las fuentes inspiradoras de nuestra cultura para entender sus expresiones: ¿se podrá entender a Pascal, a Racine o la pintura de Rafael, sin saber nada del cristianismo? Además, recogía el dictamen de Benedicto XVI: la progresión histórica de la secularización, después de la crisis de las ideologías, ha conducido los saberes hacia un positivismo utilitarista, una fragmentación y un escepticismo que afectan a la naturaleza misma de la universidad.
“Racionalidad ampliada” de Benedicto XVI
Benedicto XVI reclamaba una “racionalidad ampliada”, que Michon resumía en tres aspectos. Primero, la ampliación “de la ciencia a la sabiduría”: la misma idea de universidad reclama la presencia “universal” de todos los saberes, incluida la teología. Los contenidos metafísicos y morales de las religiones del mundo forman parte del acervo del pensamiento inspirador de la humanidad.
El segundo es la ampliación de la razón a la fe. El cristianismo, sin dejar de ser una religión, se situó también en el terreno de la “teología natural” de los filósofos griegos. Porque, a diferencia de la religión grecorromana, el Dios cristiano (creador) era necesario para entender la naturaleza (su primer principio). Pero al entrar en el terreno de la razón se obligaba a justificarse racionalmente, al mismo tiempo que reconocía el valor del saber humano y su legítima autonomía, e influía en él.
El tercero es la ampliación de la comprensión intelectual a la acción ética, e incluso al amor fraterno. La universidad no puede limitarse a la búsqueda y transmisión de conocimientos, prescindiendo de todos los aspectos que componen el desarrollo de una persona. De hecho el profesor Michon notaba una “inquietud ética” universitaria, por el ejercicio de la justicia e incluso de la caridad.
McGrath y una “teoría científica inclusiva”
La ponencia del profesor de Oxford Alister McGrath estuvo dedicada al tema de una teoría científica inclusiva. Comenzó testimoniando cómo el haber llegado a creer en Dios le había dado “una nueva forma de contemplar contemplar el universo que partía de la capacidad de asombro y terminaba en un conocimiento y una comprensión de la realidad más profundos”.
La realidad es compleja, por lo que es preciso acceder a ella con diferentes perspectivas. No hay un sentido único. Se hacía eco del papel que juegan en eso los “imaginarios sociales” como fuente de sentido, para situarse el mundo (Castoriadis, Taylor). Y, en concreto, el importante papel unificador que ha jugado el cristianismo.
Advertía que “en los últimos veinte años, ha surgido un consenso cada vez más amplio en que los conceptos de racionalidad humana son específicos de cada campo”. Dejando planteada la cuestión de cómo se pueden relacionar y sumar los conocimientos.
En el ámbito científico, se emplea la noción de “niveles de explicación”. La realidad se presenta de hecho estratificada, y cada nivel de realidad reclama una forma de relacionarse con ella (Roy Bhaskar): no entendemos de la misma manera ni con el mismo vocabulario los átomos, los animales o los procesos económicos. La naturaleza del objeto determina cómo se hace cada ciencia: “la ontología determina la epistemología”. Pero en los reduccionismos (cuando se intenta reducir un nivel a otro), sucede lo contrario: es la epistemología la que determina la ontología. Dictamina qué es lo real y reduce la realidad a su alcance.
En ese contexto, “el cristianismo tiene tres formas de enriquecer una narrativa científica”. En primer lugar, proporciona seguridad en la coherencia de la realidad, frente a la percepción hoy extendida de un “mundo fragmentado” (Nancy Cartwrigt). En segundo lugar, “ofrece respuestas a las cuestiones que la ciencia no puede responder, lo que Karl Popper denominó ‘cuestiones últimas’, como el sentido de la vida y el lugar que nos corresponde en el gran orden de lo que existe”. Proporciona “un marco de sentido, tanto imaginativo como cognitivo, que a la vez que ayuda a comprender con más firmeza los contornos de la realidad, inspira el deseo de buscar lo bueno y lo bello”. Y en tercer lugar, “posee la capacidad de enriquecer la narrativa científica, impidiendo que caiga en una tecnocracia, en un ‘tedioso catálogo de cosas sin importancia’ (John Keats)”.
Milbank y el “cuestionamiento último”
La ponencia de John Milbank, famoso inspirador anglicano de la “teología radical” y emérito de la universidad de Nottingham, trataba de la relación entre la universidad y la teología. En la historia de esa relación se ve que “lo más decisivo en la cuestión del saber ‘universal’ fue la búsqueda de la filosofía. Si por esto nos referimos a la metafísica y la filosofía natural”. Pero ese empeño filosófico se desarrolló en el ámbito de la teología y no de otras facultades.
Explicó que “la teología ha sido históricamente tanto la autora como la defensora de los rasgos que afirmamos estimar de la universidad: su universalidad, su interdisciplinariedad y su relativa libertad de toda forma de control estatal”. La propuesta de la teología “puede parecer la más escandalosa y la más dudosamente fundada, pero precisamente esa propuesta es la que mantiene viva la pretensión de una comprensión universal y verdadera de un cuerpo de conocimiento unificado”.
Es más, “en ausencia de la teología el interés en la teoría y en la verdad por sí misma tenderá a desaparecer a favor de la búsqueda del mero proceso”. Esto se aprecia por ejemplo, en que “en la medida en que las artes siguen siendo estudiadas hoy en día, son tratadas cada vez más como una rama de la industria del ocio”.
“La theoria, la contemplación filosófica de la verdad, es un fin válido para la vida humana solo si existe una verdad salvadora que se pueda contemplar, es decir, una verdad del cosmos o lo trascendente que también se reconozca como bueno y bello, y pueda servir para orientar nuestra existencia práctica”.
Entonces “el único modo que queda para defender la teología es el ataque y el cuestionamiento último”. Hay que volver a hacer filosofía desde la teología (y no solo hacer filosofía de la religión): “Tenemos que cuestionar la supuesta separación entre la teología y la filosofía”, que es ajena a los Padres y la Edad Media. Si no, la teología se condena a la marginalidad. “Tanto la centralidad de las artes como la inseparabilidad de la teología y la filosofía pueden ser vistas como expresiones de un verdadero humanismo cristiano”.
En ese proceso, habría que incluir las demás religiones que ya están presentes entre nosotros. Pero “el significado primordial de la teología como teología cristiana no debe ser abandonado porque […] es portadora, de la manera más universal e integradora de la herencia esencial de Occidente, la que se refiere de una manera única a las cosas últimas como Bondad trascendente y trata de orientar también la vida política en términos de sintonizar el alma con ese bien”.
César Izquierdo y “etsi Christus daretur”
La ponencia del profesor de la Universidad de Navarra César Izquierdo planteaba cómo una teología responsable, que está, por así decir, bajo el control de un Magisterio, puede tener sitio en la Universidad, y llegaba a un planteamiento más amplio, resumido en cinco puntos:
−Frente a la pretensión de que sólo son verdades las controladas por los métodos científicos, surge la necesidad de recordar que hay más. “De la conciencia de no saberlo todo y de que por tanto se puede saber más brota la certeza de una realidad que va más allá del conocimiento actual”.
−“El fundamento último del dogma es la presencia del Absoluto en la historia”. Pero la razón y la libertad humanas “remiten con necesidad transcendental a una verdad absoluta, primeramente abierta e indeterminada, y a una exigencia moral incondicionada” (Kasper).
−Pero ¿cómo aceptar la validez de esa verdad?: “Cabe una verificación que no estaría controlada por condiciones puestas de antemano sino por la adecuación a la realidad y por su capacidad transformadora de esa misma realidad”.
−“Los misterios cristianos van más allá de los dogmas, aunque estos lo son porque su contenido son los misterios. La fe cristiana no es un puro asentimiento ante un enunciado sino impulso hacia el ‘exceso’ de realidad contenida en el misterio, […] la realidad concreta de Dios, de Cristo y del hombre”.
−Proponer que se tenga en cuenta a Cristo como referencia de conocimiento válida para todos puede sonar a provocación. En su día, en un momento de crisis religiosa, Grocio quiso fundamentar el Derecho “etsi Deus non daretur”. La teología se plantea como una ciencia fundada en el principio “etsi Christus daretur”: “La hipótesis cristiana goza de una acreditación fundada en datos (científicos, comprobables) y en hechos abrumadores que muestran la dependencia de ella de sólidas realidades culturales, históricas, sociales, personales”.
Maspero y la teología al servicio del misterio
Según Giulio Maspero, profesor de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, de Roma, la epistemología o forma de conocer propia de la teología se diferencia radicalmente de la epistemología de inspiración griega. “Para Platón y Aristóteles, Dios y el mundo forman un único nivel ontológico estructurado de forma graduada y descendiente […]. Con la revelación judaico-cristiana este marco ontológico ha sido radicalmente modificado: el Creador es trascendente, infinito y eterno, mientras las criaturas son contingentes, finitas y temporales”. Además, “el mundo ha sido creado por la Trinidad y está radicalmente constituido por la relación al Creador”. “Con una feliz expresión de Leonardo Polo se puede decir que el misterio estudiado por la teología no es simplemente gnoseológico, sino ontológico”.
La teología nos pone ante el misterio de Dios: “El ámbito de su ser es cognoscible exclusivamente mediante la relación”, y “la única forma de acceso al conocimiento de la Trinidad es la encarnación de la segunda Persona”. Por tanto, “la semántica de Dios es inaccesible al hombre, pues toda palabra y todo concepto han sido formados a partir de la creación. Pero, gracias a la Encarnación, el hombre puede conocer a la Trinidad a través de la sintaxis” (la Encarnación). “La fuerza de la epistemología teológica se apoya justo en su debilidad: la renuncia a controlar conceptualmente permite la apertura a la relacionalidad y a la posibilidad que ésta supone de explorar un ámbito más amplio del ser”. “Lo que la teología puede hacer por las otras ciencias es recordarles que lo real resulta siempre inabarcable para los esfuerzos humanos”. En ese sentido, “la teología podría definirse como Ancilla Mysterii”, servidora del misterio.
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