sábado, 22 de julio de 2023

Buena semilla

 


Buena semilla

¡Buenos días, gente buena!

XVI Domingo Ordinario A

Evangelio

Mateo 13, 24-43 

En aquel tiempo Jesús les propuso otra parábola: «El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña. Los peones fueron a ver entonces al propietario y le dijeron: «Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él? El les respondió: «Esto lo ha hecho algún enemigo». Los peones replicaron: «¿Quieres que vayamos a arrancarla?». «No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero».

También les propuso otra parábola: «El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas».

Después les dijo esta otra parábola: «El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa».

Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: "Hablaré en parábolas anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo". 

Entonces, dejando a la multitud, Jesús regresó a la casa; sus discípulos se acercaron y le dijeron: «Explícanos la parábola de la cizaña en el campo». El les respondió: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los que pertenecen al Reino; la cizaña son los que pertenecen al Maligno, y el enemigo que la siembra es el demonio; la cosecha es el fin del mundo y los cosechadores son los ángeles. Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!

Palabra del Señor

Lo que siembra el Señor

¿Quieres que vayamos a arrancar la cizaña? Y la respuesta es inmediata: No, no sea que arranquen también el trigo bueno. Habría que entrar en nuestro campo sembrado con buen grano y amenazado por malezas, en el corazón, donde se cruzan las raíces del bien y del mal. 

¿Cómo hemos de hacer para permanecer en el modo de Dios? La parábola nos presenta dos miradas: la de los criados que se fija en las malezas, y la del Señor, que ve el trigo bueno. Se trata de adquirir la mirada positiva del Creador. Nuestra conciencia clara y sincera debe saber ver lo que es vital, lo hermoso, lo prometedor que Dios ha sembrado en nosotros, y ver que dé fruto. El hombre impulsivo que hay en nosotros dice: arranca de inmediato de ti lo que es malo, lo que es inmaduro o infantil. El Señor responde: ten paciencia, no te precipites.

Vamos a ponernos en el camino que Dios recorre: para vencer la oscuridad de la noche, el enciende cada día su amanecer; para hacer florecer el desierto, aunque sea solo por una temporada, Dios esparce infinitas semillas de vida; para hacer fermentar una masa inmóvil, pone su levadura: Cada uno de nosotros para sí mismo debe adoptar esta misma actitud positiva, solar, gloriosa, vital. Porque nuestro espíritu es capaz de cosas grandes, de madurar verdaderamente, solamente si tiene grandes pasiones positivas, grandes anhelos. Preocupémonos primero de todo, no de la cizaña, de la maleza, de los defectos, de las debilidades, sino de tener un amor grande, un ideal fuerte, una veneración profunda por las fuerzas de bondad, cuidado, misericordia, aceptación, libertad que Dios nos ha dado. 

Hagamos que irrumpan con toda su belleza, en todo su potencial y veremos retirarse las tinieblas y que la cizaña ya no tiene terreno. Y todo nuestro ser florecerá en la luz. Debemos amarnos a nosotros mismos, es decir, lo positivo que hay en nosotros, venerar la parte luminosa del corazón: ¡Viene de Dios! Nuestra tarea religiosa es solo esta: llevar a madurez la buena semilla que Dios ha plantado en nosotros, y ninguno se queda sin fruto porque la mano de Dios está viva. Nos liberamos de falsos exámenes de conciencia negativos. 

La moral del Evangelio pretende en mi la fecundidad del fruto bueno antes que la ausencia de defectos o la destrucción de las malezas. Hasta el juicio final tendrá como argumento, no la cizaña, el lado oscuro de mi existencia, sino el grano bueno, la parte mejor de mí: tuve hambre, frío, miedo, y tú me has dado pan y amistad, me enjugaste una lágrima (cfr. Mt 25). A los ojos de Dios, el bien es más fuerte y más importante que el mal; la buena semilla cuenta más que la cizaña del campo, una espiga de grano bueno vale más que todas las malezas del mundo.

¡Feliz Domingo!

¡Paz y Bien!

Fr. Arturo Ríos Lara, ofm





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