Entrará en el convento este martes, fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe
Tiene 21 años e ingresa en el Carmelo: «Un susurro en el corazón no me dejaba ni a sol ni a sombra»
El día de Nuestra Señora de Guadalupe, Carolina dará el primer paso para ser un día carmelita descalza.
Este martes, festividad de la Virgen de Guadalupe, Carolina Ojeda, una joven de 21 años de San Rafael (Mendoza, Argentina), ingresará en el Carmelo del Espíritu Santo y María Madre de la Iglesia, en Luján de Cuyo.
Su camino de discernimiento vocacional comenzó en unos ejercicios ignacianos organizados por las hermanas Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará, de la familia del Verbo Encarnado, titulares del Colegio Isabel la Católica donde estudió.
De familia católica aunque no practicante, Carolina vivió la fe de la mano de su abuela materna, con quien asistía a misa. Ella la animaba a continuar su formación cristiana en catequesis, retiros, campamentos y misiones, y sus padres siempre le dieron libertad para ello.
Así recibió la llamada del Señor, en la que fue acompañada por su director espiritual y en particular por la devoción y ejemplo de dos santos: San Gabriel de la Dolorosa (1838-1862), de quien leyó y releyó la biografía Possenti, el hijo del gobernador, de Alfred MacConastair, y Santa Teresa de los Andes (1900-1920): "Sus escritos me traían paz y valentía, viendo tantos obstáculos que ella tuvo que superar, y que los principales obstáculos eran con ella misma", nos confiesa.
San Gabriel de la Dolorosa y Santa Teresa de los Andes, pasionista italiano y carmelita chilena, dos santos que entregaron su vida a Dios muy jóvenes.
Ésta es la historia de la vocación de Carolina, contada por ella misma.
UNA HISTORIA DE AMOR
"Por ti, Jesús. ¡Si tú lo quieres, yo también quiero!"
Beata Chiara Badano (1971-1990).
Soy Carolina tengo 21 años, soy argentina y hoy quiero compartirles mi historia de amor......
Desde pequeña siempre me sentí muy atraída por Jesús. Era una niña piadosa, pero también muy traviesa, inquieta, soñadora, como todas las niñas. A veces me aburría en misa, y con gran frecuencia me distraía. A medida que fui creciendo, el amor a Jesús se mantuvo intacto. Por su gracia nunca me alejé de Él, ni en mis rebeldes años de la adolescencia.
Iba a un colegio católico, de monjitas, y allí fui muy feliz, rodeada de amigas, ya que Dios me dio en oro un puñado de amigas. Compartíamos campamentos, convivencias, misiones... un ambiente muy sano donde fuimos creciendo, y muy propicio para amar al Señor. Era algo de todos los días: podías encontrar a Jesús en el estudio, en el deporte, y hasta muchas veces, aunque me costaba, en los retos por algunas travesuras.
Pero cuando uno va creciendo la fe, la vida del cristiano se pone cuesta arriba, porque empiezan los cuestionamientos, y ciertas cosas que no nos gustan y que no entendemos, y que todos pasamos.
Cuando estaba en el último año del secundario asistí a un retiro espiritual ignaciano, sola, cosa que Dios tenía pensada muy bien porque siempre andaba con mis amigas de arriba a abajo. Y allí, en ese retiro, fue donde me di cuenta de que Jesús me pedía algo más, y que ese algo más tenía nombre: carmelita descalza.
No sé como explicarlo: no se me apareció, ni me habló, ni nada de eso, pero era como un susurro en el corazón que no me dejaba ni a sol ni a sombra. Hice todos los intentos para acallarlo, pero no pude. No entendía por qué en ese momento de mi vida, con 18 años, cuando también estaba conociendo a un chico, Jesús me salía con esto.
Lo recé mucho, y por muchos intentos que hice no pude olvidarlo, y me decidí a ir a conocer un carmelo. Porque, dicho sea de paso, no conocía ninguna carmelita ni tampoco si había un carmelo cerca de donde vivo. Pero bueno, Jesús se las ingenió muy bien para hacerme llegar al lugar que tenía preparado para mi.
El carmelo está a tres horas y media de mi casa. Cuando llegué allí todo me sorprendió: las rejas, el torno, la inscripción arriba de la puerta, que dice Ésta es casa de Dios y puerta del Cielo... Me parecía no creer lo que estaba viendo y desde ese momento sentí que era allí donde tenia que ir.
Tuve mucha idas y vueltas. A veces no me resultaba fácil la idea de dejarlo todo, incluso los seres que más amo en este mundo: mi familia. Hice una experiencia de tres meses con las carmelitas cuando tenia 19 años. Fue muy linda para mí esa vivencia, que enriquecía mucho más mi discernimiento vocacional.
Continué mis estudios de nivel superior e hice dos años en la carrera de Profesorado de Educación Primaria, la cual me gusta mucho. Y conocí amigos geniales que siempre van a estar en mí. Pero ese susurro seguía intacto en mi corazón y me acompañaba donde quiera que fuese. Ya no podía seguir así, siendo esquiva a algo que estaba dentro de mí y que, hiciera lo que hiciera, seguía allí.
Y me decidí a decirle que "sí" al Él, el gran conquistador de almas.
Si se preguntan qué es lo mas difícil de dejar, la respuesta es clara: mis padres. Ellos me lo han dado todo, desde la vida, la libertad, el amor... ¡y cuántos sacrificios que han realizado e ignoro, para mi bien y el de mi hermano! Para ellos tampoco es fácil, pero es un "sí" que vamos a decir a Jesús juntos, con lágrimas en los ojos pero juntos, porque siempre me apoyaron en todo e hicieron todo por mi felicidad. ¡Los amo tanto! Sé que el Buen Dios los va a recompensar en este sacrificio que también es de ellos.
Carolina junto a sus padres, Jorge y Verónica, y su hermano Lucas.
El día de Nuestra Señora de Guadalupe fue el día asignado para mi ingreso al Carmelo del Espíritu Santo, en Mendoza (Argentina).
"Se arrancó de los brazos de los suyos para arrojarse en los de Dios"... y así, arrojándome a sus brazos, comienza esta aventura, esta aventura que es de los dos.
Me encomiendo mucho a sus oraciones, pues yo lo haré por ustedes.
En Cristo y María,
Carolina Ojeda
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