Publicado: 13 dic. 2017 03:03 p.m. PST
Las fechas en torno al 25 de diciembre siguen atrayendo la atención de lo que algunos llaman “el subconsciente popular”. Los creyentes lo sabemos muy bien: vamos a celebrar el nacimiento de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, que nació de María Virgen
Vivimos la celebración de muchas maneras. En la alegría profunda de nuestro corazón, que quiere ser el lugar donde ese día 25 nazca vitalmente de nuevo el Señor.
En el gozo del acontecimiento vivido en familia, porque sabemos que Jesús viene a la tierra también para que nosotros seamos “hijos de Dios en Él”; y en Él, todos los hombres vivíamos la fraternidad humana y divina.
En torno al belén, al ritmo de villancicos cantados con voz o en silencio, queremos acoger al Señor. Los cristianos disponemos los ojos de nuestro corazón de nuestra alma, para acoger a Aquel que no tuvo lugar en el mesón.
Para darle un poco de calor con nuestra Fe y con nuestra Esperanza; a Quien vino a darnos a conocer el Amor de Dios, y sufrió el frío del desprecio de los hombres, y lo sigue sufriendo.
Acoger así al Señor es un gozo de tan amplios horizontes, que anhelamos comunicar a los demás. De ahí vienen esos nacimientos en algunos lugares de la ciudad, en los escaparates de las tiendas, en rincones de oficinas, en pasillos de hospitales; y los “nacimientos” en las casas familiares para que padres e hijos acojan con todo cariño “a su hermano Jesús”.
Los organismos públicos, en la neutralidad de la política, programan medidas policiales para dar seguridad a los transeúntes en las calles más concurridas; instalan adornos, luces, etc., en los lugares más céntricos de la ciudad que va a ser testigo de la afluencia de numerosas personas.
¿Qué hacen los no creyentes?
Unos, quizá los más, pasan en silencio las horas; no participan de la alegría de Dios y de los creyentes, y quizá los aires de Navidad se vuelven turbios y apesadumbrados. Guardan silencio añorando quizá momentos pasados en los que su espíritu se llenaba de emoción al cantar un villancico.
Otros, tratan de contener la fuerza silenciosa de estos días, organizando viajes, campamentos, cruceros, etc., etc., con la exclusiva idea de no pararse a pensar en lo que está en el aire: Los Ángeles que anuncian a los pastores la llegada del Señor.
Y no faltan quienes, ante la llegada del Hijo de Dios a Belén hacen todo lo posible para vendarse los ojos, y no ver nada de lo que ocurre allí. ¡Qué pena un ciego que no quiere ver cuando el Señor pasa cerca, y le pregunta ¿Qué quieres que yo te haga?! No hay peor ciego que el que no quiere ver. Jesucristo pasó por la tierra curando a ciegos, a sordos, a cojos, paralíticos…Y tiene la pena de ver hoy a tantos ciegos, sordos, cojos, paralíticos, que no quieren ver, ni oír, ni andar, ni levantarse de su camilla para ponerse en marcha hasta Belén y adorar al recién nacido, como hicieron los pastores al anuncio de los Ángeles.
Otros, por desgracia, pasan de “no querer ver” a presentar el acontecimiento de la Navidad de manera deforme y, por consiguiente, falsa: figuritas de un “belén” con parejas de homosexuales, ellos y ellas; con figuras de “magas”, en lugar de los Reyes Magos, y cosas semejantes. Algunos consideran estos hecho como una cierta ofensa a la Fe, una ofensa a los creyentes.
Prefiero no llamarlas así; y verlas si acaso como ofensas que se hacen a ellos mismos, a sus capacidades intelectuales y morales; como un desprecio a sus cualidades humanas, apenas dignas de una pequeña dosis de lástima.
¿Les molesta tanto el nacimiento en la tierra del Hijo de Dios, que quieren inventarse un nacimiento a su imagen y semejanza, para intentar reírse sin saber por qué? En la estrechez de su mirada, estas acciones apenas son un intento de borrar de la mente, y de la historia, la sonrisa y el llanto del Hijo de Dios hecho hombre, vivo siempre en el portal de Belén.
Ernesto Juliá
Fuente: ReligionConfidencial
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