Foto: Valerio Merino
En estos días de frío y villancicos, de ajetreo y calles de único sentido, vuelve la bendita rutina navideña. Digo bien: bendita. Porque es una bendición volver a tener 6 o 7 años en el alma y esperar con ilusión de niño –pantalones cortos y frío en los pies– a que venga Dios con una puntualidad que parece suiza o, incluso, japonesa.
Si eres un niño importa poco que Jesús naciera en una cueva o un establo. Menos aún que los Reyes Magos estén enterrados en la catedral de Colonia o en la cripta de El Escorial. Si tu alma es de niño te da igual que la Navidad comience antes que el Adviento, o que los anuncios animen a invitar a Papá Noel a cenar por Nochebuena. Al fin y al cabo, la felicidad es una opinión, más aún si se comparte. Por eso Teresa de Calcuta era una santa alegre y a nosotros nos cuesta serlo en una abundancia que da un poco de vergüenza. Propia y ajena.
Para ser feliz hay que tener los deberes hechos y el alma bien lavada, en seco o a la piedra, depende de lo bruto que sea cada uno. En la prehistoria –es decir, anteayer– las gentes se confesaban por Nochebuena y Pascua (de Resurrección). Al menos dos veces al año, lo mínimo exigible para mantener la caldera interior en buen estado. De otro modo, el recalentamiento es seguro. Ahora no. Ahora la Navidad la marcan las cenas de empresa (otra vez de moda, cómo somos), la vieja Nochevieja y los lamentos de la tarjeta de crédito, enemiga nuestra de toda la vida. A veces, incluso, el intelectual de guardia —posmoderno y pesimista— tiene el detalle de explicarnos que la Navidad es un invento de curas y grandes almacenes, por este orden o el inverso.
Usted no haga caso. Ahora bien, ni un paso atrás. Hágalo, aunque le toque al lado el jefe del departamento o un camello de la cabalgata. Qué importa. Recuerde a los que fallecieron y ya están en mejor vida, o a los que no tienen nada o son tan pobres que solo tienen dinero. La Navidad viene una vez al año y, si se piensa bien, la alternativa es mucho peor. Vivir triste o vivir contento es una elección, sobre todo si el divino Emmanuel (Dios con nosotros) nos acompaña cada día.
Por eso es tan sano celebrar la Navidad, con zambombas y sidra El Gaitero, famosa en el mundo entero. Con sentido trascendente si a uno le solaza el más allá, o con simple sentido del pudor si se queda más acá. Así que no dude: elija ser feliz. También en Navidad.
Ignacio Uría
Fecha de Publicación: 14 de Diciembre de 2017
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