sábado, 14 de diciembre de 2024

SAN FRANCISCO Y LA VIRGEN MARÍA (V)

 



SAN FRANCISCO Y LA VIRGEN MARÍA (V)
por Martín Steiner, OFM

La función ejemplar de la Virgen María

Para mejor comprender la función ejemplar de María en la vida de la naciente Orden franciscana, conviene volver una vez más a la Porciúncula. Una serie de textos nos recuerdan el cometido irreemplazable ejercido por María en el corazón de Francisco y, más en general, en las primeras generaciones de la Orden. Recordando que la capillita restaurada por Francisco era su iglesia preferida, como lo era también, según él pensaba, de María misma, evocan el nacimiento de la Orden bajo la protección de María, incluso su alumbramiento por ella (EP 84). Ponen de relieve la armonía existente entre la pequeñez de la iglesita de la Porciúncula, la humildad de María y la Orden de los Menores. La pequeña residencia de la Porciúncula se convierte en el centro de la Orden. Varios pasajes de los textos sobre la Porciúncula son claramente eco de preocupaciones ulteriores. Pero si se lee el conjunto con un espíritu sanamente crítico, no puede evitarse la impresión de hallarnos ante un estilo de vida marcado todo él por actitudes marianas: oración, recogimiento, humildad, caridad. La Virgen es, tal vez más de lo que a veces se subraya, inspiradora de la conducta de Francisco.

Hay una categoría de hermanos a quienes Francisco propone más directamente a María como modelo: los hermanos sacerdotes. Conocida es la veneración de Francisco a los sacerdotes y la razón única de este respeto: son ministros de las Palabras, del Cuerpo y de la Sangre del altísimo Señor Jesucristo. Francisco ve en ellos a Cristo, por muy pecadores que sean, puesto que Cristo habla y actúa en ellos (Test 6-13).

Ahora bien, él compara directamente el ministerio del sacerdote en la celebración eucarística a María, en cuyo seno se encarnó el Hijo de Dios (Adm 1,16-18). Y en la Carta a toda la Orden propone en consecuencia a María como modelo de los hermanos sacerdotes: «Escuchad, hermanos míos: si la bienaventurada Virgen es tan honrada, como es justo, porque lo llevó en su santísimo seno..., ¡cuán santo, justo y digno debe ser quien toca con las manos, toma con la boca y el corazón y da a otros no a quien ha de morir, sino al que ha de vivir eternamente y está glorificado y en quien los ángeles desean sumirse en contemplación! Considerad vuestra dignidad, hermanos sacerdotes, y sed santos, porque Él es santo» (CtaO 21-23).

Más allá de la Orden, Francisco propone a María como modelo a todos los fieles, al menos a aquellos que de alguna manera se sentían vinculados a él. Conocido es el célebre texto en que Francisco pone de manifiesto las maravillas de la vida cristiana (2CtaF 47-53). Dos puntos interesan especialmente a nuestro tema.

a) Francisco describe de manera admirable la función maternal del fiel respecto a Cristo (v. 53). Hagamos la transposición de esta doctrina: De la misma forma que María, la humilde sierva, permitió al Señor de la gloria hacerse en ella nuestro hermano, por el poder del Espíritu que se posó sobre ella, así también, por el poder del mismo Espíritu que se posa sobre él (vv. 48-50), quien sigue el camino de la minoridad (v. 47) puede llevar en sí, mediante el amor y la pureza y sinceridad de corazón, al Señor Jesús y alumbrarlo en los demás mediante su vida santa, que es obra del Espíritu en él (v. 53; cf. 2 R 10,9). Francisco expone aquí la vida cristiana de manera propiamente mariana: en cuanto a su naturaleza, es la vida de un ser que lleva en sí a Cristo; en cuanto a su eficacia, da a luz a Cristo en los demás. Con términos sencillos y luminosos Francisco describe todo el misterio de la Iglesia y de su maternidad, cuya figura es María.

b) Para definir la relación con Dios de quien se compromete en el camino de la minoridad, cumple con rectitud la voluntad de Dios y permanece unido al Señor Jesús con un amor sincero, Francisco emplea los mismos términos que utiliza para expresar, con toda la tradición, la unión de María con Dios: el Espíritu se posa sobre él y hace en él su morada; es hijo del Padre celestial; es esposo, y hermano, y madre de Cristo. Lo que vale por excelencia de María, «que tuvo y tiene toda la plenitud de la gracia y todo bien» (SalVM 3), vale también igualmente de cualquier fiel que toma en serio su vocación evangélica.

Sí, María es verdaderamente la figura de la Iglesia. Y cualquiera que tome el camino que Francisco le traza, con fidelidad al Evangelio, está configurado a imagen de María, sea cual fuere su estado de vida, su misión, su profesión, su edad, su sexo... No hay diferencia esencial entre el fiel más humilde y la Virgen María.

Su profundísima comprensión del cometido llevado a cabo por la «Virgen pobrecilla» en el designio de salvación, condujo a Francisco tanto a la contemplación admirativa de María consagrada por la Trinidad, como a recurrir a ella lleno de confianza a lo largo de todo su itinerario espiritual. No es, pues, extraño cuanto relata Tomás de Celano: «Le tributaba peculiares alabanzas, le multiplicaba oraciones, le ofrecía afectos, tantos y tales como no puede expresar lengua humana» (2 Cel 198).

[Cf. Selecciones de Franciscanismo, n. 28 (1981) 61-64].



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