domingo, 5 de mayo de 2024

MARÍA SANTÍSIMA Y LA PIEDAD DE SAN FRANCISCO (IV) por Constantino Koser, OFM



FRANCISCO (IV)
por Constantino Koser, OFM

Madre del Verbo Eterno. Si el término «Hija y Sierva» ya contiene de por sí dulzuras inmensas y fuerzas incalculables, mucho más es lo que adivina y con razón el alma de San Francisco al oír este otro término mariano: «Madre». Realmente Dios en su sabiduría infinita supo encontrar un medio para hacer de una creatura su Madre, Madre de Dios, Madre del Verbo Eterno. Hizo que las entrañas purísimas de esta creatura concibiesen y que de ellas naciese el cuerpo humano, dotado de alma humana por creación omnipotente de Dios y unido sustancialmente, en la unidad de persona, al Verbo Eterno, desde el más primitivo instante de la concepción. De esta forma la Virgen se convirtió en Madre de Dios en el mismo sentido real y completo en que otras mujeres son madres de sus hijos, simples hombres. Nada, absolutamente nada, falta de los elementos que de hecho constituyen la maternidad.

Como otras madres son madres de sus hijos en aquello que estrictamente significa ser madre, así María es Madre de Dios. Como las otras madres no lo son únicamente del cuerpo que de ellas proviene por causalidad física, sino que lo son del individuo, de la persona toda que de hecho dan a luz, de la misma forma María Santísima es Madre de Cristo todo, Dios y Hombre, en la unidad de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Y así, en sentido verdadero y real, no metafóricamente, ella es Madre de Dios, Madre del Verbo Eterno. Solamente Dios mismo podía idear y concretar maravilla tan sublime. Mediante esta maravilla establecióse entre la Virgen y su Dios -que es su Hijo- la intimidad singular que existe entre Madre e Hijo: el amor maternal es en María un amor teologal.

San Francisco intentaba comprender lo que esto significa para la Virgen. Intentaba asociarse respetuosamente a los ardores del amor que ardía en su corazón. Intentaba medir la sublimidad de su posición. Intentaba medir los tesoros que la infinita riqueza de Dios había depositado en el alma de su santa Madre. Consideraba amorosamente, embebido, que toda la ternura del más amoroso corazón de Madre era el ejercicio de la virtud teologal de la caridad infusa, dirigida directamente a su Dios, porque este Dios es realmente su Hijo.

¡Qué felicidad indecible para una creatura, poder en esta forma dirigir directa y totalmente a Dios toda la fuerza natural del amor maternal, sin impedimento y sin restricción! ¡Cuántos no serán los méritos de tan inmenso amor! ¡Cuántas no serían las riquezas que de instante en instante acumulaba el alma bendita de la Virgen!

San Francisco, en su amor, sentíase feliz de ver esta felicidad, esta riqueza, esta gloria y esta honra de María. Y también se sentía feliz de alcanzar a través de este camino que el oculto misterio de la Santísima Trinidad fuera más accesible a su alma. Entraba por esta «Puerta del Cielo» para entrever, ofuscado, el misterio de amor de la relación entre Padre e Hijo. Así aprovechaban a su caballero las riquezas de María Santísima. Ella, tan rica, no tiene necesidad de guardar celosamente sus prerrogativas. Si ellas aprovechan a sus hijos, más la glorificarán a ella. Por eso, no en vano la liturgia le acomoda las palabras de la Sabiduría, enseñando así que ella misma aprendió a amar en sus prerrogativas: «Aprendí (la Sabiduría) sin falsedad, y sin envidia la comunico, y no escondo su santidad. Es un tesoro infinito para los hombres. Los que de ella usaren se harán partícipes de la amistad de Dios, recomendados por los dones de la disciplina» (Sab 8,13-14). «Yo soy la Madre del amor hermoso, del temor y de la santa esperanza. En Mí está la gracia de todos los caminos y las virtudes, en Mí toda la esperanza de la vida y de la virtud» (Ecl 24,24-25).

Nada difícil es verificar cómo operaron estas acomodaciones litúrgicas en la mente de San Francisco respecto de su piedad marial. Para convencerse de esto basta considerar las palabras con las cuales se refiere a María Santísima, por ejemplo en su Saludo a la Virgen (SalVM) o en la Antífona del Oficio de la Pasión (OfP Ant).

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