jueves, 3 de noviembre de 2022

P. CERIANI: SERMÓN PARA LA CONMEMORACIÓN DE LOS FIELES DIFUNTOS

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CONMEMORACIÓN DE LOS FIELES DIFUNTOS

Epístola de la Segunda Misa del día. Tomada del Libro Segundo de los Macabeos, XII: 42-46: El esforzadísimo Judas exhortaba al pueblo a que se conservase sin pecado, viendo delante de sus mismos ojos lo sucedido por causa de las culpas de los que habían sido muertos. Y habiendo recogido, en una colecta que mandó hacer, doce mil dracmas de plata, las envió a Jerusalén, a fin de que se ofreciese un sacrificio por los pecados de estos difuntos, teniendo, como tenía, buenos y religiosos sentimientos acerca de la resurrección, —pues, si no esperara que los que habían muerto habían de resucitar, habría tenido por cosa superflua e inútil el rogar por los difuntos—, y porque consideraba que a los que habían muerto después de una vida piadosa, les estaba reservada una grande misericordia. Es, pues, un pensamiento santo y saludable el rogar por los difuntos, a fin de que sean libres de sus pecados.

Es un pensamiento santo y saludable el rogar por los difuntos… Así dice la Epístola de la Segunda Misa de Difuntos, tomada del Libro de los Macabeos.

Ayer la Iglesia nos entreabrió el Cielo, y nos mostró la gloria y la felicidad que allí gozan los Santos.

Hoy nos abre el Purgatorio, y nos hace vislumbrar los sufrimientos de las pobres Almas que allí están cautivas.

Ayer nos invitó a recurrir a la intercesión de los Santos; hoy nos pide que oremos nosotros mismos por nuestros hermanos Difuntos.

Conmovedor comercio e intercambio de oraciones entre los miembros de la Iglesia Triunfante, la Iglesia Militante y la Iglesia Purgante.

Creo en la Comunión de los Santos.

Consideremos ahora:

1) ¿Qué es el Purgatorio?

2) Los sufrimientos que allí se soportan.

3) Los motivos que tenemos para aliviar a las pobres Almas que están allí confinadas.

4) Los medios para aliviarlas.

Apliquémonos a este asunto tan importante; porque, ¿quién de nosotros se atrevería a jactarse de no tener que pasar por las llamas expiatorias del Purgatorio?

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¿Qué es el Purgatorio?

Es un lugar de dolores, donde las Almas justas expían los pecados veniales que se les imputaban al morir y toda la pena temporal debida por los demás pecados de los que no han hecho suficiente penitencia.

Que el Purgatorio existe es una verdad de fe.

En el texto citado se exponen dos verdades de gran importancia:

— La primera es el estado de sufrimiento en que se suponían las almas de aquellos soldados que habían muerto con faltas no totalmente expiadas, sufrimiento que se deseaba aliviarles. Ahora bien, este estado de sufrimiento temporal que sigue a la muerte, no es otra cosa que el Purgatorio.

— La segunda verdad es la creencia en la eficacia de los sacrificios y oraciones por estas mismas almas: creencia obviamente anterior a la época en que Judas Macabeo la tradujo en acción, y recibida por tradición de edades anteriores.

Nuestro Señor nos dice en el Evangelio que hay pecados que no serán perdonados ni en este mundo ni en el venidero… Por tanto, hay pecados que serán perdonados en el otro, y no puede ser en el infierno, donde no hay remisión.

San Pablo nos dice que algunos, culpables de tibieza o de negligencia, serán salvos, pero por medio del fuego.

Toda la Tradición Católica, desde su origen, ha sostenido la existencia del Purgatorio, y la institución, en el siglo XI, de la «Conmemoración de todos los Fieles Difuntos», no ha hecho más que confirmar una creencia profesada ya antes de la venida del Salvador.

La Santa Iglesia, en el Concilio de Trento, definió formalmente “la existencia del Purgatorio y la utilidad de los sufragios de los fieles por los difuntos”, y nunca ha dejado de invitar a los devotos cristianos a rezar por los difuntos; concede indulgencias y hace ofrecer por ellos el Santo Sacrificio.

Lo exigen los atributos de Dios:

— su santidad,que no puede soportar absolutamente nada impuro en el Cielo donde Él reina;

— su justicia, que exige la expiación de los pecados por los que no se ha hecho suficiente penitencia antes de morir;

— su bondad, que quiere hacer todas las almas bellas y dignas de Él.

La razón misma lo exige, pues entiende que Dios, infinitamente justo y santo, tiene derecho a exigir la reparación y satisfacción de la menor desobediencia o deshonra, reparación que el hombre deberá hacer, ya sea durante esta vida o después; de lo contrario, la condición de los descuidados y tibios sería mejor que la de los vigilantes y fervorosos.

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Los sufrimientos del Purgatorio exceden, en rigor, a toda imaginación.

Enseña San Buenaventura que Dios tiene más en cuenta una penitencia ligera pero voluntaria en la vida presente que una penitencia más fuerte pero necesaria en la vida futura; y que por eso lo que falta en esta penitencia, por parte de la voluntad, debe ser compensado con el rigor…”

Estas penas son tan grandes y tan severas que, según los Santos Doctores, superan con mucho todas las aflicciones, todas las enfermedades, todas las torturas y todos los martirios que uno puede soportar en esta vida; y que las Almas del Purgatorio preferirían sufrir todos los males de este mundo durante miles de años, antes que un solo día del Purgatorio.

Estas Almas allí sufren la pena de los sentidos. Es un fuego terrible que quema sin consumir, “similar al del infierno, dice Santo Tomás, aparte de la duración…”

Además de la pena del sentido, ya tan extrema, está todavía la pena de daño, es decir, la privación de la vista de Dios.

Este es el mayor dolor; es, por así decirlo, infinito. Estas Almas santas aman a Dios, tienen sed de Él; sintiendo un deseo irresistible de verlo, corren hacia Él para unirse a Él; pero son rechazadas por su justicia; quedan separadas de Él; y esta separación es para ellas un tormento indecible, una tortura indescriptible, tanto que una hora de este sufrimiento, de esta privación de Dios, les parece una eternidad.

En cuanto a la duración de las penas del Purgatorioeste es el secreto de Dios…

Las revelaciones de los Santos nos muestran varios ejemplos de almas santísimas condenadas a varios años del Purgatorio, y dice Santa Brígida que hay algunas que están allí detenidas hasta el juicio final. Lo mismo reveló Nuestra Señora en Fátima.

A esto se suma la incapacidad de estas almas para aliviar sus penas.

No pueden, por sí mismas, hacer penitencia, ni satisfacer, ni merecer, ni recibir Sacramento alguno, ni ganar ninguna indulgencia.

Para ellas, en verdad, ha llegado la noche, donde ya no se puede trabajar. Están envueltas en la oscuridad exterior, aunque no eterna.

Son como aquél pobre paralítico que no podía ir y tirarse a la piscina, manteniendo la esperanza de que por fin viniese un amigo caritativo y lo bajase allí; como el hijo pródigo, nos ven en la abundancia de los bienes espirituales, sin poder participar ellas mismas de ellos.

Justo castigo (que ellas reconocen) por su tibieza y su abuso de las gracias.

La vista y el arrepentimiento de sus pecados también las hacen sufrir.

En la luz divina comprenden qué respeto y qué amor merece Dios. Ven claramente el número y la fealdad de sus pecados, experimentan un arrepentimiento abrumador, un dolor y una confusión indecibles. El recuerdo de las bendiciones y gracias de Dios, unido a la vista de sus ofensas, es como una espada de dos filos que traspasa sus corazones.

Finalmente, el olvido y la despreocupación de sus amigos y allegados.

A pesar de las promesas y protestas hechas, ¡cuántas almas se ven pronto olvidadas, abandonadas!

Y allí, donde se sufre de tan crueles dolores, donde el corazón es más delicado y más sensible, ¡qué espantosa tortura tal abandono!

La Santa Iglesia militante, aquí en la tierra, afortunadamente interviene para consolar a estas Almas abandonadas y para aliviarlas eficazmente con sus sufragios.

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Es un dogma de fe que las Almas que sufren en el Purgatorio pueden ser aliviadas por los fieles que viven en la tierra. Varios motivos sirven para establecer este dogma y comprometernos en esta buena obra.

1) El interés de Dios.

Dios, que ama a estas Almas porque son sus hijas, sus esposas, quisiera coronarlas enseguida, ¡pero todavía no son dignas!

Él, por tanto, nos hace mediadores entre su justicia y su misericordia, para satisfacer, en su nombre, su justicia y así dar rienda suelta a su misericordia.

Aliviar esas Almas es cumplir el más ardiente de sus deseos, dando a su Corazón el gozo de recibirlas purificadas en el Cielo.

2) El interés de estas Almas.

Hay un deber de caridad compasiva. La caridad, en efecto, nos obliga a prestar servicio a nuestros desdichados hermanos. Pero, ¿quién es más infeliz que estas pobres Almas, completamente impotentes para liberarse a sí mismas?

3) Nuestro propio interés.

Porque aquellas Almas a quienes aliviamos se convertirán en nuestros abogados y protectores en el Cielo; ellas alabarán a Dios por nosotros y nos ayudarán con sus oraciones.

Además, Dios, cuya justicia no les permite satisfacer por sí mismos, en su misericordia acepta sin embargo ahora de ellos sus oraciones por nosotros, a cambio de nuestros sufragios por ellas.

Y así tenemos un doble provecho: el de nuestro acto personal de caridad y el de la intercesión de estas almas.

Además, Nuestro Señor dijo, y lo hemos visto ayer: Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Por tanto, si tenemos compasión de estas almas, Dios también tendrá compasión de nosotros, y permitirá que otros rueguen por nosotros después de nuestra muerte y nos apliquen muchos sufragios.

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Tenemos a nuestra disposición numerosos medios para aliviar y liberar a estas queridas Almas.

En primer lugar, nuestras oraciones, especialmente las que están enriquecidas con Indulgencias, como el Rosario, el Via Crucis, el De profundis, el Angelusy otras oraciones, invocaciones y jaculatorias.

La limosna, sea corporal o espiritual, hecha en favor de estas Almas dolientes; por ejemplo: alimentar y vestir a los pobres, visitar a los enfermos, consolar a los afligidos, instruir a los ignorantes, etc. Obras especiales enriquecidas con Indulgencias.

Obras de penitencia y abnegación: como el ayuno, la penitencia, la privación voluntaria, el sufrimiento, la enfermedad, el trabajo, la fatiga…

Nuestras Comuniones, las visitas al Santísimo Sacramento. Pero, sobre todo, el Santo Sacrificio de la Misa, cuyo mérito es infinito… la eficacia de la Sangre de Nuestro Señor para refrescar a las pobres Almas, para extinguir o disminuir las llamas del Purgatorio.

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Para comprometernos aún más en esta santa devoción por las Benditas Almas del Purgatorio, consideremos finalmente los ejemplos de virtudes que nos dan.

No olvidemos que estas Almas son almas justas, hechas impecables, que aman a Dios con todo su corazón y que están revestidas de la caridad de Jesucristo.

Aunque ya no pueden merecer por sí mismas, no dejan de practicar, en el Purgatorio, las virtudes más sublimes.

¡Quién expresará los actos de fe, esperanza, caridad, paciencia y serena resignación que realizan y dirigen a Dios, en cada momento, desde el seno de sus llamas!

Su amor a Dios es tan grande que, para purificarse antes, para agradarle más y unirse a Él más rápidamente, con gusto soportarían penas aún más intensas.

Sufrientes, alaban sin cesar a Dios, celebran su justicia y le agradecen su misericordia para con ellas.

Están en profunda paz, en absoluta sumisión, en perfecta conformidad con el beneplácito de Dios, deseando sólo lo que quiere, siempre de acuerdo con sus adorables decretos sobre ellas.

De modo que se encuentran en un estado de plena y completa resignación; aceptan sus penas y sufrimientos con buen corazón, y las aman, porque es voluntad de Dios que sean purificados por estos medios.

Nos es casi imposible comprender cuán vivos y profundos son sus sentimientos de contrición y humildad.

Han comprendido, a la luz de Dios, en el momento de su juicio, la fealdad del pecado y el daño que hace a Dios; se sienten completamente indignas de comparecer en su presencia mientras les quede la más mínima mancha.

Entran también en comunión con Jesucristo, viéndole hacerse responsable de los pecados de los hombres, en el Huerto de los Olivos y a lo largo de su Pasión… Y esto es lo que explica su admirable paciencia.

Finalmente, podemos decir que, desde el Purgatorio, estas Almas santas están llenas de gratitud y caridad por nosotros… ¡Qué extraordinario auxilio obtendremos por su intercesión!, porque no dejan de interesarse por los que hacen algo por su alivio. Pero, lo que no es dudoso, es que, en cuanto hayan llegado al Cielo, nos rendirán cien veces, por efecto de su gratitud, nuestros menores servicios hacia ellas.

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Son muy saludables las lecciones que nos dan las Almas del Purgatorio.

Escuchemos a estas Almas santas decirnos, desde en medio de sus llamas: Oh vosotros, que aún vivís en la tierra y que estáis expuestos a tantas tentaciones y peligros, temed a Dios, temblad ante los rigores de su justicia; mirad con qué severidad nos hace expiar nuestras más pequeñas faltas.

Es como si nos dijesen: aprended, pues, de nuestra desgracia. ¿Y en qué debemos ejercitarnos?:

— Hacer penitencia, mientras podamos, por todos nuestros pecados pasados.

— Saldar y pagar desde ahora todas nuestras deudas a la justicia divina, con nuestros actos de mortificación, nuestras oraciones, limosnas y buenas obras.

— Evitar en lo sucesivo, con el mayor cuidado, los menores pecados: todos esos pecados veniales, deliberadamente intencionales, que cometemos tan fácilmente y con tanta frecuencia. Son, según la palabra del Apóstol, leña, heno y paja, que recogemos para encender el fuego que tanto nos ha de hacer sufrir en el Purgatorio.

— Hacer un buen y santo uso del tiempo y de las gracias que Dios nos da ahora. No descuidemos nada.

— Si queremos evitar el Purgatorio, añadamos a todas estas precauciones la práctica de la misericordia y la caridad hacia nuestros hermanos; perdonemos y hagamos el bien a todos; porque se hará con nosotros como lo hayamos hecho con los otros.

— Esforcémonos por vivir en santidad. Aportemos siempre, con la ayuda de Dios, a todo lo que hacemos, una gran pureza de intención. Cuidémonos de santificar las pequeñas cosas, nuestras acciones ordinarias, nuestras pruebas. Cumplamos fielmente nuestros deberes de estado… En una palabra, vivamos como vivirían las Almas del Purgatorio a las que Dios permitiese volver a la tierra por un tiempo.

— Tengamos una gran devoción al Santísimo Sacramento de nuestros Altares, al Sacrificio adorable, para merecer que la Sangre de Nuestro Señor, que allí se ofrece, nos purifique de nuestros pecados y nos haga dignos del Cielo.

— Finalmente, tengamos una devoción tierna y enteramente filial hacia la Santísima Virgen María, para que nos ayude a vivir piadosamente ahora y nos libre muy pronto del Purgatorio, cuando estemos allí. Portemos su Santo Escapulario y recemos fielmente, todos los días, al menos una parte del Santísimo Rosario.

He aquí, en pocas palabras, las saludables lecciones que nos dan las Benditas Almas del Purgatorio.

Escuchémoslas y practiquémoslas fielmente…

Tomemos también la santa resolución de no pasar ni un solo día sin hacer algo por el alivio de estas queridas Almas. Este será uno de nuestros consuelos a la hora de la muerte, y Dios sabrá recompensarnos por nuestra caridad.

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