viernes, 26 de enero de 2018

Un paseo por el parque con la Virgen María

Un paseo por el parque con la Virgen María


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Como los elementos y la vida de un parque ayudan a la hora de meditar los misterios del Rosario



Como bien es sabido, el Rosario es la oración mariana por excelencia. Un lugar ideal para rezarlo son los parques de nuestros pueblos y ciudades. En ellos, junto a nuestra Madre, podemos disfrutar de un agradable paseo mientras meditamos algunos episodios de la vida de Jesús.


Así lo hace Andrés. Se trata de un buen hombre que está a punto de jubilarse. Tiene cinco hijos y, por ahora, seis nietos. Trabaja en una oficina situada en el casco antiguo de la ciudad. Él vive un poco a las afueras, no muy lejos. Se puede permitir el lujo de ir y venir al trabajo dándose un tranquilo paseo. Al final de la jornada, haga el tiempo que haga, da un pequeño rodeo para cruzar de punta a punta un amplio y espacioso parque, lleno de frondosos árboles y espaciosas praderas.


Y es entonces cuando aprovecha para rezar junto a la Virgen María. Para ello saca su discreto rosario, para no llamar la atención, pues bien sabe aquello que dice el Evangelio: «Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt 6,6). Aquel hermoso parque es el secreto aposento donde reza después del trabajo.



Curiosamente, según sean los misterios que tocan ese día, hace un recorrido u otro. Casi instintivamente, hay partes del parque que le evocan determinadas etapas de la vida del Señor. Al lado de los columpios y toboganes hay una pequeña cueva que le recuerda el nacimiento del Niño Jesús. Las amplias praderas le ayudan a imaginar a Jesús anunciando el Reino de Dios a las masas. Subiendo a la montañita que está en medio del parque medita los misterios dolorosos. Paseando por la rosaleda se imagina la aparición de Jesús Resucitado a María Magdalena. Y no tiene más que mirar al cielo para pensar en María ejerciendo su misericordioso reinado sobre toda la creación.


Los días que no trabaja, Andrés se busca media horita para rezar tranquilamente el Rosario dándose un paseo por el barrio. Y así, día a día, ora con la Virgen María.


Y por intercesión suya, además de meditar los misterios, reza a Dios por sus hijos y nietos, por sus amigos y compañeros de trabajo, por su comunidad parroquial y por todo aquello que lleva en su interior. Es curioso, con María no le cuesta tanto pedir de todo corazón por aquellos que no le caen muy bien. Su párroco siempre recuerda a sus feligreses que el buen cristiano es el que también reza por sus enemigos (cf. Mt 5,44).


Como Andrés nunca tuvo buena memoria y no es capaz de recordar la letanía, desde hace muchos años, al finalizar el Rosario, se inventa piropos a la Virgen a partir de lo que contempla. Y así, por ejemplo, cuando ve a dos madres charlar tranquilamente, dice interiormente: «Madre de la concordia, rogad por nosotros»; escuchando el bullicio de los niños, dice: «Madre de la alegría, rogad por nosotros»; sintiendo la suave brisa refrescar su rostro, dice: «Madre de la caricias, rogad por nosotros»; y cuando se pasea junto a los jazmines en flor, dice: «Madre de los suaves aromas, rogad por nosotros».


Para Andrés, el Rosario es la forma más cómoda de orar. Hace muchos años, antes de descubrirlo gracias a su tío misionero, le costaba mucho concentrarse en la oración. Tampoco sabía muy bien qué decir. Entonces su tío le aconsejó que rezase junto a otra persona.


‒Sí, ¿pero con quién? ‒le preguntó Andrés.


‒Hazlo con la Virgen María, vas a ver qué bien ‒le contestó.


Y, efectivamente, así lo hizo. Desde entonces, todos los días se da su paseíto con la Virgen María. Y tras acabar de rezar el Rosario, regresa sosegadamente a su casa, con el corazón inflamado de amor, sabiendo que allí le espera su mujer querida, su cariñosa esposa a la que tanto ama.


Fray Julián de Cos O.P.

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