jueves, 31 de agosto de 2023

Tema 30. Cuarto mandamiento. La familia

 



Tema 30. Cuarto mandamiento. La familia.
El cuarto mandamiento es un punto de enlace y tránsito entre los tres anteriores y los seis posteriores: en las relaciones familiares se continúa en cierto modo aquella misteriosa compenetración entre el amor divino y el humano que está en el origen de cada persona. Los padres tienen la responsabilidad de crear un hogar, un espacio familiar donde se puedan vivir el amor, el perdón, el respeto, la fidelidad y el servicio desinteresado.
La posición del cuarto mandamiento en el Decálogo
• Trascendencia personal y social de la familia
• Deberes de los hijos y de los padres
• Otros deberes del cuarto mandamiento
• Bibliografía básica
La posición del cuarto mandamiento en el Decálogo
En la formulación tradicional del decálogo que usamos (Cf. Catecismo, 2066), los tres primeros mandamientos se refieren de modo más directo al amor a Dios y los otros siete al amor del prójimo (Cf. Catecismo, 2067). De hecho, el precepto supremo de amar a Dios y el segundo, semejante al primero, de amar al prójimo por Dios, compendian todos los mandamientos del Decálogo (Cf. Mt 22,36-40; Catecismo, 2196).
No es casual que el cuarto mandamiento figure precisamente en esa posición, como punto de enlace y tránsito entre los tres anteriores y los seis posteriores.
En las relaciones familiares (y de modo radical en la paternidad/maternidad-filiación) se continúa en cierto modo aquella misteriosa compenetración entre el amor divino y el humano que está en el origen de cada persona. Por eso, el amor a los padres —y la comunión familiar que deriva de él (Cf. Catecismo, 2205)— participa de una manera particular del amor a Dios.
A su vez, el amor al prójimo “como a sí mismo” se da con una especial naturalidad en la familia porque, en ella, los demás son “otros”, pero no “totalmente otros”: no son “ajenos” o extraños, sino que unos participan, en cierto modo, de la identidad de los otros, de su propio ser personal: son “algo suyo”. Por eso la familia es el lugar originario en que cada persona es acogida y amada incondicionalmente: no por lo que tiene o por lo que puede proporcionar o conseguir, sino por ser quien es.
Trascendencia personal y social de la familia
Si bien el cuarto mandamiento se dirige a los hijos en sus relaciones con sus padres, se extiende también, con diferentes manifestaciones, a las relaciones de parentesco con los demás miembros del grupo familiar y al comportamiento respecto a la patria y a los mayores o superiores en cualquier ámbito. Finalmente, implica y sobreentiende también los deberes de los padres y de quienes ejercen una autoridad sobre otros (Cf. Catecismo, 2199).
Así, «el cuarto mandamiento ilumina las demás relaciones en la sociedad. En nuestros hermanos y hermanas vemos a los hijos de nuestros padres; en nuestros primos, a los descendientes de nuestros abuelos; en nuestros conciudadanos, a los hijos de nuestra patria; en los bautizados, a los hijos de nuestra madre, la Iglesia; en toda persona humana, a un hijo o una hija del que quiere ser llamado “Padre nuestro”. Así, nuestras relaciones con nuestro prójimo son reconocidas como de orden personal. El prójimo no es un “individuo” de la colectividad humana; es “alguien” que, por sus orígenes, siempre 'próximos' por una u otra razón, merece una atención y un respeto singulares» (Catecismo, 2212).
En este sentido debe entenderse la afirmación, reiterada en el Magisterio, de que la familia es la primera y fundamental escuela de sociabilidad (Cf. Catecismo, 2207). Por ser la sede natural de la educación para el amor, constituye el instrumento más eficaz de humanización y personalización de la sociedad: colabora de manera original y profunda en la construcción del mundo[1], y «debe vivir de manera que sus miembros aprendan el cuidado y la responsabilidad respecto de los pequeños y mayores, de los enfermos o disminuidos, y de los pobres» (Catecismo, 2208).
Por su parte, la sociedad tiene el grave deber de apoyar y fortalecer el matrimonio y la familia fundada en él, reconociendo su auténtica naturaleza, favoreciendo su prosperidad y asegurando la moralidad pública (Cf. Catecismo, 2210)[2].
Deberes de los hijos y de los padres
La Sagrada Familia es modelo que muestra con particular nitidez los rasgos de vida —de sentido del amor y del servicio; de la educación y la libertad; de la obediencia y la autoridad; etc.— queridos por Dios para toda familia.
A) Los hijos han de respetar y honrar a sus padres, procurar darles alegrías, rezar por ellos y corresponder lealmente a su amor, a sus cuidados y a los sacrificios que hacen por los hijos: para un buen cristiano estos deberes son un dulcísimo precepto.
La paternidad divina, fuente de la humana (Cf. Ef 3,14-15), es el fundamento del honor debido a los padres (Cf. Catecismo, 2214). «El respeto a los padres (piedad filial) está hecho de gratitud para quienes, mediante el don de la vida, su amor y su trabajo, han traído sus hijos al mundo y les han ayudado a crecer en edad, en sabiduría y en gracia. “Con todo tu corazón honra a tu padre, y no olvides los dolores de tu madre. Recuerda que por ellos has nacido, ¿cómo les pagarás lo que contigo han hecho?” (Sir 7,27-28)» (Catecismo, 2215).
El respeto filial se manifiesta en la docilidad y en la obediencia. «Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, pues esto es agradable al Señor» (Col 3,20). Mientras están sujetos a sus padres, los hijos deben obedecerles en lo que dispongan para su bien y el de la familia. Esta obligación cesa con la emancipación de los hijos, pero no cesa nunca el respeto que deben a sus padres (Cf.Catecismo, 2216-2217).
Naturalmente, si los padres mandaran algo opuesto a la Ley de Dios, los hijos deberían anteponer la voluntad de Dios a los deseos de sus padres, ya que «es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5,29).
«El cuarto mandamiento recuerda a los hijos mayores de edad sus responsabilidades para con los padres. En la medida en que puedan, deben prestarles ayuda material y moral en los años de vejez y durante sus enfermedades, y en momentos de soledad o de abatimiento» (Catecismo, 2218).
No siempre la situación familiar es la ideal. También en eso, la providencia de Dios permite que se den situaciones familiares difíciles, dolorosas o que, a primera vista, no son las mejores que cabría esperar: familias con uno solo de los padres, separaciones, violencias o desamor, etc. Puede ser de gran ayuda considerar que el cuarto mandamiento «no habla de la bondad de los padres, no pide que los padres y las madres sean perfectos. Habla de un acto de los hijos, prescindiendo de los méritos de los padres, y dice una cosa extraordinaria y liberadora: incluso si no todos los padres son buenos y no todas las infancias son serenas, todos los hijos pueden ser felices, porque alcanzar una vida plena y feliz depende del reconocimiento justo hacia quien nos ha puesto en el mundo [...] Muchos santos —y muchísimos cristianos—, después de una infancia dolorosa, han vivido una vida luminosa, porque, gracias a Jesucristo, se han reconciliado con la vida» (Francisco, Audiencia general, 19 de septiembre de 2018).
En estas situaciones y siempre, los hijos han de evitar juzgar a los padres y condenarlos. Por el contrario, en la medida en que van madurando, deben aprender a perdonar y a ser comprensivos, sin negar la realidad de lo que han vivido, pero procurando considerarla y valorarla desde Dios, tanto respecto a sus padres, como respecto a su propia vida.
B) Por su parte, los padres han de recibir con agradecimiento, como una gran bendición y muestra de confianza, los hijos que Dios les envíe. Además de cuidar de sus necesidades materiales, tienen la grave responsabilidad de darles una recta educación humana y cristiana. El papel de los padres en la formación de los hijos tiene tanto peso que, cuando falta, difícilmente puede suplirse[3]. El derecho y el deber de la educación son, para los padres, primordiales e inalienables[4].
Los padres tienen la responsabilidad de crear un hogar, un espacio familiar donde se puedan vivir el amor, el perdón, el respeto, la fidelidad y el servicio desinteresado. Un hogar así es el ambiente más apropiado y natural para la formación de los hijos —y de todos los que lo integran— en las virtudes y valores.
Allí, con el ejemplo y la palabra, han de enseñarles a conocerse; a vivir libre y generosamente, con alegría y sinceridad; a ser honestos; a dialogar con cualquier persona; a acoger —con la hondura proporcionada a su edad— las verdades de la fe; a adentrarse en una vida de piedad sencilla y personal; a procurar, con naturalidad y recomenzando cuando sea preciso, que su conducta cotidiana responda a su condición de hijos de Dios; a vivir con sentido de vocación personal; etc.
Al dedicarse a su misión formativa, los padres han de estar convencidos de que, puesto que están desarrollando el contenido de su propia vocación, cuentan con la gracia de Dios. Ante la objetiva dificultad de la tarea, les será de gran ayuda saber por la fe que, por importantes y necesarios que sean los diversos medios y consideraciones humanos, vale la pena siempre poner ante todo los medios sobrenaturales.
Han de procurar tener un gran respeto y amor a la singularidad de los hijos y a su libertad, enseñándoles a usarla bien, con responsabilidad[5]. En esto, como en tantas otras facetas de la educación familiar es fundamental y fecundísimo el ejemplo de su propia conducta.
En el trato con sus hijos deben aprender a unir el cariño y la fortaleza, la vigilancia y la paciencia. Es importante que se hagan buenos amigos de sus hijos y se granjeen su confianza, que no puede lograrse de otro modo y resulta imprescindible para educar. Para esto, ayuda dedicarles tiempo: estar juntos, divertirse, escuchar, interesarse por sus cosas, etc.
Como parte de la fortaleza en la caridad que requiere su tarea, han de saber también corregir cuando sea necesario, porque «¿qué hijo hay a quien su padre no corrija?» (Hb 12,7); pero con la debida moderación, teniendo presente el consejo del Apóstol: «Padres, no os excedáis al reprender a vuestros hijos, no sea que se vuelvan pusilánimes» (Col 3,21).
Los padres no deben desentenderse de su responsabilidad formativa, dejando la educación de sus hijos en manos de otras personas o instituciones, aunque sí pueden –y en ocasiones deben– contar con la ayuda de aquellas que merezcan su confianza (Cf. Catecismo, 2222-2226).
«Como primeros responsables de la educación de sus hijos, tienen el derecho de elegir para ellos una escuela que corresponda a sus propias convicciones. Este derecho es fundamental. En cuanto sea posible, los padres tienen el deber de elegir las escuelas que mejor les ayuden en su tarea de educadores cristianos (Cf. Concilio Vaticano II, Gravissimum educationis, 6). Los poderes públicos tienen el deber de garantizar este derecho de los padres y de asegurar las condiciones reales de su ejercicio» (Catecismo, 2229).
Por otra parte, es natural que en el clima formativo cristiano de una familia se den condiciones muy favorables para que broten vocaciones de entrega a Dios en la Iglesia, también como desarrollo de toda la siembra que han hecho los padres durante tantos años, con la gracia de Dios.
En esos y en todos los demás casos, no deben olvidar que «los vínculos familiares, aunque muy importantes, no son absolutos. A la par que el hijo crece hacia una madurez y autonomía humanas y espirituales, la vocación singular que viene de Dios se afirma con más claridad y fuerza. Los padres deben respetar esta llamada y favorecer la respuesta de sus hijos para seguirla. Es preciso convencerse de que la vocación primera del cristiano es seguir a Jesús (Cf. Mt 16,25): “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí” (Mt 10,37)» (Catecismo, 2232)[6].
La vocación divina de un hijo o de una hija es un don grande de Dios para una familia. Los padres han de procurar respetar y apoyar el misterio de la llamada, aunque puede ser que no la entiendan del todo o les cueste aceptar las implicaciones que conocen o intuyen. Las disposiciones adecuadas ante la vocación de los hijos se cultivan y fortalecen, ante todo, en la oración. Allí se madura la confianza en Dios que permite moderar la tendencia a la protección, evitando sus excesos, y las actitudes de fe y esperanza realistas que mejor pueden ayudar y acompañar a los hijos en su discernimiento o en sus decisiones.
Otros deberes del cuarto mandamiento
A) Con cuantos gobiernan la Iglesia. Los cristianos hemos de tener un «verdadero espíritu filial respecto a la Iglesia» (Catecismo, 2040). Este espíritu se ha de manifestar con quienes gobiernan la Iglesia.
Los fieles «han de aceptar con prontitud y cristiana obediencia todo lo que los sagrados pastores, como representantes de Cristo, establecen en la Iglesia en cuanto maestros y gobernantes. Y no dejen de encomendar en sus oraciones a sus prelados, para que, ya que viven en continua vigilancia, obligados a dar cuenta de nuestras almas, cumplan esto con gozo y no con pesar (Cf. Hb 13,17)»[7].
Este espíritu filial se muestra, ante todo, en la fiel adhesión y unión con el Papa, cabeza visible de la Iglesia y Vicario de Cristo en la tierra, y con los Obispos en comunión con la Santa Sede: «El amor al Romano Pontífice ha de ser en nosotros una hermosa pasión, porque en él vemos a Cristo. Si tratamos al Señor en la oración, caminaremos con la mirada despejada que nos permita distinguir, también en los acontecimientos que a veces no entendemos o que nos producen llanto o dolor, la acción del Espíritu Santo»[8].
B) Respecto a las autoridades civiles. «El cuarto mandamiento de Dios nos ordena también honrar a todos los que, para nuestro bien, han recibido de Dios una autoridad en la sociedad. Este mandamiento determina tanto los deberes de quienes ejercen la autoridad como los de quienes están sometidos a ella» (Catecismo, 2234)[9], siempre en vista del bien común.
Entre los deberes de los ciudadanos se encuentran (Cf. Catecismo, 2238-2243):
—respetar las leyes justas y cumplir los legítimos mandatos de la autoridad (Cf. 1 P 2,13);
—ejercitar los derechos y cumplir los deberes ciudadanos;
—intervenir responsablemente en la vida social y política.
«El ciudadano tiene obligación en conciencia de no seguir las prescripciones de las autoridades civiles cuando estos preceptos son contrarios a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del Evangelio. El rechazo de la obediencia a las autoridades civiles, cuando sus exigencias son contrarias a las de la recta conciencia, tiene su justificación en la distinción entre el servicio de Dios y el servicio de la comunidad política. “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21). “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5,29)» (Catecismo, 2242).
C) Deberes de las autoridades civiles. Quienes ejercen cualquier autoridad deben ejercerla como un servicio y siendo conscientes de que todo ejercicio de poder está condicionado moralmente. Nadie puede hacer, ordenar o establecer lo que es contrario a la dignidad de las personas —en primer lugar, de la que actúa—, a la ley natural y al bien común (Cf. Catecismo, 2235).
El ejercicio de la autoridad ha de manifestar una justa jerarquía de valores para que facilite el ejercicio de la libertad y de la responsabilidad de todos. Los que gobiernan deben buscar la justicia distributiva con sabiduría, teniendo en cuenta las necesidades y la contribución de cada uno y atendiendo a la concordia y la paz social; y tener cuidado de no adoptar disposiciones que induzcan a la tentación de oponer el interés personal al de la comunidad (Cf. CA 25) (Cf. Catecismo, 2236).
«El poder político está obligado a respetar los derechos fundamentales de la persona humana y a administrar con humanidad la justicia, respetando los derechos de todos, especialmente los de las familias y los más indefensos. Debe favorecer, para el bien común de la nación y de la comunidad humana, el ejercicio de los derechos políticos inherentes a la ciudadanía; y no limitarlo sin motivo legítimo y proporcionado» (Catecismo, 2237).
Antonio Porras -Jorge Miras
Bibliografía básica
— Catecismo de la Iglesia Católica, 2196-2257.
— Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 209-214; 221-254; 377-383; 393-411.
— Francisco, Amoris laetitia, 19-III-2016.
[1] Familiaris consortio, 43.
[2] Cf. Ibíd., 252-254.
[3] Cf. Concilio Vaticano II, Gravissimum educationis, 3.
[4] Cf. Juan Pablo II, Familiaris consortio, 22-XI-81, 36; Catecismo, 2221 y Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 239.
[5] Y, «cuando llegan a la edad correspondiente, los hijos tienen el deber y el derecho de elegir su profesión y su estado de vida» (Catecismo, 2230).
[6] «Y, al consolarnos con el gozo de encontrar a Jesús —¡tres días de ausencia!— disputando con los Maestros de Israel (Lc 2,46), quedará muy grabada en tu alma y en la mía la obligación de dejar a los de nuestra casa por servir al Padre Celestial» (San Josemaría, Santo Rosario, 5o misterio gozoso).
[7] Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 37.
[8] San Josemaría, Amar a la Iglesia, 30.
[9] Cf. Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 377-383; 393-398; 410-411.


Capítulo Ocho: Reglas para la Distribución de Limosnas



Capítulo Ocho: Reglas para la Distribución de Limosnas.

En la sección complementaria al final de Los Ejercicios Espirituales , San Ignacio ofrece siete reglas para la distribución de la limosna. Estas reglas son especialmente para aquellos que ocupan algún cargo en la Iglesia y son responsables de la distribución de limosnas (dinero y otras necesidades de la vida) como parte de su ministerio oficial. Sin embargo, en la regla final también deja claro que estas reglas se aplican igualmente a cualquiera que sea llamado a la generosidad con sus posesiones materiales. Esto incluiría esencialmente a cualquiera que tenga posesiones y dinero más allá de sus necesidades más básicas.

Las primeras cuatro reglas que siguen están en el corazón de las enseñanzas de San Ignacio sobre este tema. Los tres últimos añaden más claridad y perspectiva.

Primera regla . La primera: Si hago la distribución a parientes o amigos, o a personas a quienes tengo afecto, tendré cuatro cosas que atender, de las cuales se hizo mención, en parte, en el asunto de la Elección.

La primera es, que ese amor que me mueve y me hace dar la limosna, baje de arriba, del amor de Dios nuestro Señor, para que sienta primero en mí que el amor, más o menos, que tengo a tales personas es para Dios; y que en la razón por la que los amo más aparece Dios.

Tu amor al prójimo fluye y se basa en tu amor a Dios. Cuando amas a otro y así le das, ya sea espiritual, material o cualquier otro don humano, debes hacerlo teniendo a Dios como fin y también como factor motivador. El amor a Dios se encuentra en el amor a los demás. De hecho, las dos últimas palabras de esta regla, “Dios aparece”, significan que Ignacio veía la obra caritativa como una forma de llevar la presencia de Dios al mundo. La caridad es una manera de continuar la Encarnación de Cristo nuestro Señor y dar la mayor gloria a Dios, que es la meta y propósito último de la vida.

Segunda regla . La segunda: quiero poner delante de mí a un hombre a quien nunca he visto ni conocido, y deseando toda su perfección en el ministerio y condición que tiene, como quisiera que guardara la media en su manera de distribuir, para el mayor gloria de Dios nuestro Señor y mayor perfección de su alma; Yo, al hacerlo, ni más ni menos, guardaré la regla y medida que debo querer y juzgar adecuada para el otro.

¡Qué gran ejercicio espiritual! En el centro de este ejercicio está el desapego y la objetividad. Esta regla utiliza una serie de principios ignacianos.

Primero , utiliza la imaginación para pintar la escena.

En segundo lugar , te presenta a un hombre que deseas hacer todo “para mayor gloria de Dios nuestro Señor” y para “mayor perfección de su alma”.

En tercer lugar , incorpora el principio de indiferencia espiritual. No prefiero más o menos ni esto o aquello. En cambio, me esfuerzo por no tener preferencias para no dejarme influenciar por mis propias preferencias.

Cuarto , utiliza esta objetividad para decidir cómo actuar. La misma regla me gustaría que él siguiera, y la norma que juzgue sería para la gloria de Dios, la cumpliré por mí mismo .

Si te encuentras tratando de decidir qué hacer en una situación particular, como por ejemplo si debes dar parte de tu riqueza material en una situación particular, o incluso tu tiempo y talento, intenta hacer esta meditación imaginativa y utiliza su conclusión como guía. .

Tercera regla . La tercera: quiero considerar, como si estuviera a punto de morir, la forma y medida que entonces debería haber querido guardar en el oficio de mi administración, y regularme por ella, para guardarla en los actos de mi administración. mi distribución.

Cuarta Regla . El cuarto: Mirando cómo me encontraré en el Día del Juicio, para pensar bien cómo entonces habría querido usar este cargo y cargo de administración; y la regla que entonces hubiera querido guardar, la guardaré ahora.

Nuevamente, usando tu imaginación, reflexionas en oración sobre este ejercicio. Al momento de morir, ¿con qué decisión estaría más en paz? Este es un ejercicio útil para muchas decisiones en la vida. Sin embargo, este ejercicio supone que cuando uno está en su lecho de muerte, estará más desapegado de todas las ambiciones mundanas en oración. Lamentablemente, ese no es siempre el caso. Se puede imaginar que algunos puedan morir aferrándose a su legado y logros mundanos. Pero si uno busca constantemente el amor y la gloria de Dios, el lecho de muerte es un estado de humildad en el que muchas cosas se ponen en perspectiva.

Si la perspectiva de su lecho de muerte no es motivación suficiente para ver claramente cómo es mejor vivir y qué es lo que da más gloria a Dios, entonces intente el ejercicio de la Regla Cuatro y considere el Día del Juicio. Este enfoque adicional ayuda a despojarnos de cualquier ambición egoísta u objetivo de gloria mundana que quede. Con esta meditación imaginativa, te queda exclusivamente la perspectiva de Dios. ¿Qué piensa Dios? No podrás convencer a Dios de que tenías razón al seguir tal o cual camino egoísta. En el Día del Juicio, serás perfectamente responsable de todo lo que elegiste e hiciste. Esta perspectiva proporciona mucha motivación para ser radicalmente honesto consigo mismo y con sus decisiones en la vida. Y, en este caso, con decisiones sobre cómo utilizas tu riqueza material.

Quinta Regla . La quinta: Cuando alguno se sienta inclinado y atraído hacia algunas personas a las que quiere dar limosna, deténgase y medite bien las cuatro Reglas antes dichas, examinando y probando por ellas su afecto; y no dar la limosna hasta que, conforme a ellas, haya desechado y expulsado por completo su inclinación desordenada.

Esta regla es una invitación a regresar a las primeras cuatro reglas y reflexionar sobre ellas nuevamente. En esta ocasión, San Ignacio te invita a repasar las reglas utilizando los principios que ya te enseñó sobre el discernimiento de los espíritus. Repite nuevamente los ejercicios sugeridos por las primeras cuatro reglas y presta aún mayor atención a los movimientos interiores de tu alma. ¿Dónde sientes consuelo al usar tu imaginación en estos ejercicios? ¿Dónde encuentras la paz de Dios, de forma clara y cómoda? El objetivo es conseguir que no existan afecciones desordenadas que nos motiven. ¿Estás desapegado? ¿Objetivo? ¿Indiferente? Asegúrate de esto. No os dejéis engañar por ninguna forma de egoísmo o desorden en vuestros afectos.

Sexta Regla . La sexta: Aunque no hay culpa en tomar los bienes de Dios nuestro Señor para distribuirlos, cuando la persona es llamada por Dios nuestro Señor a tal ministerio; aún en la cantidad de lo que tiene para tomar y aplicar a sí mismo de lo que tiene para dar a los demás, puede haber dudas en cuanto a falta y exceso. Por tanto, puede reformarse en su vida y condición mediante las Reglas antes mencionadas.

La regla anterior se aplica principalmente a aquellos dentro de la Iglesia que ocupan un cargo, como un sacerdote o un religioso, y brinda orientación básica sobre cuánto se debe recibir para distribuir. En pocas palabras, la norma recomienda que las Reglas Uno a Cuatro se utilicen como guía para no caer en excesos o faltas y, de hecho, eliminar cualquier duda sobre estas cuestiones.

Séptima Regla . La séptima: Por las razones ya expuestas y por muchos otros, siempre es mejor y más seguro en lo que toca a la propia persona y condición de vida escatimar más y disminuir y acercarse más a nuestro Sumo Sacerdote, nuestro modelo y regla, que es Cristo nuestro Señor; conforme a lo que determina y ordena el tercer Concilio de Cartago, en el que estuvo San Agustín, que los muebles del Obispo sean baratos y pobres. Lo mismo debe considerarse en todos los modos de vida, mirando y decidiendo según la condición y estado de las personas; como en la vida matrimonial tenemos el ejemplo de San Joaquín y de Santa Ana, quienes, dividiendo sus medios en tres partes, dieron la primera a los pobres, y la segunda al ministerio y servicio del Templo, y tomaron la tercera. para el sustento de ellos mismos y de su hogar.

Por último, San Ignacio ofrece una regla general: siempre es mejor ser más generoso y vivir más sencillamente si hay alguna duda al respecto. Luego utiliza el segundo párrafo para mostrar que estos principios se aplican también a todos los estados de la vida.



Resumen
Crecer en santidad tendrá efectos definitivos en tu vida. Mientras oras, medita en la vida de nuestro Señor, busca darle gloria a Dios en todas las cosas y esfuérzate por entregarlo todo a Él y a su santa voluntad. Si lo haces, cambiarás. Todo en ti cambiará. Una de esas cosas será cómo vives en el mundo material y cómo usas tus posesiones. San Ignacio no da reglas claras sobre cómo utilizar los recursos materiales. En cambio, te da un método básico de discernimiento para que puedas llegar a comprender la voluntad de Dios con respecto a tus posesiones.

Este es un enfoque excepcionalmente fructífero porque ninguno de nosotros debería tener miedo de buscar la voluntad de Dios. Nadie debería rehuir el único objetivo de dar la mayor gloria a Dios en todas las cosas, incluso en la forma en que se utilizan las posesiones materiales. Por lo tanto, no rehuyas estas lecciones. Esfuérzate por entregarlo todo a Dios, busca Su voluntad, despégate de las preferencias personales y permite que Dios se haga cargo de tu vida. No hay duda de que si eres capaz de hacer esto, tu vida mejorará enormemente.

Sondeando las profundidades

Capítulo Nueve: Algunas notas sobre los escrúpulos

Cómo ejercer autoridad con afecto, Padre Juan Jaime Escobar - Tele VID

Congreso bíblico carismático, 5 de 6

La Santa Misa de Hoy|Jueves de la XXI semana del Tiempo Ordinario |31-8-...

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Misa Jueves 31 Agosto 2023

miércoles, 30 de agosto de 2023

PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN DÍA 31 DE AGOSTO




PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN

Pensamiento bíblico:

Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura; él sacia de bienes tus anhelos, y como un águila se renueva tu juventud (Salmo 102, 1-5).

Pensamiento franciscano:

Dice san Francisco: -¿De qué puedes gloriarte, oh hombre? Pues, aunque fueras tan sutil y sabio que tuvieras toda la ciencia y supieras interpretar todo género de lenguas e investigar sutilmente las cosas celestiales, de ninguna de estas cosas puedes gloriarte; porque un solo demonio supo de las cosas celestiales y ahora sabe de las terrenas más que todos los hombres (Adm 5,4-6).

Orar con la Iglesia:

Adoremos a Dios Padre, que tanto amó al mundo que le dio a su Hijo único.

-Por la santa Iglesia: para que la unidad, la caridad mutua y el fervor reinen entre sus miembros.

-Por la humanidad: para que cesen las guerras, el terrorismo, los odios y las divisiones, y recuperemos la esperanza en el amor.

-Por los que sufren los frutos del egoísmo, la soledad, la opresión, el desamparo: para que encuentren quienes les comprendan y ayuden.

-Por los creyentes: para que, abandonando los ídolos (riqueza, prestigio, placer...), amemos a Dios con un corazón indiviso.

-Por nosotros mismos: para que, saliendo de la mediocridad, vivamos en plenitud el amor a Dios y al prójimo.

Oración: Te pedimos, Padre, que nos concedas imitar a tu Hijo, que pasó por la vida haciendo el bien. Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

 

Velen y estén preparados

 

 Velen y estén preparados

Jueves 31 de agosto

¡Paz y Bien!

Evangelio

Mateo 24, 42-51

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Velen y estén preparados, porque no saben qué día va a venir su Señor. Tengan por cierto que si un padre de familia supiera a qué hora va a venir el ladrón, estaría vigilando y no dejaría que se le metiera por un boquete en su casa. También ustedes estén preparados, porque a la hora en que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre.

Fíjense en un servidor fiel y prudente, a quien su amo nombró encargado de toda la servidumbre para que le proporcionara oportunamente el alimento. Dichoso es el servidor, si al regresar su amo, lo encuentra cumpliendo con su deber. Yo les aseguro que le encargará la administración de todos sus bienes.

Pero si el servidor es un malvado, y pensando que su amo tardará, se pone a golpear a sus compañeros, a comer y emborracharse, vendrá su amo el día menos pensado, a una hora imprevista, lo castigará severamente y lo hará correr la misma suerte de los hipócritas. Entonces todo será llanto y desesperación".

Palabra del Señor

Reflexión

En este pasaje Jesús nos invita a la vigilancia, y sobre todo a reconocer que todo lo que tenemos, es sólo en administración, por lo que tenemos el compromiso de cuidar de "sus" bienes y de administrarlos correctamente.

Es importante notar en esta cita que cuando Jesús habla sobre el servidor fiel, lo pone en relación a sus hermanos; con ello nos indica que todos los que tenemos autoridad sobre otros debemos reconocer que un día el Señor nos pedirá cuentas de ellos. De ahí la gran responsabilidad que tienen sobre todo los padres de familia, a los que Dios les ha encomendado el cuidado de sus hijos; de los esposos, a quienes les ha encomendado el cuidado mutuo; de la alta responsabilidad de los empresarios, patrones, supervisores, etc., quienes tendrán que responder por el bienestar (y diríamos incluso de la santidad) de sus empleados.

Si el Señor te pidiera hoy cuentas de tu administración, ¿te encontraría preparado? Te invito, pues, a hacer un breve balance de cómo has administrado lo que el Señor puso a tu cuidado, sobre todo en tu trato con tus hermanos.

¡Feliz Jueves!  

Tù eres, Señor, todo nuestro bien

 



Tù eres, Señor, todo nuestro bien


Escuchemos, hermanos, la voz de la Vida que nos invita a beber de la fuente de vida; el que nos llama es no sólo fuente de agua viva, sino también fuente de vida eterna, fuente de luz y de claridad; él es aquel de quien proceden todos los bienes de sabiduría, de vida y de luz eterna. El Autor de la vida es fuente de vida, el Creador de la luz es origen de toda claridad; por eso, despreciando las cosas visibles y pasando por encima de las cosas terrestres, dirijámonos hacia los bienes celestiales, sumergidos en el Espíritu como los peces en el agua, y dirijámonos a la fuente del agua viva para beber de ella el agua viva que brota para comunicar vida eterna.

Ojalá te dignaras, Dios de misericordia y Señor de todo consuelo, hacerme llegar hasta aquella fuente, para que en ella pudiera, junto con todos los sedientos, beber del agua viva en la fuente viva y, saciado con su abundante suavidad, me adhiriera con fuerza cada vez mayor a un tal manantial y pudiera decir: «¡Cuán dulce es la fuente del agua viva, cuyo manantial brota para comunicar vida eterna!»

Oh Señor, tú mismo eres aquella fuente que, aunque siempre bebamos de ella, siempre debemos estar deseando. Señor Jesucristo, danos sin cesar de ese agua para que brote en nuestro interior una fuente de agua viva que nos comunique la vida eterna. Pido cosas ciertamente grandes, ¿quién lo negará? Pero tú, Rey de la gloria, nos prometes dones excelsos y te complaces en dárnoslos: nada hay más excelso que tú mismo, y tú has querido darte y entregarte a nosotros.

Por eso te pedimos que nos enseñes a valorar lo que amamos, que eres tú mismo, pues nuestro amor no desea bien alguno fuera de ti. Tú eres, Señor, todo nuestro bien, nuestra vida y nuestra luz, nuestra salvación, nuestro alimento y nuestra bebida. Infunde en nuestro corazón, Señor Jesús, la suavidad de tu Espíritu y hiere nuestra alma con tu amor para que cada uno de nosotros pueda decir con toda verdad: «Muéstrame dónde está el amor de mi alma, porque desfallezco, herido de amor.»

Deseo, Señor, desfallecer herido de esta forma. Dichosa el alma a quien de esta manera ha herido el amor: esta alma busca la fuente y bebe, siempre, sin embargo, bebiendo tiene sed, deseando encuentra agua, teniendo sed siempre bebe; así, amando siempre busca y cuando es herida es sanada. Ojalá se digne herirnos de este modo nuestro Dios y Señor Jesucristo, el piadoso y poderoso médico de nuestras almas, que es uno con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén

De las Instrucciones de san Columbano; abad

(Instrucción 13, Sobre Cristo fuente de vida, 2-3: Opera, Dublín 1957, pp. 118-120)

Textos de la Sagrada Escritura

 


Textos de la Sagrada Escritura.


" Yo soy la vid;
Vosotros los sarmientos.
El que permanece en mi y yo en él,
Ese da mucho fruto;
Porque separados de mi no podéis hacer nada."
Jn 15,5

"En verdad, en verdad os digo:
si no coméis la carne del Hijo del hombre,
y no bebéis su sangre,
no tenéis vida en vosotros."
Jn 5,53

"y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mi;
la vida que vivo al presente en la carne,
la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó
y se entrego a sí mismo por mí."
Gal 2,20

"Porque donde esté vuestro tesoro,
allí estará también vuestro corazón."
Lc 12,34

"Yo soy el pan de la vida.
Vuestros padres comieron el maná en el desierto
Y murieron; éste es el pan que baja del cielo,
para que quien lo coma no muera.
Yo soy el pan vivo, bajado del cielo.
Si uno come de este pan, vivirá para siempre;
y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por
la vida del mundo…."Si no coméis la carne
del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre,
no tenéis vida en vosotros.

"El que come mi carne y bebe mi sangre,
tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el ultimo día.
Porque mi carne es verdadera comida
y mi sangre verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre,
permanece en Mí, Y yo en él".

"Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado
y yo vivo por el Padre, también el que me coma
vivirá por mí". Jn 6, 48-57

"Mientras estaban comiendo, tomo Jesús pan
y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos dijo:
"Tomad, comed, éste es mi cuerpo."
Tomo luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo:
"bebed de ella todos, porque ésta es mi sangre de la Alianza,
que es derramada por muchos para el perdón de los pecados".
Mt 26, 26-28

"Hagan esto en memoria mía".
Lc 22,19