LA ORACIÓN DE UN CORAZÓN PURO (II)
por Eloi Leclerc, o.f.m.
[Francisco concede gran importancia en la vida de oración a la disposición íntima que él designa sencillamente con las palabras «corazón puro». Pero, ¿en qué consiste exactamente esta disposición?, ¿cómo podemos definir la expresión «corazón puro»?, ¿qué es «la oración de un corazón puro»?]
El primer elemento de la respuesta nos lo da san Francisco en la Carta a toda la Orden. Al pedir a los hermanos que ofrezcan puros y puramente el sacrificio del Señor, se extiende sobre el significado de esta pureza con las siguientes palabras: «Ruego en el Señor a todos mis hermanos sacerdotes... que siempre que quieran celebrar la misa, puros y puramente hagan con reverencia el verdadero sacrificio del santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, con intención santa y limpia, y no por cosa alguna terrena ni por temor o amor de hombre alguno, como para agradar a los hombres; sino que toda la voluntad, en cuanto la gracia la ayude, se dirija a Dios, deseando agradar al solo sumo Señor en persona, porque allí solo él mismo obra como le place» (CtaO 14-15). La razón de ello es que Dios no permitiría ser tratado como un medio. Él es el «Soberano Señor».
Esta primera observación da vida, en el pensamiento de Francisco, a una estrecha relación entre el corazón puro y el sentido de Dios y de su trascendencia. El corazón puro está vinculado a cierta visión de Dios, está atento a la realidad suma de Dios y considera a Dios como Dios. La oración de un corazón puro es, esencialmente, adoración y alabanza. El propio Francisco caracteriza de esta manera el corazón puro: «Son verdaderamente limpios de corazón quienes desprecian las cosas terrenas, buscan las celestiales y no dejan nunca de adorar y ver, con corazón y alma limpios, al Señor Dios vivo y verdadero» (Adm 16).
La relación entre el corazón puro y la adoración se inspira directamente en el Evangelio de las bienaventuranzas, que Francisco cita al principio de la Admonición sobre la pureza de corazón: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios»; si bien no es imposible descubrir aquí también la huella de la corriente mística que, en aquella época, se manifestaba hasta en la literatura romancesca. Esta literatura, que celebraba las aventuras de los caballeros en busca del santo Grial, no era desconocida a Francisco. Él mismo comparaba a sus compañeros con los caballeros de la Mesa redonda. Ahora bien, en dichos romances, sólo el caballero de corazón puro contempla, al fin, la realidad misteriosa y trascendente.
Cualesquiera que sean las influencias que aquí se pueden registrar, lo que importa, sobre todo, es comprender el valor de la relación entre el corazón puro y la adoración, para lo cual hemos de superar la interpretación puramente moralizante. El corazón puro no se define, ante todo, por su perfección moral ni por la preocupación del perfeccionamiento moral. La adoración no es, tampoco, una recompensa concedida a la perfección moral. Francisco entiende el corazón puro como el corazón desembarazado de sí mismo y que coloca toda su atención en el ser mismo de Dios. Francisco repite a menudo en sus Escritos que los hermanos deben barrer de sus almas toda clase de preocupaciones con el fin de dar limpia cabida a la adoración:
«Nosotros los hermanos, como dice el Señor, dejemos que los muertos entierren a sus muertos. Y guardémonos mucho de la malicia y sutileza de Satanás, que quiere que el hombre no tenga su mente y su corazón dirigidos a Dios. Y dando vueltas, desea llevarse el corazón del hombre so pretexto de alguna recompensa o ayuda... Por lo tanto, hermanos todos, guardémonos mucho de perder o apartar del Señor nuestra mente y corazón so pretexto de alguna merced u obra o ayuda. Mas en la santa caridad que es Dios, ruego a todos los hermanos, tanto los ministros como los otros, que, removido todo impedimento y pospuesta toda preocupación y solicitud, del mejor modo que puedan, hagan servir, amar, honrar y adorar al Señor Dios con corazón limpio y mente pura, que es lo que él busca sobre todas las cosas» (1 R 22, 18-26). «Por consiguiente, ninguna otra cosa deseemos, ninguna otra queramos, ninguna otra nos plazca y deleite, sino nuestro Creador y Redentor y Salvador, el solo verdadero Dios... Por consiguiente, que nada impida, que nada separe, que nada se interponga» (1 R 23,9-10).
El corazón puro se identifica con esta disponibilidad total. No es un tesoro de moralidad que quisiéramos regalar a Dios y que nos concedería el derecho de mirarle cara a cara. Se trata, más bien, del desprendimiento de sí mismo. El corazón puro constituye un abismo de atención al misterio de Dios unido a un desasimiento total de sí mismo.
por Eloi Leclerc, o.f.m.
[Francisco concede gran importancia en la vida de oración a la disposición íntima que él designa sencillamente con las palabras «corazón puro». Pero, ¿en qué consiste exactamente esta disposición?, ¿cómo podemos definir la expresión «corazón puro»?, ¿qué es «la oración de un corazón puro»?]
El primer elemento de la respuesta nos lo da san Francisco en la Carta a toda la Orden. Al pedir a los hermanos que ofrezcan puros y puramente el sacrificio del Señor, se extiende sobre el significado de esta pureza con las siguientes palabras: «Ruego en el Señor a todos mis hermanos sacerdotes... que siempre que quieran celebrar la misa, puros y puramente hagan con reverencia el verdadero sacrificio del santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, con intención santa y limpia, y no por cosa alguna terrena ni por temor o amor de hombre alguno, como para agradar a los hombres; sino que toda la voluntad, en cuanto la gracia la ayude, se dirija a Dios, deseando agradar al solo sumo Señor en persona, porque allí solo él mismo obra como le place» (CtaO 14-15). La razón de ello es que Dios no permitiría ser tratado como un medio. Él es el «Soberano Señor».
Esta primera observación da vida, en el pensamiento de Francisco, a una estrecha relación entre el corazón puro y el sentido de Dios y de su trascendencia. El corazón puro está vinculado a cierta visión de Dios, está atento a la realidad suma de Dios y considera a Dios como Dios. La oración de un corazón puro es, esencialmente, adoración y alabanza. El propio Francisco caracteriza de esta manera el corazón puro: «Son verdaderamente limpios de corazón quienes desprecian las cosas terrenas, buscan las celestiales y no dejan nunca de adorar y ver, con corazón y alma limpios, al Señor Dios vivo y verdadero» (Adm 16).
La relación entre el corazón puro y la adoración se inspira directamente en el Evangelio de las bienaventuranzas, que Francisco cita al principio de la Admonición sobre la pureza de corazón: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios»; si bien no es imposible descubrir aquí también la huella de la corriente mística que, en aquella época, se manifestaba hasta en la literatura romancesca. Esta literatura, que celebraba las aventuras de los caballeros en busca del santo Grial, no era desconocida a Francisco. Él mismo comparaba a sus compañeros con los caballeros de la Mesa redonda. Ahora bien, en dichos romances, sólo el caballero de corazón puro contempla, al fin, la realidad misteriosa y trascendente.
Cualesquiera que sean las influencias que aquí se pueden registrar, lo que importa, sobre todo, es comprender el valor de la relación entre el corazón puro y la adoración, para lo cual hemos de superar la interpretación puramente moralizante. El corazón puro no se define, ante todo, por su perfección moral ni por la preocupación del perfeccionamiento moral. La adoración no es, tampoco, una recompensa concedida a la perfección moral. Francisco entiende el corazón puro como el corazón desembarazado de sí mismo y que coloca toda su atención en el ser mismo de Dios. Francisco repite a menudo en sus Escritos que los hermanos deben barrer de sus almas toda clase de preocupaciones con el fin de dar limpia cabida a la adoración:
«Nosotros los hermanos, como dice el Señor, dejemos que los muertos entierren a sus muertos. Y guardémonos mucho de la malicia y sutileza de Satanás, que quiere que el hombre no tenga su mente y su corazón dirigidos a Dios. Y dando vueltas, desea llevarse el corazón del hombre so pretexto de alguna recompensa o ayuda... Por lo tanto, hermanos todos, guardémonos mucho de perder o apartar del Señor nuestra mente y corazón so pretexto de alguna merced u obra o ayuda. Mas en la santa caridad que es Dios, ruego a todos los hermanos, tanto los ministros como los otros, que, removido todo impedimento y pospuesta toda preocupación y solicitud, del mejor modo que puedan, hagan servir, amar, honrar y adorar al Señor Dios con corazón limpio y mente pura, que es lo que él busca sobre todas las cosas» (1 R 22, 18-26). «Por consiguiente, ninguna otra cosa deseemos, ninguna otra queramos, ninguna otra nos plazca y deleite, sino nuestro Creador y Redentor y Salvador, el solo verdadero Dios... Por consiguiente, que nada impida, que nada separe, que nada se interponga» (1 R 23,9-10).
El corazón puro se identifica con esta disponibilidad total. No es un tesoro de moralidad que quisiéramos regalar a Dios y que nos concedería el derecho de mirarle cara a cara. Se trata, más bien, del desprendimiento de sí mismo. El corazón puro constituye un abismo de atención al misterio de Dios unido a un desasimiento total de sí mismo.
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