"Año Litúrgico"
Dom Gueranger
SAN IGNACIO DE LOYOLA,
CONFESOR
LUTERO
Aún cuando el ciclo del tiempo después de Pentecostés nos haya manifestado en numerosas ocasiones la solicitud con que el Espíritu Santo vela por la defensa de la Iglesia, vuelve a resplandecer en este día la enseñanza de una manera nueva. En el siglo XVI, una formidable acometida se había desencadenado contra la Iglesia. Satanás había escogido como jefe a un hombre, caído como él de las alturas del cielo. Lutero, solicitado desde su juventud por gracias de predilección propias de los perfectos, no supo, en un día de extravío, resistir al esplritu de rebeldía. Como Lucifer, que pretendía ser igual a Dios, encaróse con el Vicario del Altísimo sobre el monté del Testamento; pronto, rodando
de abismo en abismo, arrastró en pos de sí la tercera parte de los astros del cielo de la santa Iglesia. ¡Ley misteriosa y terrible, aquella que tan frecuentemente deja en las esferas del mal al hombre o al ángel caído el imperio que debía ejercer para el bien y para el amor! Mas la eterna sabiduría jamás queda frustrada; precisamente entonces, frente a la libertad pervertida del ángel o del hombre, implanta esta otra ley de sustitución misericordiosa de la que fué Miguel el primer beneficiado.
VOCACIÓN DE IGNACIO
La vocación de Ignacio a la santidad sigue paso a paso en su Desarrollo a la apostasía de Lutero. En la primavera del año 1521, Lutero, desafiando a todos los poderes, acababa de abandonar “Worms y de recluirse en Wartbourgo, cuando Ignacio recibía en Pamplona la herida que había de retirarle del mundo y encaminarle poco después a Manresa. Valeroso como sus nobles antepasados, se había sentido penetrado desde sus primeros años del ardor belicoso que se les vió mostrar sobre los campos de batalla de la tierra de España; mas la campaña contra el Moro ha tocado a su ñn precisamente en los días de su nacimiento. ¿Podrá creerse que para satisfacer sus caballerescos Instintos sólo tendrá porfías mezquinas?
El único y verdadero Rey digno de su grande alma se le revela en la prueba que detiene sus proyectos mundanos; una nueva milicia preséntase a su ambición; comienza otra cruzada. El año de 1522 contempla, desde los montes de Cataluña a los de Turingia, el desarrollo de la divina estrategia de la que únicamente los ángeles poseen todavía el secreto.
MONTSERRAT
Admirable campiña en donde diríase que el cielo se contenta con observar a los poderes del mal, dejándoles tomar la delantera y únicamente reservándose el derecho de hacer sobreabundar la gracia allá mismo donde pretende abundar la iniquidad. Así como el año precedente, tres semanas después de consumada la rebelión de Lutero, había tenido lugar el primer llamamiento de Ignacio; a tres semanas igualmente de distancia, he aquí que el infierno y el cielo exhiben sus elegidos bajo la diferente armadura que corresponde a los dos campos, cuyos jefes serán ambos. Diez meses de extrañas manifestaciones han preparado al lugarteniente de Satanás en el forzado retiro que él denominó “su Patmos”; y el 5 de Marzo, conculcando la orden de destierro, el tránsfuga del sacerdocio y del claustro abandona Wartbourgo transformado, bajo la coraza y el casco, en caballero espúreo. El 25 del mismo mes, en la noche gloriosa en que el Verbo tomó carne, el flamante soldado de las armas del reino católico, el descendiente de los Iñigo y de los Loyola, vestido de saco, insignia de la pobreza que revela sus nuevos proyectos, pasa en oración en Montserrat la noche velando las armas. Suspende del altar de María su bien templada espada y de allí se dirige a luchas desconocidas que le esperan en un combate sin conmiseración contra sí mismo.
PARÍS
A la bandera del libre examen pone sobre la suya por única divisa: ¡A la mayor gloria de Dios! Pronto se le ve en París, (en donde Calvino secretamente recluta a los futuros hugonotes), para alistar, a favor del Dios de los ejércitos, la compañía de vanguardia que debe proteger a las huestes cristianas iluminando su camino, dando y recibiendo los primeros golpes. Inglaterra, a primeros del año 1534, imita en su apostasía a Alemania y a los países del Norte, cuando el 15 de Agosto de este mismo año los primeros soldados de Ignacio junto con él sellan en Montmartre el compromiso definitivo que más tarde renovarán solamente en San Pablo Extramuros. Porque en Roma ha fijado el punto de reunión aquella tropa, que muy pronto se acrecentará de una manera sorprendente y cuya profesión particular será la de estar siempre dispuestos a dirigirse, a la menor señal, a todos los puntos a donde juzgare bien utilizar su celo el Jefe de la Iglesia militante en defensa de la fe o para su propagación, y para el progreso de las almas en la doctrina y en la vida cristiana.
LA COMPAÑÍA DE JESUS
Unos labios ilustres han dicho: “Lo que sorprende a primera vista en la Compañía de Jesús, es que para ella la edad madura es contemporánea de la primera formación. Quien conoce a los primeros autores de la Compañía, conoce a la Compañía entera en su espíritu, en su objeto, en sus empresas, en sus procedimientos, en sus métodos. ¡Qué generación la que preside en sus orígenes! ¡Qué unión de ciencia y de actividad, de vida interior y de vida militante! Puede decirse que son hombres universales, hombres de raza gigantesca, en comparación de los cuales nosotros no somos más que insectos: de genere giganteo, quibus comparan quasi locustae videbamur”.
IGNACIO Y LA ORACIÓN DE LA IGLESIA
¡Cuán conmovedora se nos aparece la sencillez tan llena de encantos de estos primeros Padres de la Compañía, yendo de camino hacia Roma, a pie y en ayunas, agotados, mas desbordante el corazón de alegría y cantando bajito los Salmos de David! Cuando fué indispensable para responder a las necesidades de la hora presente, abandonar en el nuevo instituto las grandes tradiciones de la oración pública, no se hizo sin gran sacrificio por parte de muchas de estas almas; con pena María hubo de ceder su puesto a Marta en este punto. Por espacio de tantos siglos la solemne celebración de los divinos Oficios había parecido la indispensable tarea de toda familia religiosa de la que constituía la deuda social primaria; ¡era el alimento primero de la santidad individual de sus miembros!
Mas la llegada de tiempos nuevos que sembraban por todas partes la degradación y la ruina reclamaba una excepción tan insólita como dolorosa de la valiente compañía que consagraba su existencia a la inestabilidad de alarmas sin cuento y de continuas incursiones sobre tierras enemigas. Ignacio lo comprendió. Sacrificó en aras del objeto particular que se imponía al atractivo personal que sintió toda su vida hacia el canto sagrado, cuyas menores notas al llegar a sus oidos le hacían verter lágrimas de consuelo.
Con los últimos tiempos y sus emboscadas, había sonado para la Iglesia la hora de las milicias especiales, organizadas en campamentos volantes. Pero cuanto más difícil se hacía exigir cada día a estas tropas beneméritas, embebidas en el continuo batallar del exterior, los hábitos y costumbres de los que protegían a la Ciudad Santa, tanto más rechazaba San Ignacio el extraño contrasentido que pretendió reformar las costumbres del pueblo cristiano según el modo de vida exigida por el servicio de reconocimiento y de vanguardia, al que él sacrificó por todos los demás. La tercera de las dieciocho reglas que asienta, como coronamiento de los Ejercicios Espirituales, “para tener en nosotros los verdaderos sentimientos de la Iglesia ortodoxa”, recomienda a los fieles los cantos de la Iglesia, los salmos, y las diferentes Horas canónicas en el tiempo señalado para cada una. Y, al principio del libro, que verdaderamente es el tesoro de la Compañía de Jesús, al establecer las condiciones que permitirán sacar el mayor fruto possible de los mismos Ejercicios, determina en su vigésima anotación, que aquel que pudiere, escoja durante el tiempo de su duración, una celda desde donde le sea fácil dirigirse tanto a los Oficios como al santo Sacrificio. ¿Qué hace en esto, por lo demás, nuestro Santo, sino aconsejar para la práctica de los Ejercicios el mismo espíritu con que fueron compuestos, en este retiro bendito de Manresa, en donde la asistencia cotidiana a la Misa solemne y a los Oficios del atardecer fué para él un manantial de celestials delicias?
Vida