miércoles, 1 de mayo de 2019

Jueves 2º de Pascua.- S. Atanasio 2-05-2019

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“El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él”

Evangelio según S. Juan 3, 31-36

Dijo Jesús: «El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz. El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesará sobre él».





Meditación sobre el Evangelio
Juan el Bautista, en su último testimonio que aparece de él en favor de Jesús, acertó plenamente en sus palabras, inmediatamente anteriores a estas que nos añade el apóstol, las cuales son comentario de aquellas. Anda Juan evangelista con la quemadura de que no se le da a Jesús toda la importancia: Él está por encima de todos. Doctores y letrados, devotos y religiosos, se empeñaban (¿se empeñan?) en otras líneas de espiritualidad. A Cristo o se le disminuía o se le arrumbaba. Clama el evangelista que Jesús es el único que ha visto a Dios y baja a manifestárnoslo; mas no aceptan sus palabras y continúan por senderos insensatos.

A Jesús le ha infundido el Padre su Espíritu sin medida; es el lleno de la gracia y de la verdad. El que le crea, haciendo vida sus palabras, notará en su corazón y en su mente la veracidad de esas palabras; lo experimentará tangiblemente, dando gloria al Dios verdadero, certificando notarialmente, con sus hechos de vida, la verdad, verdad total. A los demás, aun a los mejores, se les ha dado con medida esa verdad. Aunque a todos ama el Padre, por encima de todos ama a Jesús; y ha puesto en sus manos con que reparta a todos; en su boca, de donde tomen todas las bocas verdad; en su vida, vitalidad para todos. Es el encanto de Dios y el encanto nuestro, remanso de la vida infinita donde se abrevan los arroyuelos.

El que cree al Hijo, el que se le entrega a ciegas, el que se enamora y se desmaya en su querer y en su decir, el que camina como él («caminemos en el amor así como Cristo caminó»; «porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros…»), ése no sólo tiene, sino que posee la vida; y no cualquier vida, sino la vida eterna. Quien no le hace caso, sobre él pende la ira de Dios: ¡malvados los que desprecian el Amor!

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