domingo, 1 de julio de 2018

San Francisco de Asís. Religioso, estigmatizado y místico

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Pildoras De Fe .

La sencillez y humildad de San Francisco de Asís se valora como una de las más altas manifestaciones de la espiritualidad cristiana  
San Francisco de Asís fue un humilde fraile católico italiano, diácono y predicador. Fundó la Orden de los Hermanos Menores, la Orden de mujeres de Santa Clara, la Tercera Orden de San Francisco y los Custodios de Tierra Santa. Tuvo encuentros místicos con Jesús y un Serafín se le apareción para entregarle los estigmas de Cristo. San Francisco de Asís es una de las figuras religiosas más veneradas de la historia.

Fiesta: 04 de octubre
Martirologio romano: Memoria de San Francisco de Asís, quien, después de haber vivido una juventud despreocupada, en Asís, Umbría, tuvo una profunda conversión a la vida evangélica, para servir a Jesucristo, a quien había reconocido especialmente en los pobres y desposeídos, haciéndose pobre él mismo. Muchos se unieron a él y formó la comunidad de los Hermanos Menores, y peregrinando por muchos sitios, predicó el amor de Dios, incluso hasta Tierra Santa, mostrando en sus palabras y acciones su anhelo de seguir a Cristo en la perfección, y que quiso morir recostado sobre la desnuda tierra

Biografía de San Francisco de Asís


San Francisco de Asís nació en 1182 en Asís, Italia, hijo de un próspero comerciante. Tuvo tiempo y dinero para realizar y disfrutar de grandes y fastuosos banquetes para jóvenes nobles que lo proclamaban "el rey de las fiestas". Entre tantas parrandas y las ventas de ropa del negocio de su padre, no le dejaban a Francisco tiempo suficiente para Dios.

Era un hombre joven y guapo, encantador y educado, que pasó sus primeros años entre la nobleza juvenil, yendo de fiestas en fiestas. Soñaba con el título de caballero y anhelaba la vida aventurera de la caballería. En la búsqueda de ese sueño, ingresó en la guerra entre Asís y Perugia a la edad de 20 años


Una pasión revivida
En una guerra entre Asís y Perugia, Francisco luchó con entusiasmo juvenil. Fue herido y hecho prisionero. Pasaría el siguiente año en un calabozo, en donde contrajo malaria. Rescatado por su padre, Francisco regresó a Asís siendo un joven más reflexivo. La enfermedad lo tocó profundamente y en esa experiencia escuchó los primeros indicios de una vocación que lo llamaba a la paz y la justicia.

Las victorias militares del conde Walter de Brienne revivieron el deseo a Francisco por el título de caballero. Bajo el mando de Brienne, él esperaba ganar su favor y convertirse en un caballero. En su camino a unirse a Brienne, Francisco se detuvo en Spoleto y escuchó la terrible noticia de su muerte. Fue vencido en ese momento por la depresión y su malaria regresó.

Un llamado y una visión
Una noche, mientras San Francisco de Asís estaba quedándose dormido, escuchó una voz misteriosa que le preguntó: "¿Quién crees mejor que puede recompensarte mejor, el Maestro o el sirviente?" Francisco respondió: "El Maestro". La voz continuó: "¿Por qué tú dejas al Maestro por el siervo?" Francisco se dio cuenta que el siervo era el conde Walter. Abandonó entonces Spoleto convencido de que Dios había hablado con él.

Durante los próximos dos años San Francisco de Asís sintió una fuerza interior que lo estaba preparando para otro cambio de rumbo. Un día tuvo una visión con unos leprosos que le causaban mucha repugnancia en su alma sensible.

Un día, mientras montaba su caballo, se encontró en el camino con un leproso. Su primer impulso fue lanzarle una moneda y estimular a su caballo para irse rápido; pero en su lugar, San Francisco de Asís desmontó y abrazó al leproso. Más tarde, en su lecho de muerte, el recordaría este encuentro como el momento culminante de su conversión:

"Lo que me parecía amargo al principio, se me transformó en dulzura del alma y del cuerpo"

Francisco, repara mi Iglesia
Más tarde, mientras se encontraba orando en la iglesia abandonada de San Damián, escuchó una voz que venía del crucifijo que lo desafió a reconstruir la iglesia: "Francisco, repara mi Iglesia". Al principio pensó que significaba que debía reconstruir la iglesia de San Damián.

Poco a poco, San Francisco de Asís se dio cuenta de que Dios quería decir que él debía "reconstruir" la Iglesia en general. A partir de ese momento tuvo que decidir en vivir una vida cristiana que le colocaría en la oposición a los valores de su sociedad y lo dejaría apartado de la familia y de muchos amigos de su misma edad.

Al principio Francisco intentó vivir una vida de soledad y oración. En pocos años, se dio cuenta que Dios lo estaba llamando a impulsar a un movimiento que ya presente entre los fieles cristianos, una vida de conversión, el reto de vivir el Evangelio en su vida diaria.

Francisco encontró que otros hombres de Asís se sintieron atraídos por la misma visión, de seguir a Cristo y sus apóstoles. Pronto creció una pequeña comunidad que se instaló en las afueras de un pueblo cerca de la iglesia abandonada de Nuestra Señora de los Ángeles.

El Sarafín y los estigmas de San Francisco


San Francisco imitado a Cristo tan perfectamente que hacia el final de su vida nuestro Señor desea señalar sacarlo al mundo como el fiel imitador del Crucificado, imprimiendo sus cinco heridas en su cuerpo.

Dos años antes de su muerte, en la mañana de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, mientras estaba orando en un lugar secreto y solitario en la montaña, de San Francisco de Asís contempló un serafín con seis alas todo incendiado, descendiendo a él desde las alturas.

A medida que el serafín volaba con gran rapidez hacia él, apareció en medio de sus alas la forma de un crucificado, con las manos y los pies estirados y fijados a la cruz. Dos alas se levantaron por encima de la cabeza, dos fueron extendiendo en vuelo, y dos pegadas a todo el cuerpo

San Francisco de Asís se preguntaba cómo era posible ver tan maravillosa visión. Pero inmediatamente entendió la visión como una revelación del Señor y que se presentaba a sus ojos por la Divina Providencia, de manera que él podría ser transformado en otro Cristo crucificado, no a través del martirio de la carne, sino a través de un holocausto espiritual.

La visión fue desapareciendo, y dejó tras de sí un fuego maravilloso en el corazón de San Francisco, y hay un toque maravilloso se imprimió en su carne. Inmediatamente comenzaron a aparecerle en sus manos y en sus pies algo así como los clavos que él había visto en la visión del Crucificado, y en su costado derecho, como si hubiera sido traspasado por una lanza, estaba la marca de una herida roja, de la que la fluía sangre muy a menudo y su de la que su túnica siempre se manchaba.

Antes de que San Francisco muriera en 1226 a la edad de 44 años, fundó tres órdenes. Su don para la humanidad fue su amor a Dios como él lo experimentó en toda su creación.

Su huella en la historia son los hombres y mujeres que se identifican con su visión en la forma de vida franciscana. Ese legado sigue vivo en los seguidores de Francisco, que buscan hoy, inspirar en ellos mismos y en los demás, los ideales de la paz y la justicia del Evangelio.

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