Sólo es estéril quien vive sin amor; solo el egoísta fracasa en su vida
Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer
Reflexión
“Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Esta pregunta triple de Jesús nos invita a reflexionar un momento sobre el significado del amor en nuestra vida de cristianos.
La historia humana es una impresionante búsqueda de amor, acompañada de maravillosos éxitos y grandes fracasos. La aspiración más profunda del corazón del hombre, es el deseo de amar y de ser amado. Él ha sido creado por amor y para el amor, y sólo en el amor puede desarrollarse y hacerse fecundo.
Es, seguramente, también una experiencia nuestra: El amor es lo esencial y principal de nuestra vida humana. Y conocemos también la otra cara de la moneda: Sólo es estéril quien vive sin amor; solo el egoísta fracasa en su vida.
En la vida del cristiano, el amor tiene que manifestarse en dos dimensiones: hacia Dios y hacia los hermanos. Y es en la persona de Jesucristo en que se unen, se cruzan estas dos dimensiones del amor. Él es el Hombre-Dios. En Él reconocemos y encontramos, a la vez, a Dios y al hombre. Por eso, cuando amamos a Jesús se confunden en una sola cosa, el amor a Dios y el amor a los hombres. Así, la vinculación fundamental, el amor original del cristiano debe dirigirse a Jesucristo.
Es por eso que Jesús, en el Evangelio de hoy, le pregunta a Pedro tres veces por su amor a Él: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Un amor vital, profundo y personal a su Maestro es lo más importante y decisivo en ese momento, en que Jesús llama a Pedro a ser jefe de los apóstoles y de la Iglesia.
Pero me parece que esta pregunta de Jesús se dirige no sólo a San Pedro, sino también a todos nosotros. Cada uno de nosotros, en lo profundo de su corazón, debe responderle. Cada uno de nosotros debe examinarse a sí mismo, debe examinar su actitud, su fidelidad, su amor frente a Jesucristo.
No sé si todos nosotros podemos responder con la misma sinceridad que San Pedro: “Señor, tú sabes que te quiero”. Porque me parece que el mundo de hoy sufre una grave enfermedad: esta disminuyendo e incluso muriendo el amor; el corazón de muchos se enfría y ya no es capaz de amar ni de sentirse amado.
? ¿Quién de nosotros no sufre bajo esta enfermedad del tiempo actual?
? ¿Quién de nosotros no sufre bajo esta falta de amor desinteresado y generoso hacia Jesús, hacia Dios, hacia los demás?
? ¿Quién de nosotros no se siente cautivo de su propio egoísmo, el cual es el enemigo mortal de cada amor autentico?
Y entonces nos queda la pregunta: ¿Qué podemos hacer para que crezca y se profundice nuestro amor a Cristo? A mí me parecen importantes sobre todo dos aspectos:
Primero, debemos luchar contra el egoísmo, que está muy dentro de nosotros mismos. Ninguno de nosotros, si quiere ser un verdadero cristiano, puede desistir de esta lucha diaria. Sólo esta renuncia del amor egoísta hace al hombre libre, abierto y generoso para amar verdaderamente a Cristo y a los demás.
Segundo, para poder amar a una persona tenemos que conocerla, tenemos que interesamos por ella. Para poder amar a Jesús tenemos que conocerlo a Él, mirando su vida, escuchando sus enseñanzas.
Si no lo conocemos, si no sabemos nada de su generosidad, ni de su entrega desinteresada, ni de su amor abundante hacia nosotros entonces nunca vamos a responderle a su amor. Por eso tenemos que dedicarle tiempo a Él, para leer su Evangelio, para hablar con Él, para conocer y meditar su vida, para quedamos en su compañía.
Lo que dijimos de Jesucristo, lo podemos decir también de su Madre, la Sma. Virgen María. Para crecer en vinculación y amor a Ella, tenemos que conocerla más, acercarnos a Ella, hablarle, compartir nuestra vida, nuestros anhelos, nuestras preocupaciones con Ella.
En los Santuarios Marianos, lugares de gracias, donde María está presente con su Hijo Jesús, donde podemos encontrarnos con ellos en cualquier momento.
Queridos hermanos, estamos celebrando la Eucaristía. Ella es el recuerdo del amor desbordante de Jesús, que se manifestó por su muerte en la cruz.
Pidámosle, por eso, a Jesús y a María que tomen de nosotros ese egoísmo tan penetrante que deja infecunda nuestra vida, y que enciendan en nuestro corazón el fuego del amor que hace auténtica y grande nuestra existencia -igual que la suya.
¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
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