1 de noviembre de 2024
Editor de Héroes Católicos.
Reflexiones santas sobre la humildad de María
San Bernardo de Claraval habló profundamente de la humildad de María, refiriéndose a ella como “fundamento y guardiana de todas las virtudes”. Escribe: “Porque, como era humilde a sus propios ojos, era preciosa a los ojos de Dios” (Sermones sobre el Cantar de los Cantares). Esta humildad no sólo le permitió a María aceptar la Encarnación, sino que le permitió caminar fielmente junto a Jesús durante todo su ministerio, hasta el pie de la cruz. Ella nos enseña que la humildad no es debilidad, sino fortaleza; es la clave para soportar el sufrimiento con fe y aceptar la alegría con gratitud.
Santa Teresa de Calcuta también veneraba la humildad de María, diciendo: “María, dame tu corazón, tan bello, tan puro, tan inmaculado; tu corazón tan lleno de amor y humildad”. Su oración refleja un deseo de que María confiara completamente en Dios, una confianza que le permitiera aceptar tanto la alegría como la tristeza que su papel implicaría.
La humildad como camino hacia la sabiduría divina
La humildad, entonces, es la postura del alma que nos permite escuchar la voz de Dios. No es meramente una virtud, sino un camino hacia la sabiduría divina. Cuando dejamos de centrarnos en nuestras propias fortalezas y habilidades, dejamos espacio para que la sabiduría de Dios obre en nosotros. San Agustín dijo: “Fue el orgullo lo que convirtió a los ángeles en demonios; es la humildad la que hace a los hombres como ángeles”. Siguiendo el ejemplo de María, podemos abrir nuestro corazón al plan de Dios, sabiendo que Él exaltará a los humildes en Su tiempo y de acuerdo con Su propósito.
La vida de la Santísima Virgen María es un ejemplo radiante de humildad como fundamento de la grandeza espiritual. Su tranquila aceptación de la voluntad de Dios, su alegría en su propia humildad y su profunda confianza en la divina providencia nos ofrecen un modelo a seguir. Que, como María, busquemos glorificar a Dios en todas las cosas, reconociendo que la verdadera grandeza no reside en exaltarnos a nosotros mismos, sino en rendirnos humildemente a su voluntad. Oremos por la gracia de decir con María: “Hágase en mí según tu palabra”, y confiemos en que en nuestra humildad, Dios obrará maravillas que superan nuestra comprensión.
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