sábado, 4 de febrero de 2023

Serás luz y sal

 

Serás luz y sal

¡Buenos días, gente buena!

V Domingo Ordinario A

Evangelio

Mateo 5,13-16

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo. 

Palabra del Señor

Si tu regla de vida es el amor, serás luz y sal

“Ustedes son la sal, son la luz de la tierra” El Evangelio es sal y luz, es como un impulso de vida que penetra en las cosas, se opone a su degradación y las hace durar. Es como un impulso de belleza, que se posa sobre la superficie de las cosas, como hace la luz, las acaricia, no hace ruido, nunca violenta, sino que hace aparecer formas, colores, armonías, lazos, lo más hermoso que hay en ellas. Así el discípulo-luz es uno que cada día acaricia la vida y revela lo hermoso que tiene, uno de cuyos ojos emana el respeto amoroso por todo viviente.

Ustedes son la sal, ustedes tienen la tarea de preservar lo que en el mundo tiene valor y merece durar, de oponerse a los que corrompen, de dar sabor, de hacer gustar lo verdaderamente bueno de la vida. Ustedes son la luz del mundo. Una afirmación que nos sorprende, que Dios sea luz lo creemos; pero creer que también el hombre sea luz, que hasta yo lo sea, y tú, con nuestras limitaciones y nuestras sombras, esto es sorprendente. Y lo somos ya ahora, si respiramos evangelio. La luz es el don natural de quien respira Dios.

Cuando tú sigues como única regla de vida el amor, entonces eres luz y sal para quien te encuentra. Cuando dos en este mundo se aman, se convierten en luz en la oscuridad, lámpara para los pasos de muchos, placer de vivir y de creer. En cada casa donde se quiere bien, se esparce la sal que da sabor bueno a la vida. Quien vive según el Evangelio es un puñado de luz que se arroja en la cara del mundo. Y no haciéndola de maestro o juez, sino con las obras: que su luz resplandezca en sus obras buenas.

Son obras de luz los gestos de los pobres, de quienes tienen corazón de niño, de los que tienen hambre de justicia, de los incansables buscadores de paz, los gestos de las bienaventuranzas, que se oponen a lo que corrompe el camino del mundo: violencia y dinero. La luz no se ilumina a sí misma, la sal no se da sabor a sí misma. Igual, todo creyente debe repetir la primera lección de las cosas: a partir de mí, pero no para mí.

Pero si la sal pierde el sabor, si la luz se pone debajo de la mesa, ¿para qué sirven? Para nada. Así también nosotros, si perdemos el evangelio, si mutilamos la Palabra y la reducimos a un caramelillo, si tenemos ojos sin luz y palabras sin ardor de sal, entonces corremos el riesgo mortal de la insignificancia, de ya no significar nada para nadie.

La humildad de la luz y de la sal: perderse dentro de las cosas. Como sugiere el profeta Isaías: “Ilumina a los demás y te iluminarás, sana a otros y sanarás” (Is 58, 8) No te quedes clavado en tus historias y en tus derrotas, más bien, ocúpate de la tierra, de la comunidad. Quien solo se mira a sí mismo nunca se iluminará.

¡Feliz Domingo!

¡Paz y Bien!

Fr: Arturo Ríos Lara, ofm

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