domingo, 4 de octubre de 2020

El proyecto de Dios es vino de fiesta

 


 ¡Buenos días, gente buena!

XXVII Domingo ordinario A

Evangelio

Mateo.  21, 33-46

 Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo; “Escuchen está parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero.

Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon. El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera.

Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando; “Respetarán a mi hijo”. Pero, al verlo, los viñadores se dijeron; “Éste es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con la herencia”. Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?” Les respondieron; “Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo”.

Jesús agregó; “¿No han leído nunca en las Escrituras: “La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular; ésta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos”? Por eso les digo que el  Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos”.

Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se referían a ellos. Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.

 Palabra del Señor. 

Más fuerte que las traiciones, el proyecto de Dios es vino de fiesta

Jesús amaba las viñas, debía conocerlas bien y seguro que trabajó en ellas. Las observaba con ojos amorosos y nacían las parábolas, hasta seis se narran en los Evangelios. Adoptó la vid como su propio símbolo (“Yo soy la vid, ustedes los sarmientos” Jn 15, 5) y le dio al Padre el nombre de “viñador” (Jn 15, 1). Un autor usa en un libro una imagen visionaria: El arca tenía una viña como vela.

El arca de nuestra historia, esa que salva a la humanidad, el arca que se mece sobre las aguas de estos diluvios ininterrumpidos y los atraviesa, es empujada por una vela que es Cristo-vid, de la que todos nosotros somos sarmientos. Juntos capturamos el viento de Dios, el viento del futuro. Nosotros la vela, Dios el viento. Pero hoy, Jesús hace el relato de una viña con una vendimia de sangre y traición.

La parábola es transparente. La viña es Israel, somos nosotros, soy yo: todos juntos esperanza y desilusión de Dios, hasta en las últimas palabras de los viñadores insensatas y brutales: “Este es el heredero, vengan, matémoslo y tendremos la heredad”. 

El moviente es tener, poseer, tomar, acumular. Esta embriaguez por el poder y el dinero es el origen de las vendimias de sangre de la tierra, “raíz de todos los males” (1Tim 6,10).

Y, sin embargo, cómo es confortante ver que Dios no se rinde, nunca deja de maravillar y recomienza después de cada traición a asediar de nuevo el corazón, con otros profetas, con nuevos siervos, con el hijo y, finalmente también con la piedra descartada. Concluye la parábola: “¿Qué hará el dueño de la viña después del asesinato del hijo?”. La solución propuesta por los judíos es lógica, una venganza ejemplar y nuevos trabajadores que entreguen lo debido al dueño.

Jesús no está de acuerdo, Dios no desperdicia su eternidad en venganzas. Y así introduce la novedad propia del Evangelio: la historia perenne del amor y de la traición entre el hombre y Dios no se concluye con un fracaso, sino con una viña nueva. “El reino de Dios será dado a un pueblo que produzca frutos”. 

Y hay un gran consuelo en estas palabras. Mis dudas, mis pecados, mi campo estéril no bastan para interrumpir la historia de Dios. Su proyecto, que es un vino de fiesta para el mundo, es más fuerte que mis traiciones, y avanza a pesar de todas las fuerzas contrarias, la viña florecerá.

Lo que Dios nos asegura no es el tributo pagado finalmente o la pena descontada, sino una viña que no madure más racimos rojos de sangre y amargos de tristeza, sino racimos cálidos de sol y dulces de miel; una historia que no sea guerra de posesiones, batallas de poder, sino que produzca una vendimia de bondad, un fruto de justicia, racimos de honestidad y, tal vez, finalmente granos o gotas de Dios entre nosotros.

¡Feliz Domingo!

¡Paz y Bien!

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