PACIENCIA Y DELICADEZA
Por Ángel Gómez Escorial
1. - "Hombre de Dios, practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza", dice Pablo de Tarso. Hay siempre unos matices de gran relieve en los escritos de Pablo. En la Segunda Carta a Timoteo, que se lee en este Vigésimo sexto Domingo del Tiempo Ordinario, nos ofrece todo un programa. Tiene, incluso, mucho sentido consignar de final al principio esas virtudes. Delicadeza, paciencia, amor, piedad, justicia. San Pablo que era un hombre de extraordinaria fortaleza y empuje estaba "tocado" por la acción del Espíritu que es quien da esos brillos importantes a nuestra alma. Necesitamos paciencia y delicadeza para tratar justamente al prójimo y será nuestro amor hacia él –y, por tanto, a Dios— lo que nos incline a una auténtica piedad. No es esto un juego de colocación caprichosa de unas mismas palabras. Se trata de un contenido vital al que se accede tras buscar santidad en nuestras vidas. No solemos situar al principio de nuestros habituales comentarios las palabras de la Epístola, porque, obviamente, siempre será más profunda la "lección" del Evangelio, pero no es posible sustraerse a la belleza espiritual de los textos de Pablo con su concreción en el camino para una mejor conducta nuestra.
2. - Es San Lucas un relator del amor a los hermanos y, por tanto, de la necesidad de una mayor equidistancia en cuanto a poder y riquezas respecto a ellos. Pero en la parábola del pobre Lázaro hay mucho más que ese camino de justicia referido a las necesidades de los hermanos que nos pide el seguimiento de Cristo. Aparece el diálogo entre lo cotidiano y el más allá. El rico Epulón pide al padre Abraham que descienda un muerto para que convenza a sus hermanos de que tomen el camino adecuado. Abraham va a contestar que no creerán a un resucitado y, ciertamente, así va a ser. La Resurrección de Cristo sirvió para impulsar el camino de la Iglesia, la continuidad en la Redención de sus discípulos. Pero aquellos que le condenaron, le torturaron y le asesinaron iban a quedar donde estaban. No se convirtieron en su gran mayoría. Es cierto que el Señor no buscó aparecerse a todos y lograr sobre el Israel de entonces una generalizada y maravillosa manifestación del poder de Dios. Sin embargo, todo el que quiso creer, creyó. Es decir, las apariciones de Jesús se multiplicaron dé tal manera que era difícil sustraerse a ellas. Habla Pablo de que se apareció a más de quinientos, después de personalizar con nombres otro buen número de apariciones. Más de quinientos testigos en un ambiente tan interrelacionado como podía ser Jerusalén –incluso toda la Galilea— armarían suficiente "ruido". Pero no sirvió para que muchos de sus coetáneos cambiaran. Y en cuanto a los signos prodigiosos que Jesús realiza durante su predicación tampoco sirvieron, aunque ellos produjeron un auténtico clamor popular.
3.- Es también San Lucas el único entre los autores sinópticos de los Evangelios que narra la parábola del Rico Epulón y el Pobre Lázaro. Su contenido no puede ser más claro. En la vida futura se premiará la adversidad de los pobres y se castigarán los excesos de los ricos. Todo ello nos puede parecer excesivo o, incluso, un tanto demagógico. Sin embargo, el amor de Jesús a los pobres es una clara consecuencia del amor del Padre por los más débiles. A su vez, se presenta siempre la riqueza como algo repartible. Y en la que es necesaria la acción de compartir. El pobre Lázaro no tiene más consuelo que el de la caricia de los perros que vienen a lamerle las heridas. Un poco –muy poco— de lo que sobraba en la rica mesa de Epulón –no conocemos el nombre del rico vestido de lino y púrpura ya que Epulón significa rico en griego— hubiera servido para cambiar la vida de Lázaro. No fue así.
4.- Nuestro comportamiento hacia los pobres solo puede estar impregnado en deseos de ayudar inmediatamente, sin más argumentos. Es frecuente ver en las calles de las ciudades españolas, en las encrucijadas, donde se detienen los automóviles ante las luces de los semáforos, muchas personas –diferentes y variopintas— que nos piden algo. Hay desde los jóvenes arruinados por la heroína hasta emigrantes de los países pobres que piden ayuda incluso con falsos argumentos políticos. Puede pensarse que el dinero que damos al adicto de la heroína irá a parar a los traficantes, pero tal vez sirva para comprar un bocadillo. Es igual que cuando rechazamos dar limosna al "clásico" pobre borrachín. No necesariamente las monedas que damos se han de convertir en vino. Además, la larga crisis económica que sufrimos y que está a punto de cumplir siete años –terribles— ha traído muchos deterioros y muchas ruinas. No se trata tanto de contemplar el buen fin de los donativos, como la urgencia perentoria de ayudar a mucha gente.
5.- Hay otras consideraciones respecto a la pobreza. La acumulación rápida y grande de riquezas siempre suele responder a prácticas de abuso. La crisis financiera que nos machaca ha sido obra de la avaricia y esto va mucho más lejos que el deseo de lucro. Puede tratarse siempre de la explotación del hombre por el hombre y eso es intrínsecamente malo. Se puede, entonces, ser más pobre porque, mediante el uso de la fuerza, otros han conseguido más riquezas. Y así el castigo del rico de la parábola no se debe solo al despilfarro y a la falta de ayuda para Lázaro, porque aun siendo muy importante la base más negativa está en que se ha impedido que Lázaro tuviese acceso a más bienes.
6.- Entre las gentes que viven en sintonía la Iglesia católica permanecen dos tendencias contrapuestas, que incluyen algunos excesos. Estaría, de un lado, una especie de adoración vindicativa de la pobreza que considera que solo se puede ser cristiano "completo" siendo pobre. Desde la otra orilla aparecerían los enemigos del "pauperismo" los cuales considerarían a los pobres como unos imbéciles o unos desalmados incapaces de ganarse la vida y alejados de la lucha por la "sana" competencia. No es eso. Ni por una parte, ni por otra. Hemos oído la misa dominical de la semana pasada el consejo –claro y directo— de Jesús sobre que no podemos amar al mismo tiempo a Dios y al dinero. La adoración por el dinero existe y mediatiza todo lo demás. Por ello, la única posibilidad es compartir y hacerlo activamente.
7.- Siguiendo con actitudes de los cristianos respecto a la pobreza o a la ayuda a los demás hay otras actitudes que también pueden ser imperfectas si se exageran. Es útil que se ponga a disposición de la Iglesia –a través de nuestra parroquia o diócesis— de dinero o recursos suficientes para que ésta cumpla su misión. En este sentido, es posible que la mejor ayuda destinada a los pobres vaya conducida a través de Cáritas dentro de sus amplios sectores de actuación. Pero volviendo a lo anterior, tampoco nosotros podemos obviar la ayuda inmediata, perentoria o aquella que te impulsa a acometer el corazón... o el Espíritu. Y es que no sabremos nunca bien, si alguno de esos pobres que se nos acercan, aunque algunos tengan un aspecto feo y despreciable, no sea el mismo Cristo. El remedio "calculador" es dar a todos un poco -un poquito- de lo que ese día llevamos en el bolsillo.
8.- Como se verá la coincidencia argumental de los textos evangélicos de las últimas semanas nos llevan a ese camino social y solidario entre hermanos. La idea que se percibe es que un cristiano convencido debe ir soltando amarra respecto a posiciones egoístas o duras. El hermano no es el enemigo. Vivimos tiempos difíciles en los que se ha consagrado la idea de una lucha por auparse por encima de los demás. Y esto no es así. Un buen profesional intentará triunfar. Ser el mejor. Llegar al reconocimiento de su capacidad por todos. Pero eso no quiere decir que no vaya a compartir el resultado de su éxito. Y cuando decimos el resultado nos referimos a todo en general. No solo debe repartir parte de sus ganancias, también sus conocimientos. Hay una frase muy buena que resume la falta de solidaridad en el triunfo. Es: "morir de éxito". Significa el fracaso por no haber digerido bien el éxito. En general, esa "digestión pesada" se debe a no compartir, a elevarse sobre los demás sin razón alguna.
9. - Lo extraordinario –lo milagroso— puede estar cerca de nosotros, más para verlo hemos de tener los ojos preparados para ello. La fe, el amor, la piedad, la paciencia, la delicadeza abren los ojos a lo extraordinario. No es que hagamos aquí ningún planteamiento respecto a que nuestras vidas estén abiertas a los milagros. Nuestras vidas –las de los creyentes— son objetivamente idénticas a las de cualquiera, pero la cercanía del Señor y la presencia del Espíritu nos pueden hacer comprender muchas cosas que para otros pueden ser incomprensibles.
10.- ¿Existen los milagros, los prodigios, los hechos maravillosos? Pues, sí; porque cuando un hombre –o una mujer— joven lo deja todo para dedicarse a cuidar enfermos terminales o ancianos que ya no quiere nadie, ahí se está operando un milagro evidente. Y tal prodigio no sería nunca advertido por los hermanos de Epulón aunque volviese a la vida él mismo. Habrá muchos ejemplos de puros milagros, que lo son si aplicamos la lógica de nuestros días. Es un prodigio cuando también una mujer –o un hombre— joven se recluye para siempre en un convento para rezar por quienes nadie reza. Tal vez, no es menos milagro el caso de muchos hombres y mujeres corrientes que no dejan amilanar o afectar por lo "corriente", por lo "habitual" de este mundo de hoy pero que conlleva la injusticia, la violencia, el desamor, la opresión de los hermanos. En fin, tampoco vamos a seguir relatando la especialidad de tales vidas entregadas al seguimiento de Jesús porque sus protagonistas creen –y tienen razón— que solo están haciendo lo que deben hacer.
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