martes, 26 de febrero de 2019

MARÍA NO ES EL CENTRO, PERO ESTÁ EN EL CENTRO

por Miguel

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Difundido a través de la Sociedad Grignion de Montfort (Barcelona), por medio de correo electrónico, en octubre de 2018. Era la Carta mariana IV. Sustituyo con esto una versión anterior, bastante pelma, que sestea por aquí, pero que borraré en cuanto edite esta.- Miguel

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"María no es el centro, pero está en el centro". Y nos vamos a la Biblia en busca de estas palabras, porque el P. Kentenich, que las enseñó, sin duda venía de encontrárselas en la Biblia. Hablamos del sacerdote alemán José Kentenich (1885-1968), fundador del Movimiento de Schoenstatt, pero me permito quedarme con su lema y hacer su misma búsqueda con mi propia lámpara. María no es el centro, pero está en el centro, y la Biblia no lo dice, pero lo hace patente. Y quien osare negarlo tendrá que negar todo esto:

Una de anunciación

María no es el centro: lo es el Dios que se enamora de ella. El que la hizo hermosa para Imagen relacionadaescogerla, y luego la escogió porque la vio hermosa. El Espíritu Santo, que es la Gracia que encontró a María llena de Gracia. Porque primero se dice: "Dios te salve, llena de gracia" (Lc 1,28), y luego: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti" (1,35).
María no es el centro, pero ¿qué pasaría si ella hubiese contestado con una negativa? ¿Se hubiese realizado la Redención? ¿De qué manera? No digáis nada, porque nada sabéis. Yo propongo que, en cambio, miremos lo que de hecho ocurrió y sabemos, y ello es que María agachó, turbada y confiada, la cabeza, y respondió lo que el orbe le demandaba, lo que quería Dios oír al enviarle al arcángel: "He aquí la esclava..." (Lc 1,38); y "el Verbo se hizo hombre" (Jn 1,14): y Él era el centro del cosmos, y María estaba con el Centro.
En el Credo de la Misa, a las palabras "y por obra del Espíritu Santo, se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre"[1], hacemos inclinación profunda[2], y en ese justo momento estamos mencionando a María. ¿Hacemos reverencia por ella? No, sino por el Centro, que ha venido a la historia. Y, sin embargo, ella está ahí… Ella está en el centro, y nos coloca al Centro en el pesebre.
El pasaje de la Anunciación es, nada menos, la primera revelación expresa de la Santísima Trinidad en toda la Biblia, puesto que aparecen inequívocamente mencionados el Padre, el Hijo y el Espíritu. Y allí está María, que no es el centro, pero…

Dijo Pablo en los Gálatas...

Dijo San Pablo que
"al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: '¡Abbá, Padre!'" (Gál 4,4-6).
Esta "plenitud de los tiempos" se hace aquí evidente que es la venida del Verbo a la carne; y ahí está María (en lo más pleno de las edades) para darle la carne. San Pablo ha ofrecido una breve narración de la actuación esencial de la Trinidad en nuestro favor, y hemos vuelto a encontrar a María de por medio: porque "no es el centro, pero está en el centro". María es necesaria -Dios ha querido necesitarla- para engranar aquella naturaleza divina -la del Hijo- que se venía para nosotros con la naturaleza humana en que el Hijo había de salvarnos; con la "carne", puesto que "la carne es el quicio de la salvación"[3], y si no hay carne, no se muere[4]. La carne es el quicio, y la carne la ha dado -toda- María, porque no hubo intervención de varón.

Madre e Hijo en el filo de una espada

En el día del Calvario, "María está verdaderamente presente en este misterio, justamente porque de ella el Verbo asumió como propio aquel cuerpo que ofreció por nosotros"[5]. En cuanto a su presencia personal,
 "la presencia en el Calvario, que le permitía unirse con toda el alma a los sufrimientos del Hijo, formaba parte del designio de Dios. El Padre quería que ella, llamada a la cooperación más íntima en el misterio redentor, estuviese asociada al sacrificio y compartiese todos los dolores del Crucificado, uniendo la propia voluntad a la suya en el deseo de salvar al mundo"[6].
Había profetizado Simeón:
"Este ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción -y a tu misma alma la traspasará una espada-, a fin de que se descubran los pensamientos de muchos corazones" (Lc 2,34-35).
A Jesús se lo empujará al máximo rechazo que es la muerte, y será "signo de contradicción" a quien unos seguirán rechazando para ruina propia, y a quien otros se adherirán para propia vida. Pero a mitad de su profecía, Simeón intercala de modo sorprendente la profecía de la espada para María. Gramaticalmente, resulta más bien forzada; hubiese estado mejor pronunciarla después; pero la profecía mariana aparece deliberadamente a mitad de la profecía sobre Cristo. La espada que atraviesa el Corazón de María es la misma lanza que atravesó el costado de Cristo (cfr. Jn 19,30-37). Es, exactamente, participar en el dolor de Cristo y en la Redención de Cristo. Si Él es Redentor, ella es la asociada a la Redención, la cooperadora del Redentor, la socia de Cristo. Todos podemos y debemos serlo, pero ella de la forma particular que es propia de la madre. Ella no es el centro de la Redención, pero está muy en el centro de la Redención.

En el centro y en mi centro


Ahí está, por lo tanto, María: por voluntad de Dios, en el centro. Y en el centro mismo de nuestras vidas, como primera después del Único, nos corresponde -por lógica- colocarla nosotros. ¿La santidad no era imitar a Dios? Si Dios ha puesto a María en el centro, nosotros hemos de hacer lo mismo. En palabras del Beato Pablo VI:
¿Por qué –nos podemos preguntar- debo honrar a la Virgen? La respuesta es fácil. El Señor ha sido el primero en honrarla. María es la Madre de Cristo, los designios de Dios se cumplieron por medio de Ella, la Providencia hizo girar en torno a esta Mujer escogida su plan de salvación del mundo"[7].

"La devoción a la Santísima Virgen, insertada en el cauce del único culto que justa y merecidamente se llama cristiano [...], es un elemento cualificador de la genuina piedad de la Iglesia. La Iglesia, en efecto, refleja por íntima necesidad en la práctica del culto el plan redentor de Dios. Por eso corresponde a María un culto singular, porque singular es el puesto que ella ocupa dentro de dicho plan. Por lo mismo, todo auténtico desarrollo del culto cristiano lleva consigo necesariamente un sano incremento de la veneración a la Madre del Señor"[8].

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En palabras de Mons. Enrique Reig:
"Ved, pues, cómo María va asociada absolutamente a todos los dogmas de nuestra santa Religión.
"Y va asociada porque así lo quiso Dios. Va asociada porque Dios Nuestro Señor, con lazo únicamente fabricado y echado por Él, cual es el de la Encarnación, quiso asociar a María completamente a su obra redentora.
"La Iglesia no es depositaria infiel: recibe el talento y hace que fructifique. Recibe ese dogma y procura que tenga todas las manifestaciones debidas en la liturgia, en el culto, en la vida general de la Iglesia”[9].
En palabras -por último- del P. Nazario Pérez,
"lo que lógicamente se deduce de la doctrina de la Mediación Universal de Nuestra Señora es la importancia de la devoción a Ella, sobre todo de la verdadera devoción. Hay que dar a la Madre de Dios, en la Ascética, el lugar que le corresponde y el que tiene en el Dogma, según el común sentir de la Iglesia.
"Hay que ponerla en nuestra vida espiritual en el lugar donde Dios la ha puesto en el cielo y en el mundo: hay que hacer Reina de nuestros corazones a la que es Reina del Universo. No podemos contentarnos con darle una capilla lateral, un altar, aunque sea preciosísimo, en el templo de nuestro corazón; hemos de ponerla en el altar mayor del santuario de nuestra alma"[10].
Así, pues, debe existir una esencial correspondencia entre las verdades de fe y las prácticas de los fieles. Lo que la Iglesia sabe en el dogma, lo celebra en la liturgia y lo realiza en la moral y la espiritualidad. Lo mismo hay que decir de cada fiel. Y si María es figura principalísima -la primera después del Único- en nuestra fe, necesariamente ha de serlo también en nuestras vidas. A esto es a lo que aspiran los sistemas de espiritualidad mariana fuertes, como la Esclavitud Mariana según Montfort, que resultan para muchos demasiado fuertes, pero es justamente porque tratan de reproducir la actitud de Dios, que se toma a María de forma tan central. Cuando, pues, os digan que esto es ¡muy fuerte...!, responded que lo es porque el amor de Cristo a su madre es muy fuerte, y Él quiere verlo reproducido en el alma de los suyos[11].
Porque María no es el centro, pero está en el centro.


[1] En el Credo Apostólico, al decir "que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo".
[2] Prescrita por la Ordenación General del Misal Romano (2005), n.º 275.
[3] Tertuliano, acerca de la resurrección, 8, 3: Anonymous, Patrología Latina, 2, 806.
[4] "No le llegó la muerte por haber nacido, sino que tomó sobre sí el nacimiento a causa de la muerte" (San Gregorio de Nisa, Oratio catechetica magna, 32).
[5] San Atanasio,  Carta a Epicteto , 5: Migne,  Patrologia Graeca , 26, 1058.
[6] San Juan Pablo II, 4-V-1983.
[7] Beato Pablo VI, 27-V-1964.
[8] Yd., 2-II-1974.
[9] Mons. Enrique Reig, en Crónica del Primer Congreso Mariano-Montfortiano, celebrado en Barcelona el año 1918, El Mensajero de María, Totana (Murcia) 1920, 87. (Este congreso, celebrado en 1918, marcó un hito en la historia de la Esclavitud Mariana en España.)
[10] Nazario Pérez, Aplicación de la doctrina de la Mediación Universal a la vida ascética y mística, Asamblea Mariana de Covadonga, 1926. Cit. por Camilo María Abad, El R. P. Nazario Pérez, de la Compañía de Jesús. Una vida totalmente consagrada a Nuestra Señora, Sal TerraeSantander 1954, 343-344. El P. Nazario fue la figura principal en la repatriación de la Esclavitud Mariana a España. Entre otras iniciativas, realizó la traducción del Tratado de la verdadera devoción y de El Secreto de María que todavía publica esta Sociedad; anotó la de El secreto admirable del Santísimo Rosario; preparó (junto con el P. Camilo María Abad) la edición de las Obras completas del santo en la Biblioteca de Autores Cristianos (1954); Vida mariana (Exposición y práctica de la perfecta consagración a la Santísima Virgen) (1910); y fue figura imprescindible del congreso aludido en la nota anterior.
[11] Y responded también -según una vieja tradición de esta casa- que la dificultad de vivir esta espiritualidad es menor que la de vivir el Evangelio sin María.

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