sábado, 2 de junio de 2018

«TENER EL ESPÍRITU DEL SEÑOR» (III)





«TENER EL ESPÍRITU DEL SEÑOR» (III)
por Ignace-Étienne Motte, ofm

[La «conversión» profunda y verdadera] es obra de Dios: sólo Él puede dar un corazón nuevo; sólo Él puede sustituir el espíritu terreno por el Espíritu Santo; sólo Él puede producir el nuevo nacimiento que hará entrar en el Reino; sólo Él puede resucitar a los muertos. Al hombre le corresponde confesar su pobreza y mantenerse activamente disponible para Dios. Al hombre le incumbe contar lo que Dios ha hecho: «El Señor me dio de esta manera...» (Test 1).

ABANDONAR LA SABIDURÍA DE LA CARNE

Hace falta un capirotazo inicial para tomar la dirección del Reino. Pero inmediatamente después viene todo el camino que hay que recorrer, desde el país de la cautividad hasta la Tierra Prometida. Pues hay que pasar incansablemente del espíritu terreno al «Espíritu del Señor». Si, siguiendo a Jesús, a Francisco le gustan los términos que indican movimiento y marcha, si recuerda de buena gana a sus hermanos que son peregrinos, es porque tiene conciencia de que el paso de este mundo al Padre es tarea de toda la vida. Por eso invita a sus hermanos a una conversión permanente.


Necesariamente hay que abandonar el espíritu terreno. En efecto, cuando Francisco mira (en primer lugar en sí mismo y luego en los demás) al hombre concreto, tal como es realmente, se da cuenta de que está profundamente marcado, herido, desfigurado por el pecado.

Para significar esta situación real, emplea las palabras «carne» o «cuerpo», en el mismo sentido que san Pablo. También emplea la palabra «mundo», tal como la entiende san Juan en algunos pasajes («el príncipe de este mundo»; «vosotros no sois del mundo»...), o la palabra «siglo». El uso de estas palabras no implica un juicio sobre el valor «ontológico» de algunas realidades, creadas buenas por Dios, como sabe muy bien Francisco (cf. Adm 5; Cántico de las criaturas). Se trata siempre de la situación existencial de un ser, o de un universo, centrado sobre sí mismo, cerrado a Dios y a los demás, abandonado a sus impulsos instintivos mortíferos: un hombre pecador, en el seno de una humanidad pecadora.

En la Carta a todos los fieles Francisco formula un implacable alegato contra quienes se dejan llevar por el espíritu terreno. En dicho texto, al igual que en otros de Francisco, puede encontrarse el retrato severo. Pero, ¿es más severo que san Pablo cuando describe al ser guiado por «la carne»? Uno y otro quieren limpiar la herida, depurar el mal en su raíz, y dejar todo el espacio a disposición de una nueva creación. Advirtamos, por lo demás, que la mirada pesimista con que Francisco observa al «hombre carnal» en cierto modo no es más que el contrapunto a la maravillosa obra que en dicho hombre lleva a cabo la gracia de Dios. (Encontramos idéntico contraste, gustosamente expuesto y ampliado, en el cuadro con que Celano, en su vida primera, describe la conversión de Francisco). He aquí, bosquejado por Francisco, un retrato del hombre pecador:

«Todos aquellos que no llevan vida en penitencia ni reciben el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo; y que ponen por obra vicios y pecados; y que caminan tras la mala concupiscencia y los malos deseos y no guardan lo que prometieron; y que sirven corporalmente al mundo con los deseos carnales, con los cuidados y afanes de este siglo y con las preocupaciones de esta vida, engañados por el diablo, cuyos hijos son y cuyas obras hacen, son unos ciegos, pues no ven a quien es la luz verdadera, nuestro Señor Jesucristo. No tienen sabiduría espiritual, porque no tienen en sí al Hijo de Dios, que es la verdadera sabiduría del Padre; de ellos se dice: "Su sabiduría ha sido devorada". Ven, conocen, saben y practican el mal, y a sabiendas pierden sus almas. Mirad, ciegos, engañados por nuestros enemigos, la carne, el mundo, el diablo, que al cuerpo le es dulce cometer pecado, y amargo servir a Dios, pues todos los males, vicios y pecados, del corazón del hombre salen y proceden, como dice el Señor en el Evangelio» (2CtaF 63-69)

No hay comentarios. :

Publicar un comentario