martes, 5 de junio de 2018

A qué llamamos amor



Por Gerardo Castillo Ceballos, Profesor de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra.Publicado en El Confidencial.

SERVICIO CATOLICO.

Una de las palabras más repetidas a lo largo de la historia es la palabra “amor” referida, sobre todo, a la relación varón-mujer. Del mucho uso se ha pasado, en ocasiones, al abuso, llegando a adquirir significados espurios.

Hoy se suele llamar “amor” a un “ligue” de fin de semana; a una relación surgida de forma espontánea a causa de un “flechazo”; a un estado de simple enamoramiento; al ”amor libre,” que rechaza el compromiso.

Algunas jóvenes de ahora temen iniciar un noviazgo porque, según ellas, todos los chicos buscan lo mismo: “He quedado tan decepcionada que si alguien me dice: “te quiero”, le pregunto: ¿para qué?”.

En el amor de enamoramiento se produce una mutua fabulación: se ama a alguien que no es del todo real; se le ve no como es, sino como se quiere que sea. Es un amor egocéntrico en el que apenas está presente el plano de lo racional y voluntario. Por ello, no es suficiente para casarse.

La periodista Elena Pita entrevistó a la escritora Mercedes Salisachs:

“- En Los clamores del silencio se pregunta usted si no será el amor una farsa, ¿lo es, le pregunto ahora?


-Distingo entre el amor, que es entrega, y el enamoramiento, que es puro egoísmo: uno busca una imagen de sí mismo maravillosa.

-¿Es o no es una farsa?

– El amor, no; el enamoramiento, sí, es un engaño que nos hace muy “felices”, y por tanto no puede durar, no más de unos cinco años, y esto no falla.”

Cuando preguntamos qué es el amor esperamos qué nos digan algo más que el ejercicio de una apetencia ligada al conocimiento sensible (me gusta, me apetece). El querer sensible se encuentra en un plano inferior al querer racional. Pero ¿qué pasa cuando se ama a una persona (realidad espiritual) solamente con base en un conocimiento sensible?. Ocurre que se le ama sólo en lo que tiene de útil y de placentero, puesto que son los únicos aspectos que captan los sentidos.

Una convivencia amorosa entre un varón y una mujer basada en alguno de esos amores falaces suele tener unas expectativas muy elevadas, pero una cercana fecha de caducidad. Cuando el hechizo se rompe solo queda el desengaño y la frustración. Fragmento de una carta:

“Ahora sólo tengo que aclarar que no fuiste el amor de mi vida; sólo fuiste el amor en ese momento. Perdón por haberme dado un título tan grande, sobre todo tan falso”.

El amor es un movimiento de la voluntad hacia el bien. La raíz de ese movimiento es el valor del ser amado, que se presenta como realidad atractiva.

La unión amorosa no se reduce a unión afectiva (un mismo sentir); es, además, unión en el ser. El modelo paradigmático es la unión matrimonial. Esa unión se advierte en unos versos de Ángel González:

“Me he quedado sin pulso y sin aliento/separado de ti./ Cuando respiro,/ el aire se me vuelve en un suspiro/

y en polvo el corazón, de desaliento.”

Lo propio del matrimonio es el amor de dilección, que procede no de una pasión, sino de la decisión voluntaria de amar basada en la reflexión.

El amor no está en el “yo” ni en el “tú”, sino en el “nosotros”. El amor no es un yo conmigo, sino contigo, para hacer un nosotros. El amor no es individual, sino interpersonal: es cosa de dos; es una realidad compartida que se compone de amar y ser amado.

“Amar no es mirarse el uno al otro, es mirar juntos en la misma dirección”. (Antoine De Saint-Exupéry)

Pieper afirma que amar es aprobar: dar por bueno, llamar bueno a algo o a alguien. El amor es la complacencia en la existencia de la persona amada: “es bueno que existas”. Pero el amor no se limita a afirmar al amado en lo que actualmente es; aspira, además, a afirmarle en lo que puede y debe llegar a ser. Puede expresarse así: ¡Qué bueno es que seas el que debes ser! Es el amor de benevolencia. Unos versos de Pablo Neruda lo expresan de este modo:

“Para mi corazón basta tu pecho,/Para tu libertad bastan mis alas/.Desde mi boca llegará hasta el cielo/

Lo que estaba dormido sobre tu alma.”

Amar es querer el bien para el otro (Aristóteles). Se concreta en ayudarle a que sea “más otro”. Esa clase de amor, además de hacer feliz al amado, le hace más valioso. Con frecuencia sirve para detectar y cultivar cualidades que apenas estaban esbozadas en el amado y que incluso él mismo desconocía; cualidades que permanecían en estado potencial, esperando que alguien le ayudara a activarlas.
Gerardo Castillo Ceballos, Profesor de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra.
Publicado en El Confidencial.

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