martes, 5 de diciembre de 2017

Quería ser cura pero el Señor me puso en la "friendzone". 6 consejos para los que no son hijos


Para los que no entienden del tema, la friendzone es un lugar simbólico al que envían a aquellos que, luego de haber cortejado a alguien (y aunque hubiera indicios de “algo más”), ven de pronto cómo se les cierran todas las posibilidades, pues la otra persona los quiere “solo como amigos”. Se hacen bromas en Internet al respecto, e incluso aquellos varones que logran sortear ese primer portazo en las narices son considerados casi héroes, por haber conquistado y ganado el corazón de la enamorada. En ambientes de Iglesia nos reímos cuando esa muchacha que se mostró abierta a la galantería y la conquista nos dice: te quiero en el amor de Jesús” o “te amo en Cristo”; una frase mortal para todo enamorado al que le queda claro que al único afecto al que podría aspirar es a una relación fraterna de hermanos, como cristianos y como Jesús nos enseña a hacerlo.
Pero también ocurre en el plano de lo espiritual, sobre todo de lo vocacional. Lo digo desde primera fila, pero también como testigo de muchos amigos míos, que habiendo hecho un proceso de discernimiento a la vida consagrada, jornadas vocacionales e incluso han comenzado su formación en seminarios, conventos y casas de formación para la vida consagrada… luego de algunos meses e incluso años se dan cuenta que Dios los ama, los busca, los desea, pero como laicos, no como esposos consagrados a la manera de sacerdotes y religiosas.
Es duro el tema, sobre todo porque muchas veces no hacemos bien el trabajo de acoger a aquellos que regresan, los que no siempre encuentran cabida en las comunidades. Muchas veces, avergonzados por la situación y la pomposa despedida de sus grupos y parroquias, deben regresar a la rutina y replantearse la vocación, ahora como laicos. A ellos, los que el Señor mismo ha enviado a la friendzone, y también a nosotros que somos parte de comunidades de donde nacen vocaciones y a donde regresan algunos que tuvieron mala puntería, les dedicamos estas líneas, no como manual sino como orientaciones pastorales y acogida amorosa a esta realidad.

1. Siempre serás un elegido

Todos, laicos y consagrados, somos elegidos. Todos tenemos una vocación y todos somos amados por Dios, pero muchas
veces la voz de Dios se confunde entre las palabras de impulso y ánimo que nacen de nuestro propio corazón y nuestros deseos, de los anhelos de las comunidades de que de entre sus filas salgan vocaciones y de aquellos que acompañan los procesos de discernimiento vocacional, que muchas veces ven sus casas de formación vacías y la presión institucional los empuja a captar nuevas vocaciones cada año.

2. No hay preguntas tontas, hay tontos que no preguntan

No quiero sonar autorreferente, pero muchos jóvenes se me acercan con esta inquietud, la de comenzar o no un proceso de discernimiento vocacional. Seguro que a varios les causa temor, pues para muchos sería una “lata” si el Señor les dice que los quiere para Él a tiempo completo, como consagrados. Para evitar el riesgo de ser llamados realmente por Dios, evitan mirar al cielo y hacer la pregunta vocacional al Creador. Yo siempre animo a todos a darse un tiempo y un espacio serio de preguntas vocacionales directas con el “Jefe”, pues muchos dan por asumido que fueron creados para ser esposos, esposas y tener hijos; ser profesionales y formar una linda familia. De hecho, muchos se abren a la posibilidad de que alguno de sus hijos sea llamado por Dios para la vida consagrada (aun cuando ni siquiera tienen novia y obviamente no piensan en casarse todavía), pero para ellos el asunto parece completamente descartado.

Es sano preguntar, pues siendo realistas, estadísticamente hablando, Dios llama a la mayoría de sus hijos a ser laicos y no consagrados; si fuera de otra forma, estaríamos extintos como raza humana. Y eso ocurre a en ambas caras de la moneda: hay consagrados que evidentemente tenían vocación al matrimonio, y esposos y esposas que evidentemente tenían vocación a la vida consagrada. No es emitir un juicio respecto a sus opciones personales, pero por eso, para prevenir posibles “errores de puntería” al momento de tomar decisiones importantes como la de casarse, es buena idea discernir bien, hacerse la pregunta vocacional en serio y no evitarla por temor a recibir un “sí” de parte de Dios. Quizá ellos nunca hicieron la pregunta vocacional en serio y a estas alturas ya es tarde; por lo que son padres y madres mediocres y agentes pastorales con un gran sentimiento de culpa por dejar a sus familias abandonadas mientras hacen sus apostolados.

3. La fe es un espacio para el error

Es distinto discernir mal que cometer un error. Cuando uno yerra, lo que hace es elegir el mal en lugar del bien. En cambio, cuando uno está realizando un discernimiento es más complicado, porque entre las opciones sobre la mesa no hay cosas malas, sino que hay cosas buenas y cosas mejores.  Discernir bien no es elegir entre lo bueno y lo malo, solo un tonto elegiría lo malo. Discernir es elegir entre lo bueno y lo mejor; por eso no siempre es tan claro como nos gustaría. Por lo tanto, si tuviste mala puntería, debes saber que vas en buena dirección, apuntando hacia el sentido correcto, solo que no diste de lleno en el blanco. No es saludable caer en la tentación de sentirse fracasado, equivocado o sin sentido. 
Nuestras comunidades de fe deben ser espacios que nos ayuden a discernir y que nos acojan cuando no hemos acertado al cien por cien; pues de eso trata la vida espiritual, de correr riesgos siguiendo al Divino Maestro.

4. La vergüenza es natural, pero que no te detenga

Es lógico que quienes han pasado algunos meses o años en su formación como religiosos, después se sientan abrumados por la situación de tener que regresar. Sobre todo cuando en todas las misas se rezaba por tu vocación y hasta la última viejita de tu parroquia sabía de ti y esperaba con ansias el momento de tu ordenación o de tus votos. Sin dudas esa presión que, sin quererlo y con amor, nos endosan nuestras comunidades, es muchas veces la razón que hace que algunos den la pelea durante más tiempo, postergando lo inevitable. Es de valientes reconocer cuándo no se ha discernido bien, cuando a la luz de la oración y de los consejos de los más grandes uno decide volver a casa, rearmar la vida y replantearse la vocación. Por lo tanto, aunque la vergüenza sea un sentimiento que aflore descontroladamente, intenta que no se apodere de ti y te mantenga aislado, alejado de todos y haciéndote vivir tu fe en solitario.

5. El llamado universal a la santidad

Todos estamos llamados a ser santos. Ahora bien, la forma en que esa santidad se vive es otra cosa. Quizá la confusión se da porque la mayoría de los santos que conocemos son consagrados: sacerdotes y religiosas que fundaron reconocidas congregaciones y órdenes presentes en todo el mundo y cuyo legado espiritual ha sido de gran bendición para la Iglesia. En cambio es menos frecuente encontrar estampitas de santos en cuya impresión esté la cara de un profesor, de una mamá o de un mecánico automotríz (¡aunque los hay!). Que estadísticamente no sea tan común, no quiere decir que no existan. Desde nuestro camino espiritual de laicos comprometidos con la Iglesia tenemos las mismas e incluso más posibilidades de alcanzar la santidad, haciendo lo que nos toca, eso que el Señor nos ha confiado, siempre que lo hagamos con amor, con fe, de la mano de la Iglesia y buscando la voluntad de Dios. 

6. Todas las vocaciones se disciernen

Me ha tocado ver que algunos amigos míos, que incluso tenían novia o novio según corresponda, en medio de esa relación se sienten llamados por Dios y hoy en día están en sus caminos de formación a la vida consagrada. Haber encontrado a la que según tú es la indicada o indicado, no necesariamente es un signo inequívoco de una vocación al matrimonio y la familia. Seguro que es complicado tener que decirle a tu novia: «mi amor, este fin de semana no nos veremos porque iré a jornadas vocacionales». Suena casi como ir a verte con otra (aunque en este caso es otro, Jesús).  
Por eso es importante discernir todo, no dar nada por asumido, pues la vocación de ser laico, no es por descarte o porque no saliste elegido para algo mejor, es una vocación como todas, en la que uno se siente llamado a una misión en particular y en la cual el Señor también nos pide entregar la vida de forma total, renunciando todo y abrazándolo a él como el centro de la propia vida.

No hay comentarios. :

Publicar un comentario