domingo, 3 de septiembre de 2017

Los planes misteriosos de Dios



LOS PLANES MISTERIOSOS DE DIOS

Por Antonio García-Moreno

1.- SEDUCCIÓN.- Estamos ante una de las páginas más humanas de los libros divinos. Página personalísima, un apunte privado del profeta, que, no sabemos cómo, vio la luz pública. Jeremías se queja amargamente ante Dios. Sus palabras suenan a una especie de acusación: "Me forzaste y me pudiste. Yo era el hazmerreír todo el día, todos se burlaban de mí. Siempre que hablo tengo que gritar...".

El profeta se resistió cuando Dios le llamó; adujo, entre otras razones, que era aún demasiado joven, que no sabía hablar en público, que le temblaban las piernas al pensar tan sólo que había de hacer frente a los poderosos de Israel. Y Dios le convence, le seduce con la promesa de estar siempre cerca de él: le vence con la amenaza de que si tiembla ante los hombres, él le hará temblar todavía más... Jeremías accede, dice que sí. Y cuando llega el momento proclama el mensaje del Señor. Aunque ese anuncio esté cargado de maldiciones, de serias amenazas llenas de violencia y destrucción. Aunque se le haga un nudo en la garganta y se le seque la lengua.

Me dije: "No me acordaré de él, no hablaré en su nombre; pero la palabra era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerla y no podía..." Palabra de Dios arraigada en su corazón, hirviendo hasta verterse al exterior. Palabra incontenible que quema las entrañas del profeta, brotando impetuosa y arrolladora, sin respeto humano alguno, sin miedo a nadie ni a nada.

Señor, hoy también necesitamos profetas a lo Jeremías. Hombres que estén dispuestos a hablar con fortaleza y claridad, gritando tu mensaje de salvación a todo el mundo. Hombres que hablen sin miedo, sin temblar, con la voz firme y el tono seguro... Hay muchos que claudican, que se dejan llevar por la corriente de moda, por la sutil ocurrencia del teólogo del momento. Quieren paliar las exigencias de tu palabra, quieren dulcificar las aristas de la cruz, quieren desfigurar tu intención, cambiar los fines sobrenaturales de la Iglesia por otros temporales y terrenos. Seduce de nuevo, amenaza otra vez, fortalece a tus profetas. Suscita hombres fuertes y valientes que estén dispuestos, por encima de todo, a descuajar y a plantar, a edificar y a destruir.

2.- PERDER LA VIDA POR CRISTO ES GANARLA.- En tres ocasiones predice Jesús con claridad su pasión y su muerte. Sus discípulos nunca entendieron concretamente lo que les decía. En sus mentes no podía entrar que el Mesías, el rey de Israel tan deseado, hubiera de padecer y ser rechazado por las autoridades del pueblo elegido. Por eso Pedro no puede contenerse y salta, decidido a disuadir al Maestro de llegar a semejante final, aunque hablara también de la resurrección. Considera descabellado pensar en un triunfo después de la muerte. Por eso lo mejor es que no muera de aquella forma que predecía.

En el fondo lo que intentaba San Pedro es que el triunfo definitivo llegara por unos cauces más normales y más seguros y no pasando por aquel trance terrible que Jesús anunciaba. Pero la reacción del Maestro es clara y decidida. Pedro no se esperaba aquellas palabras dirigidas a él, y para colmo delante de todos los demás. Nunca el Maestro había llamado a nadie Satanás. Y en ese momento llama así a Pedro, que lo único que intenta es que el Maestro no pase por aquel mal trago... La respuesta de Jesucristo muestra cuánto deseaba Él cumplir con lo dispuesto por el Padre, beber el amargo cáliz de su pasión. Por eso rechaza con energía e indignación la propuesta de san Pedro, increpándole de aquella forma tan sorprendente y tan inhabitual en el Maestro.

Para llegar a la Redención sólo hay un camino, el señalado por Dios Padre. Este es así y no hay vuelta de hoja. Planes misteriosos de Dios que, en cierto modo, se repiten de una u otra forma, en cada uno de nosotros. Por ello, sólo si aceptamos la voluntad divina, sellada a menudo con la cruz, podremos alcanzar la vida eterna.

Jesús aprovecha la ocasión para hacer comprender a los suyos que los valores supremos no son los de la carne, ni los del dinero. De qué le sirve a uno ganar todo el mundo, si al final pierde su alma. Es preciso abrir los ojos, encender la fe, mirar las cosas con nuevas perspectivas. Así, aunque de momento pueda parecer que perdemos algo, incluso la vida misma, en definitiva saldremos ganando mucho más.

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