El padre Pío, con su enseñanza y su ejemplo, nos invita a orar, a recurrir a la misericordia divina en el sacramento de la penitencia, y a amar al prójimo. Nos invita, de manera especial, a amar y venerar a la Virgen María. Su devoción a la Virgen se manifiesta en todas las circunstancias de su vida: en sus palabras y en sus escritos, en sus enseñanzas y en sus consejos, que ofrecía a sus numerosos hijos espirituales. El nuevo beato, auténtico hijo de san Francisco de Asís, de quien aprendió a dirigirse a María con espléndidas expresiones de alabanza y amor (cf. Saludo a la Virgen, en: Escritos de San Francisco), no se cansaba de inculcar en los fieles una devoción tierna y profunda a la Virgen, enraizada en la tradición auténtica de la Iglesia. Tanto en el secreto del confesonario como en la predicación, exhortaba siempre: ¡Amad a la Virgen! Al término de su vida terrena, en el momento de manifestar su última voluntad, dirigió su pensamiento, como había hecho durante toda su vida, a María santísima: «Amad a la Virgen y hacedla amar. Rezad siempre el rosario».
Padre Pío
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