sábado, 19 de junio de 2021

Dios no actúa en mi lugar sino conmigo

 


¡Buenos días, gente buena!

Domingo XII Ordinario

Evangelio

Marcos 4, 35-41

Al atardecer de ese mismo día, les dijo: «Crucemos a la otra orilla».

Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.

Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.

Lo despertaron y le dijeron: «¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?». Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio! ¡Cállate!». El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.

Después les dijo: «¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?».

Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?».

Palabra del Señor

Dios no actúa en mi lugar sino conmigo

Una noche de tempestad y de miedo en el lago, y Jesús duerme. También el mundo nuestro está en plena tempestad, gime de dolor con las venas abiertas, y Dios parece dormir.

Ninguna existencia se escapa al absurdo y al sufrimiento, y Dios no habla, se queda callado.

Es en la noche cuando nacen las grandes preguntas: ¿No te importa nada de nosotros? ¿Por qué duermes?¡Despierta y ven en mi auxilio! Los salmos balbucean este grito, llena la boca de Job, lo repiten los profetas y los apóstoles. Hay pocas cosas bíblicas como este grito que reclama el silencio de Dios, pocas experiencias son tan humanas como este temor de morir o de vivir en el abandono.

¿Por qué tienen tanto miedo? Dios no está ausente ni duerme. Ya está aquí, está en los brazos de los hombres, fuertes sus remos: está en la mano segura del que llevar el timón; está en las manos de los que vacían el agua que inunda la barca; en los ojos que escrutan hacia la orilla, en el ansia que anticipa la luz de la aurora.

Dios está presente, pero a su modo: quiere salvarme, pero lo hace pidiéndome poner en juego todas mis capacidades, toda la fuerza de mi corazón y de la inteligencia. No actúa en mi lugar sino junto conmigo; no me dispensa de la travesía, pero me acompaña en la oscuridad. No me cuida del temor, sino en el temor. Así como no ha salvado a Jesús de la cruz, sino en la cruz.

Toda nuestra existencia puede ser descrita como una travesía peligrosa, un pasar a la otra orilla, esa de la vida adulta, responsable, buena. Una travesía es iniciar vida matrimonial; una travesía es el futuro que se abre hacia adelante a un niño; una travesía borrascosa es tratar de sanar heridas, reencontrarse con personas, vencer los miedos, aceptar y recibir a pobres y extraños. Hay tanto temor a lo largo de la travesía, incluso temores legítimos. Pero las barcas no se han construido para permanecer afondadas al seguro en los puertos.

Yo quisiera que el Señor gritara de inmediato al huracán: Calla; Y a las olas, : cálmense; y que repitiera a mi angustia: ya pasó. 

Quisiera que me dispensara de la lucha, y en cambio Dios responde llamándome a la perseverancia, multiplicándome las energías; su respuesta es tanta fuerza como necesito para el primer golpe de remo. Y a cada golpe él la renovará.

¿No te importa que muramos? La respuesta, sin palabras es relatada por los hechos:

Me importas tú, me importa tu vida, eres importante. Me importan los pájaros del cielo y tú vales más que muchos pájaros, me importan los lirios del campo y tú eres el más hermoso de ellos.

Tú me importas hasta el punto que he contado los cabellos de tu cabeza y todos los miedos que llevas en el corazón. Estoy aquí, en el reflejo más profundo de tus lágrimas, como una mano fuerte sobre la tuya, inicio de viaje seguro.

¡Feliz Domingo!

¡Paz y Bien!

Fr. Arturo Ríos Lara, ofm

No hay comentarios. :

Publicar un comentario