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sábado, 25 de agosto de 2018

MANSEDUMBRE Y CORTESÍA, VIRTUDES TÍPICAS DE SAN FRANCISCO (y IV)



DE LA CARTA DE DESPEDIDA
DEL BEATO JUNÍPERO SERRA

Fray Junípero Serra, para no apenar a ancianos sus padres, emprendió el viaje a América sin despedirse de ellos. Mientras esperaba en Cádiz el momento de embarcar, les escribió esta carta, pero, por no saber ellos leer, la envió a un fraile residente en Petra, el P. Francisco Serra, que no es familiar suyo, para que éste se la leyera.

Amigo de mi corazón, me faltan en ésta palabras, aunque me sobren afectos para despedirme y para repetiros la súplica del consuelo de mis padres, a quienes no dudo no les faltará su aflicción. Yo quisiera poder infundirles la gran alegría en que me encuentro, y pienso que me instarían a seguir adelante y no retroceder nunca.

Deben advertir que el cargo de Predicador Apostólico, y máxime adjunto con el actual ejercicio, es lo más que ellos podían desear para verme bien establecido.

Que su vida, como son ya tan viejos, es ya muy deleznable, y casi preciso que sea breve. Y si la saben comparar a la eternidad verán claramente que no puede ser más que un instante. Y siendo así, será muy del caso y muy conforme a la santísima voluntad de Dios que reparen poco en la poquísima ayuda que yo les pueda hacer en las conveniencias de esta vida para merecer de Dios nuestro Señor que, si no nos volvemos a ver en esta vida, estemos juntos para siempre en la Gloria.



Decirles que yo no dejo de sentir el no poder estar más cerca de ellos, como estaba antes, para consolarles, pero pensando también que lo primero es lo primero, y que antes que ninguna otra, lo primero es hacer la voluntad de Dios cumpliéndola; por amor de Dios los he dejado, y si yo por amor de Dios y con su gracia, tengo fuerza de voluntad para dejarlos, del caso será que también ellos, por amor de Dios, estén contentos al quedar privados de mi compañía.

Que se hagan cargo de lo que sobre esto les dirá el confesor y verán que, en verdad, ahora les ha entrado Dios por su casa. Con santa paciencia y resignación ante la divina voluntad, poseerán sus almas, porque alcanzarán la vida eterna.

Que no atribuyan a nadie, sino sólo a Dios Nuestro Señor, lo que lamentan, y verán cómo les será suave su yugo y se les mudará en gran consuelo lo que ahora tal vez padecen como una aflicción. No es hora ya de alterarse ni afligirse por ninguna cosa de esta vida, y así de conformarse en un todo con la voluntad de Dios, procurando prepararse para bien morir, que es lo único que importa de cuantas cosas pueda haber en esta vida, pues alcanzando aquélla, poco importa que se pierda todo lo demás; y si no se alcanza, nada aprovecha todo lo demás.

Que se alegren de tener un sacerdote, aunque malo y pecador, que todos los días, en el Santo Sacrificio de la Misa, ruega por ellos con todas sus fuerzas y muchísimos días aplica por ellos solamente la Misa, porque el Señor los asista, porque no les falte lo necesario para el sustento, les dé paciencia en los trabajos, resignación a su santa voluntad, paz y unión con todo el mundo, valor para resistir a las tentaciones del demonio y, finalmente, cuando convenga, una muerte lúcida y en su santa gracia.

Si yo, con la ayuda de la gracia de Dios, llegase a ser un buen religioso, serían más eficaces mis oraciones y no serían ellos poco interesados en esta ganancia; y lo mismo digo de mi querida hermana en Cristo, Juana, y Miguel mi cuñado: que no piensen en mí por ahora sino para encomendarme a Dios para que yo sea un buen sacerdote y un buen ministro de Dios; que en esto estamos todos muy interesados, y esto es lo que importa. Recuerdo que mi padre, cuando tuvo aquella enfermedad, tan grave que lo extremaunciaron, y yo, que ya era religioso, lo asistía, pensando que ya se moría, estando él y yo a solas, me dijo: «Hijo mío, lo que te encargo es que seas un buen religioso del Padre S. Francisco». Pues, padre mío, sabed que tengo aquellas palabras tan presentes como si en este mismo instante las oyera de vuestra boca. Y sabed también que para procurar ser un buen religioso emprendí este camino.

No estéis afligidos porque yo haga vuestra voluntad, que es también la voluntad de Dios.

De mi madre sé también que nunca se descuidó de encomendarme a Dios con el mismo cariño para que yo fuese un buen religioso. Pues, madre mía, si tal vez por vuestras oraciones Dios me ha puesto en este camino, estad contenta de lo que Dios dispone y decid siempre en todos los trabajos: «Bendito sea Dios y hágase su santa voluntad».

* * *

MANSEDUMBRE Y CORTESÍA,
VIRTUDES TÍPICAS DE SAN FRANCISCO (y IV)
por María Sticco

Suele decirse que una persona cortés siempre y con todos no puede ser sincera. Si por sinceridad entendemos espontaneidad instintiva, entonces la cortesía puede convertirse en una máscara «muy a tono»; mas cuando los instintos de agresividad y de repulsa son dominados de antemano por la mansedumbre de no juzgar, de no condenar, la cortesía es genuina, es abnegación de sí mismo, no por gusto propio sino por complacer a los demás, y se expresa en alegría. Por otra parte, la cortesía de san Francisco traspasaba todas las fronteras de la amistad y de la conveniencia, y se extendía, ¡con cuánta delicadeza!, hasta los ladrones de monte Casale, los herejes, los mahometanos.

Cortesía, hermana de la caridad: feliz definición. La beneficencia que hiere, la limosna que ofende, es la hecha por el de arriba al de abajo, sin cortesía. San Francisco unió siempre caridad y cortesía. Fue gran caridad y mansedumbre curar a aquel leproso inaguantable y protervo; pero fue cortesía hacer «calentar el agua con muchas hierbas aromáticas» y lavarlo con sus delicadas manos (cf. Florecillas 24). Fue caridad dar enseguida algo de comer a aquel hermano que se moría de hambre una noche en Rivotorto; pero fue cortesía «hacer preparar la mesa para que el hermano no se avergonzase de comer solo, y comieron todos juntos» (LP 50). Fue caridad ofrecer muy de madrugada racimos de uva madura a un hermano enfermo; pero fue cortesía sentarse junto a él y comer en su compañía «para que no se avergonzase de hacerlo solo» (LP 53).

Introducirse con el canto en ambientes mundanos, como en San León, durante la ceremonia de la consagración del joven caballero (cf. Consideraciones sobre las Llagas 1); disolver con el canto el hielo de oposiciones irreductibles, como aquella que había entre el Podestá y el Obispo de Asís, es arte cortés al servicio de la caridad más refinada.

San Francisco fue cortés no sólo con los hombres, o con los pájaros, los peces, los lebratillos, los lobos y animales todos, sino también con las criaturas insensibles, tratadas siempre con gran respeto y elogiadas por su belleza y utilidad, como en el famoso Cántico, y como en el pequeño discurso al fuego, antes de someterse al espantoso cauterio: «Hermano fuego, criatura noble y útil entre todas las demás del Altísimo, trátame con cortesía en esta hora» (LP 86).

Las fuentes biográficas afirman que Francisco amaba a las criaturas inanimadas «con tan tierno afecto, empleaba con ellas tanta cortesía, tan grande era el gozo que sentía en su compañía y tal la delicadeza que usaba con las mismas, que se molestaba cuando alguno no las trataba cortésmente» (cf. LP 87-88). No quería que se apagase el fuego, ni que se arrojase el agua donde podía ser pisoteada, ni que se arrancasen los árboles de raíz. Evitaba caminar sobre las piedras, recordando a Cristo, piedra angular, y se abstenía de coger flores, que tienen derecho a vivir en libertad.

Esta cortesía tan poética en apariencia, tan humilde, tan ingenua, es la expresión de un amor que abraza al universo.

Mansedumbre y cortesía constituyen una preciosa herencia legada por san Francisco a sus hijos. Estas virtudes imprimen a los conventos franciscanos, especialmente a los más pequeños, a los más pobres, a los más ignorados, un carácter de acogedora simpatía. Quien llega a ellos de los caminos del mundo, se siente comprendido, no juzgado; anticipado en sus deseos, no discutido; envuelto en una atmósfera no sólo de paz, sino de fraternidad y de bien, de ese cándido, sencillo querer bien que, mejor que un amor ardiente, conforta, serena, franquea el alma: como el sol.

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