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sábado, 25 de agosto de 2018

LITURGIA DEL DOMINGO XVIII (Ciclo A) IMITAR LAS VIRTUDES DE CRISTO EN SU NACIMIENTO DE LA CARTA DE DESPEDIDA DEL BEATO JUNÍPERO SERRA




LITURGIA DEL DOMINGO XVIII (Ciclo A)
Benedicto XVI, del Ángelus del día 3 de agosto de 2008

Queridos hermanos y hermanas:

En la liturgia del día, la primera lectura (Is 55,1-3) nos recuerda que las cosas más grandes de nuestra vida no pueden ser adquiridas ni pagadas, porque las cosas más importantes y elementales de nuestra vida sólo pueden ser un regalo: el sol y su luz, el aire que respiramos, el agua, la belleza de la tierra, el amor, la amistad, la vida misma. Todos estos bienes esenciales y centrales no podemos comprarlos, sino que los recibimos como regalo.

La segunda lectura (Rm 8,35-39) añade que eso significa que también hay cosas que nadie nos puede quitar [¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?], que ninguna dictadura, ninguna fuerza destructora nos puede robar. Nadie nos puede quitar el ser amados por Dios, que en Cristo nos conoce y ama a cada uno; y, mientras tengamos esto, no somos pobres, sino ricos.

El evangelio (Mt 14,13-21) añade un tercer paso. Si de Dios recibimos dones tan grandes, también nosotros debemos dar: en ámbito espiritual debemos dar bondad, amistad y amor. Pero también debemos dar en el ámbito material. El evangelio habla de compartir el pan. Estas dos cosas deben penetrar hoy en nuestra alma. Debemos dar, porque también nosotros hemos recibido. Debemos transmitir a los demás el don de la bondad, del amor y de la amistad. A la vez, a todos los que necesitan de nosotros y a los que podemos ayudar, debemos darles también dones materiales, haciendo así que la tierra sea más humana, es decir, más cercana a Dios.

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IMITAR LAS VIRTUDES DE CRISTO EN SU NACIMIENTO
De las cartas de santa Teresa de Jesús Jornet


Quisiera llevar a sus corazones, Hermanitas, abundancia de los consuelos espirituales, que les hicieran más gratos todavía de lo que ya son de ordinario los presentes días. Pero qué les voy a decir para ello sino que acudan a la cuna del Divino Niño con toda confianza y le ofrezcan, bien limpio y sencillo, su corazón, para que quiera entrar en él; dispuestas a seguir sus santas inspiraciones y compartir con él, sin reserva, así las glorias como las fatigas. Por nosotras viene. Miren si es poco lo que nos quiere.

¿Y nosotras a él? Yo no lo sé, pero, si he de juzgar por mis obras y las de algunas otras como yo, está nuestro amor muy resfriado. Por Dios, que pongamos en ello remedio, y ofrezcamos con verdad al Niño que, de hoy en adelante, al cumplir con nuestros deberes, hemos de imitar las virtudes del que, en su nacimiento, se nos presenta como modelo. Y para que todas sepan a lo que nos obligamos y a una trabajemos por lo mismo, apuntaré cuáles sean, a mi ver, estas virtudes.

La obediencia a los designios del Padre celestial le trae al mundo, y la obediencia a las potestades de la tierra le llevan, con sus padres, a nacer en Belén. Correspondamos nosotras marchando sumisas a donde quiera que se nos envíe y sujetándonos gustosas a la Regla y al trabajo que se nos imponga.

Acredita su humildad sometiéndose a los desprecios; sus parientes no le reciben: para él no hay lugar en la posada. Mortifiquemos nuestro amor propio y no obremos por bien parecer; que ni la vanidad nos seduzca, ni el resentimiento nos consuma.

Su pobreza se manifiesta en los pañales con que se le envuelve en el pesebre que le sirve de cuna y en el sitio que nace, un desmantelado establo. ¿Por qué nosotras nos hemos de lastimar de que el hábito sea más o menos viejo, más o menos remendada la toca, más o menos pobre la casa o mesa?

Su paciencia se demuestra en cómo acepta risueño los sufrimientos a que se somete con su obediencia, humildad y pobreza; la hora de medianoche y la estación fría en que nace, y, para que también al espíritu los sufrimientos alcancen, sufre por sus padres que ve despreciados y padeciendo privaciones por él y por lo que sabe le espera toda su vida y, muy especialmente, en su pasión y muerte, que tiene a la vista.

Pero todas estas virtudes suponen otra más principal que les da realce, la de su ardentísima caridad. Es tan grande, que dice: He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Por eso, su Corazón arde en llamas de purísimo amor; con ese purísimo amor es menester que amemos y tratemos a nuestros pobres, interesándonos muchísimo por su bienestar temporal y eterno.

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DE LA CARTA DE DESPEDIDA
DEL BEATO JUNÍPERO SERRA

Fray Junípero Serra, para no apenar a ancianos sus padres, emprendió el viaje a América sin despedirse de ellos. Mientras esperaba en Cádiz el momento de embarcar, les escribió esta carta, pero, por no saber ellos leer, la envió a un fraile residente en Petra, el P. Francisco Serra, que no es familiar suyo, para que éste se la leyera.

Amigo de mi corazón, me faltan en ésta palabras, aunque me sobren afectos para despedirme y para repetiros la súplica del consuelo de mis padres, a quienes no dudo no les faltará su aflicción. Yo quisiera poder infundirles la gran alegría en que me encuentro, y pienso que me instarían a seguir adelante y no retroceder nunca.

Deben advertir que el cargo de Predicador Apostólico, y máxime adjunto con el actual ejercicio, es lo más que ellos podían desear para verme bien establecido.

Que su vida, como son ya tan viejos, es ya muy deleznable, y casi preciso que sea breve. Y si la saben comparar a la eternidad verán claramente que no puede ser más que un instante. Y siendo así, será muy del caso y muy conforme a la santísima voluntad de Dios que reparen poco en la poquísima ayuda que yo les pueda hacer en las conveniencias de esta vida para merecer de Dios nuestro Señor que, si no nos volvemos a ver en esta vida, estemos juntos para siempre en la Gloria.

Decirles que yo no dejo de sentir el no poder estar más cerca de ellos, como estaba antes, para consolarles, pero pensando también que lo primero es lo primero, y que antes que ninguna otra, lo primero es hacer la voluntad de Dios cumpliéndola; por amor de Dios los he dejado, y si yo por amor de Dios y con su gracia, tengo fuerza de voluntad para dejarlos, del caso será que también ellos, por amor de Dios, estén contentos al quedar privados de mi compañía.

Que se hagan cargo de lo que sobre esto les dirá el confesor y verán que, en verdad, ahora les ha entrado Dios por su casa. Con santa paciencia y resignación ante la divina voluntad, poseerán sus almas, porque alcanzarán la vida eterna.

Que no atribuyan a nadie, sino sólo a Dios Nuestro Señor, lo que lamentan, y verán cómo les será suave su yugo y se les mudará en gran consuelo lo que ahora tal vez padecen como una aflicción. No es hora ya de alterarse ni afligirse por ninguna cosa de esta vida, y así de conformarse en un todo con la voluntad de Dios, procurando prepararse para bien morir, que es lo único que importa de cuantas cosas pueda haber en esta vida, pues alcanzando aquélla, poco importa que se pierda todo lo demás; y si no se alcanza, nada aprovecha todo lo demás.

Que se alegren de tener un sacerdote, aunque malo y pecador, que todos los días, en el Santo Sacrificio de la Misa, ruega por ellos con todas sus fuerzas y muchísimos días aplica por ellos solamente la Misa, porque el Señor los asista, porque no les falte lo necesario para el sustento, les dé paciencia en los trabajos, resignación a su santa voluntad, paz y unión con todo el mundo, valor para resistir a las tentaciones del demonio y, finalmente, cuando convenga, una muerte lúcida y en su santa gracia.

Si yo, con la ayuda de la gracia de Dios, llegase a ser un buen religioso, serían más eficaces mis oraciones y no serían ellos poco interesados en esta ganancia; y lo mismo digo de mi querida hermana en Cristo, Juana, y Miguel mi cuñado: que no piensen en mí por ahora sino para encomendarme a Dios para que yo sea un buen sacerdote y un buen ministro de Dios; que en esto estamos todos muy interesados, y esto es lo que importa. Recuerdo que mi padre, cuando tuvo aquella enfermedad, tan grave que lo extremaunciaron, y yo, que ya era religioso, lo asistía, pensando que ya se moría, estando él y yo a solas, me dijo: «Hijo mío, lo que te encargo es que seas un buen religioso del Padre S. Francisco». Pues, padre mío, sabed que tengo aquellas palabras tan presentes como si en este mismo instante las oyera de vuestra boca. Y sabed también que para procurar ser un buen religioso emprendí este camino.

No estéis afligidos porque yo haga vuestra voluntad, que es también la voluntad de Dios.

De mi madre sé también que nunca se descuidó de encomendarme a Dios con el mismo cariño para que yo fuese un buen religioso. Pues, madre mía, si tal vez por vuestras oraciones Dios me ha puesto en este camino, estad contenta de lo que Dios dispone y decid siempre en todos los trabajos: «Bendito sea Dios y hágase su santa voluntad».

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