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viernes, 7 de abril de 2017

Los sacerdotes que no saben latín dicen muchas tonterías



Leo con tristeza que un profesor católico ha sido retirado de su cátedra de la Universidad “Católica” de Lovaina por decir algo evidente: que el aborto es un asesinato.

Digo que lo leo con tristeza y no con asombro porque, por desgracia, todos estamos muy acostumbrados a que la mayoría de las universidades católicas no tengan de católicas más que el nombre. Y, por una desgracia aún mayor, también estamos acostumbrados a que las autoridades religiosas, diocesanas o vaticanas correspondientes miren hacia otro lado en vez de cumplir con su deber de defender al rebaño de los lobos. En fin, Dios tenga misericordia de ellos el Día del Juicio, porque la van a necesitar (o como decía una vieja novela con cierta gracia, ya se pueden ir comprando ropa interior de amianto). 
No es eso, sin embargo, de lo que quería hablar. Más que la traición de la completamente secularizada Universidad, me ha llamado la atención la reacción de la Conferencia Episcopal Belga, cuyo portavoz. el P. Tommy Scholtès SJ, ha declarado que: Las palabras de Stéphane Mercier me parecen grotescas. La palabra ‘homicidio’ es demasiado fuerte: supone una violencia, un acto cometido con plena conciencia, con intención y esto no tiene en cuenta la situación de las personas, a menudo en medio de una gran crisis".

Uno se pregunta si el P. Scholtès estudió latín en el seminario. Homicidio es una palabra que viene del latín, de homo y occidere, hombre y matar. Cuando se mata a un ser humano, por definición, se produce un homicidio. Y, como el niño no nacido es un ser humano, no hay escapatoria a la conclusión de que abortarlo es un homicidio. O quizá lo que no estudió este buen jesuita fue la lógica. O la moral. O el deber del buen pastor, que es dar la vida por las ovejas y no sacrificarlas en el altar idolátrico de la opinión pública y lo políticamente correcto. Cosas de los sacerdotes que no saben latín, supongo.
Supongo que ignora también que el aborto se denomina precisamente “homicidio” en el Concilio Vaticano II. La Constitución Gaudium et spes advierte contra los que, ante la cuestión de la regulación de la natalidad, “se atreven a dar soluciones inmorales a estos problemas; más aún, ni siquiera retroceden ante el homicidio". Y, por si eso fuera poco, en el párrafo siguiente se dice que “el aborto y el infanticidio son crímenes abominables” (GS 51). ¿Le parecerá al P: Scholtès y a la Conferencia Episcopal Belga que las palabras del Concilio son “grotescas"? De nuevo, la lógica más elemental indica que así es.
En cualquier caso, me parece que esta manifiesta ignorancia del pobre don Tommy es muy significativa, porque capta perfectamente el espíritu de su época. En lugar de preguntarse si una afirmación es verdadera o falsa, se centra en si es “fuerte” o suave (¿recuerdan lo que dijimos de la palabra “adulterio“?). En lugar de defender al débil (categoría en la que, en este caso, hay que incluir al niño no nacido y al profesor expulsado), se lanza como una exhalación a defender al poderoso (ya sea la opinión pública moderna, la prepotente universidad que no tiene de nada de católica o los que matan a ese niño inocente). En vez de hablar del pecado objetivo y real, se centra única y exclusivamente en lo difuso y vago: situaciones, sentimientos e intenciones (aunque hay que reconocer que también en eso sigue a “maestros” ilustres). Es, en suma, el hijo perfecto del modernismo y, como tal, ha salido en todo a su padre.
¿Qué se puede esperar de tantos sacerdotes que sólo leen libros escritos en su propia época e, inevitablemente, caen víctima de todos los errores de esa época? ¿Que podemos pedir a quienes, en vez de acudir a Santo Tomás, a los Padres de la Iglesia, a la Escritura o a la liturgia, reciben su ideología de la televisión o de la última tontería que se le ocurrió al teólogo con menos fe de Alemania? Si los superiores dicen barbaridades, ¿qué dirán los “inferiores"? Nadie da lo que no tiene y quien no tiene fe no puede pensar según la fe, ni mucho menos enseñarla.
Cuando hablo de los sacerdotes que no saben latín, por supuesto, no me refiero al mero hecho de que desconozcan una lengua. Ese desconocimiento es, ante todo, un símbolo del desprecio generalizado que sufre hoy la Iglesia por lo que ha recibido, por el depósito de la fe transmitido desde los Apóstoles que se nos da como un don y no como un mecano a construir, por la riqueza misteriosa de la liturgia centrada en Dios y no en los hombres o por la moral revelada y no consensuada.
Llevamos ya más de un siglo de crisis modernista. Y parece que todavía hay crisis para rato. Si Dios no lo remedia, claro.

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