Páginas

viernes, 24 de febrero de 2017

“La libertad absoluta no existe, es una quimera”

Alessandro Mini entrevista libertad filosofia Diario El Prisma

Alessandro Mini nació en Italia, pero se doctoró en Derecho en Barcelona y estudió Filosofía en México, donde ha trabajado en el Tribunal Eclesiástico de la diócesis de Yucatán en México. Su otra vocación es la enseñanza universitaria, y ha impartido clases en la Universidad de Anahuac -también en México-, en Canadá y, actualmente, en España, en la Universidad Abat Oliba CEU. Nos citamos con él en el rincón más tranquilo que encontramos de una cafetería alejada del bullicio para poder hablar largo y tendido sobre la libertad. Entre café y café os dejamos con la entrevista:

[Jaume Vives, Guille Altarriba] - diarioelprisma.es

El hombre siempre ha reflexionado sobre la libertad.

Sí, el concepto de libertad lo encontramos esbozado en la filosofía de diversas maneras: va unido a la idea que uno tenga de hombre. Yendo a la cuna de la especulación en Occidente, la antigua Grecia, encontramos ya varias tendencias. Desde el relativismo sofista –“el hombre es la medida de todas las cosas”, que decía Protágoras- al materialismo –una libertad, por tanto, determinista-, pasando por otras más espiritualizadas o racionalizadas.


¿Por ejemplo?

Parménides, que parte de una teoría del conocimiento que concibe la razón como única fuente de verdad. Sin embargo, más allá de toda esta diversidad encontramos a los dos grandes pensadores griegos: Platón y Aristóteles. En este último podemos enmarcar el concepto de libertad filosófico que subyace en el pensamiento cristiano, unido a una cierta concepción del hombre y de la metafísica.

¿Qué concepción?

Aristóteles descubre la existencia del alma como principio vital de todo aquello que es viviente, aunque no encontramos en él una comprensión de la inmortalidad del alma tal como se presenta en la filosofía cristiana. El cristianismo hereda la tradición griega realista: la asume y la pule con grandes pensadores como San Agustín y Santo Tomás.



Muchos consideran hoy esta concepción algo desfasado…

Sí, posteriormente a ellos encontramos autores que encierran la libertad en sus concepciones de la razón y del hombre. La libertad queda unida a concebir de la voluntad como algo omnímodo, sin más límites que aquellos que el propio sujeto o la propia sociedad quiera marcar.

¿Qué papel tiene la voluntad en la concepción clásica de la libertad?

La visión realista asimilada por la filosofía cristiana entiende la libertad como una característica de ciertos actos voluntarios: libertad y voluntad van unidos, de forma que la mayoría de nuestros actos voluntarios son actos libres. Pero hay alguna limitación, lo que nos permite tomar conciencia de que la libertad absoluta es una quimera.

¿Una quimera en qué sentido?

De primeras, simplemente echando un vistazo a nuestra composición corpórea vemos que no podemos hacerlo todo: por mucho que nos lo propongamos no podremos volar sin ayuda, por poner un ejemplo tonto. Elevándolo a un plano más teórico, pensemos en la tendencia necesaria que tenemos hacia algo que percibimos como bueno. Independientemente de que el objeto de nuestra voluntad sea realmente bueno, para quererlo hemos de concebirlo como tal: esto no deja de ser un límite a nuestra libertad. No podemos querer aquello en lo que solo y exclusivamente vemos mal. Otra limitación es nuestra tendencia necesaria hacia la felicidad, algo de lo que tampoco podemos prescindir: la voluntad tiende en último término siempre a la obtención de la felicidad.

La tendencia necesaria hacia la felicidad es una limitación a la libertad”

La pregunta previa que hay que responder entonces es ¿qué es la voluntad?

Es una tendencia de orden racional que se encuentra en el hombre, y por tanto –como la libertad- implica cierta concepción del hombre. En la filosofía cristiana, el hombre se concibe como un ser vivo dotado de una naturaleza a la vez corpórea y espiritual, lo que entronca con la filosofía clásica que entiende el alma como un principio vital: todos aquellos seres dotados de vida están dotados de alma.

¿Cómo llegan a esta conclusión?

Por la observación: ven que hay cuerpos que están vivos y cuerpos que no. Los antiguos se preguntaban el por qué de este fenómeno, y concluyeron que no podía ser un principio corpóreo: que un cuerpo esté vivo o muerto no depende de que sea cuerpo, sino de algo más porque, si no, todos los cuerpos vivirían. Llegan a la conclusión que ese “algo” no es de naturaleza corpórea sino inmaterial, y es el elemento que tradicionalmente se ha venido considerando “alma”.

Entonces, para los griegos ¿las plantas también tienen alma?

Hacían la diferencia entre los distintos tipos de alma: vegetativa, sensitiva y racional. Esta distinción se debe principalmente a que las operaciones que realizan unos seres son de diferente naturaleza que las de otros: no es lo mismo lo que hace un vegetal que un animal o un humano. En el hombre encontramos operaciones vegetativas –como la circulación de fluidos-, sensibles –la operación de ver- y algunas de carácter superior: el conocimiento racional, que está relacionado con la libertad. Gracias a su carácter racional, el hombre es capaz de conocer la quidditas de las cosas

¿La quidditas?

Es un término técnico que viene del latín Quid est res (“lo que la cosa es”) y viene a significar la esencia de algo, pero una suerte de esencia borrosa: es comprender lo que algo es pero sin saber a la perfección lo que hace que esa cosa sea lo que es y no otra cosa -lo que se conoce a través de las ciencias-. La voluntad se despierta a través de este conocimiento intelectual: el hombre quiere aquello que el entendimiento presenta a la voluntad como bueno. Ahora bien, así como existe error a la hora de conocer, también cabe que la tendencia que llamamos voluntad esté viciada: que se presente como bueno lo que es malo. En cualquier caso, hablamos de tendencias elícitas.

¿Elícitas?

Despertadas por un conocimiento. Las llamamos así para diferenciarlas de otras tendencias “automáticas” o naturales, como la de un objeto pesado hacia el suelo. En el caso del hombre no solo hay conocimiento sensible sino también una tendencia racional que corrige el agrado. Es la distinción entre el deseo de querer y la tendencia hacia aquello que se concibe como bueno. La distinción aparece con mayor claridad cuando nos gustan cosas que deseamos pero que entendemos que no nos convienen.

En todo esto, ¿dónde interviene la libertad?

La primera cuestión es dilucidar si existe la libertad. La filosofía clásica y cristiana defienden la existencia de la libertad, y hay argumentos. Uno es de base psicológica: gracias a la experiencia que tenemos de pasar de un estado de indeterminación a hacer o no hacer un acto. Salgo de ese estado –penoso y largo a veces- porque lo he decidido: soy yo quien pone fin a ese estado de indeterminación, y esto es un testimonio de la existencia de la libertad.

Soy yo quien pone fin a ese estado de indeterminación: es un testimonio de la existencia de la libertad”
¿Y alguien que nunca haya hecho esta experiencia?

Es posible que lo haya, alguien que simplemente se haya dejado llevar, pero el psicológico es un argumento que puede servir en la generalidad de los casos. Hay otros que también son válidos en cierta medida.

¿Por ejemplo?

Un argumento común, usado mucho incluso en contexto eclesiástico, es el del consentimiento general de los pueblos. En todos los pueblos encontramos prohibiciones, pero ¿qué sentido tiene prohibir o castigar? Si tuviéramos conciencia de que no existe la libertad, cualquiera que cometiese un crimen estaría determinado a ello y por tanto castigarle sería absurdo. La existencia de premios y castigos supone la concepción de la existencia de libertad en los pueblos. O las exhortaciones: ¿para qué exhortar a las personas a que hagan o dejen de hacer algo si partimos de una concepción del hombre que supone la ausencia de la libertad? Sin embargo es un argumento defectuoso, porque lo único que demuestra es que en todos los pueblos, en todos los tiempos, ha existido la concepción de la existencia de libertad, no demuestra la libertad en sí.

¿Cómo podemos demostrar que la libertad existe?

Entendiendo que la voluntad tiene por objeto el bien, tiende hacia aquello que el entendimiento le presenta como bueno. Si el entendimiento le presenta a la voluntad algo como un bien absoluto, sin nada de mal, la voluntad tenderá hacia ese bien, pero en la medida en que el entendimiento es capaz de distinguir en cada cosa sus aspectos positivos y negativos, la libertad siempre está indeterminada con respecto a cada bien concreto. Esto explica, por ejemplo, que Dios –el bien absoluto- pueda no ser querido por los hombres, porque a pesar de lo que es en Sí mismo, para los hombres -en nuestro estado de vida- no deja de ser una idea: soy libre con respecto de querer a Dios porque ahora mismo es una idea.

La libertad, por tanto, es falta de pre-determinación…

Sí, en la falta de determinación de la voluntad. Al final decidimos hacer las cosas porque queremos hacerlas, no porque estemos pre-determinados a hacerlas: tras un tiempo de indeterminación más o menos largo en que sopesamos los pros y los contras, acabamos decidiéndonos por una opción u otra.

Pero no la voluntad no es infalible.

No, claro: hay tendencias rectas y tendencias viciadas: ¿el vicio a qué viene? A querer algo que se conoce como bueno que en realidad es malo. La filosofía griega y la cristiana hablan de que el hecho de que podamos querer algo malo no es un síntoma de perfección –del mismo modo que tampoco lo es el que ser capaz de equivocarse-, sino de lo contrario. En última instancia todo se reduce a querer lo que es realmente bueno, porque la libertad es lo que permite a la voluntad querer lo bueno, y lo contrario es someter la libertad a las pasiones.

Para que la libertad sea, dice, la voluntad no debe estar pre-determinada, pero hay quien a nivel cuántico hay quien lleva al extremo el materialismo y niega la existencia del azar y, por ende, la libertad.

Lo primero es que más allá de realidades materiales, en el Universo existe lo inmaterial. Si nos remitimos a la filosofía clásica, encontramos una comprensión de que en las realidades hay un principio material y uno inmaterial. Ahora bien, ¿lo espiritual y lo inmaterial son conceptos sinónimos? No, todo aquello espiritual es inmaterial pero no todo aquello inmaterial es espiritual. Es inmaterial todo aquello que no requiere el cuerpo para existir.

¿Qué es lo espiritual entonces?

Por la filosofía cristiana, sabemos que lo espiritual es específicamente el alma humana, y a esta conclusión se llega por la observación de las operaciones. En el hombre encontramos operaciones que hacen patente algo más allá de la materia, como por ejemplo entender los conceptos: el hombre entiende lo que las cosas son prescindiendo de sus características materiales. Por ejemplo, cuando yo entiendo qué es la noción de “hombre”, ni le pongo un color concreto, ni un tamaño, ni una complexión… y sin embargo entiendo lo que es. Esta capacidad es lo que llamamos inteligencia, una inteligencia que a su vez requiere de un sustento que la haga ser, y esto es el alma misma.

Y, por tanto, siguiendo el razonamiento…

Si existen realidades espirituales, existen realidades que no dependen de los cuerpos, que no dependen de lo material. De ahí que toda condición física que podamos encontrar tanto en el hombre como fuera de él puede ser superada: pensemos en las Olimpiadas Paralímpicas. También se puede contra-argumentar el determinismo desde una perspectiva social: si no hubiera libertad, encontraríamos una constante sumisión a los condicionantes materiales, y sin embargo el hombre es capaz de rebasarlos.

Habría que ver los relativistas hasta qué punto se creen su propio relativismo”
¿Por ejemplo?

Una revolución, o la lucha por un ideal. Esto es capaz de subvertir regímenes políticos u ordenamientos jurídicos. No deja de reconocerse la existencia de algún elemento contingente en el universo causado por la libertad. Y habría que hablar con los que abogan por un relativismo para ver hasta qué medida se lo creen.

¿En qué sentido?

Quien defiende que cada uno puede querer lo que sea, o que la verdad pertenece a cada uno, no está dejando de absolutizar el querer y el entender humano. La contradicción se da entre un relativismo afirmado y un absolutismo leído.

Decía que la libertad depende de lo que uno ve como bien o como verdad, ¿qué relación hay entre libertad y verdad?

En la metafísica clásica se entiende que “realidad”, “bien” o “verdad” son la misma cosa: la verdad es la realidad en tanto objeto de conocimiento. Y también es el bien en la medida que puede ser susceptible de un acto de apetición, de una tendencia. De ahí que Aristóteles dijera que el bien “es aquello de lo que todas las cosas apetecen”, tanto los cuerpos animados como inanimados. La nota diferente la añade el ser humano, porque el hombre no está determinado hacia los bienes particulares, sino hacia el bien en general. Pero respecto a cada bien individual –un plato de comida, unos estudios, unas reivindicaciones políticas-, el hombre no está determinado. Como es posible el error, y es posible por tanto querer algo objetivamente malo –aunque habría que discutir si existen cosas objetivamente malas o buenas- a sabiendas de que no es conveniente, ahí hay una sumisión de la voluntad a alguna pasión. No es realmente libertad.

Ponga algún ejemplo.

En el caso de un celíaco, que no puede comer alimentos con gluten, ¿qué opciones tiene? ¿Está físicamente impedido de comerlos? No, puede abrir la nevera y comérselos, pero ¿será eso bueno para él? ¿Es un ejercicio de libertad? No, se estará simplemente dejando llevar por la apetencia. Está subordinando su voluntad a la pasión o el agrado. El ejercicio libre se da cuando el individuo busca realmente lo que sabe que es bueno para él.

¿Y en el caso de que no supiera que es malo para él y lo comiera? ¿Sería un acto libre?

En ese caso lo que hay es ignorancia: la tendencia está viciada por un desconocimiento. No podríamos, por tanto, hablar de una subordinación de la libertad a una pasión y en este sentido sí que es un acto libre: está actuando conforme a lo que concibe como bueno sin saber ni tener la posibilidad de saber que es malo. Sin embargo, esta falta de conocimiento no es lo ordinario: normalmente sabemos qué es lo malo.

Un ejercicio de libertad se da cuando el individuo busca realmente lo que sabe que es bueno para él”
Entonces moralmente no serías responsable…

Si no hay conocimiento ni modo de acceder a él, se podría concluir desde la ética que no eres moralmente responsable de la acción mala –esto es aplicable a alguien que aborta sin saber que es malo, por ejemplo-, pero sí lo eres si existe la duda razonable. Si yo estoy de caza en la jungla portando una escopeta y cuando veo que se mueven unos arbustos disparo sin saber qué hay detrás y mato a un hombre, soy culpable de homicidio, porque podría haber alguien allí detrás. Este sería el caso de las sustancias de las que se discute si son abortivas o contraceptivas o qué.

Entonces entra en juego el Estado, ¿hasta dónde debe regular?

El tema aquí es sobre la razón de ser del Estado o de la comunidad política. Hay filosofías para todos los gustos, pero en la tradición realista, la polis tiene una razón de ser: el bien común.



Claro, pero ¿qué se entiende por “bien común”?

Hay quien dice que es el bien de la mayoría o cosas así, pero se trata de lo que es realmente conveniente a la comunidad política: el conjunto de condiciones que hacen posible en la vida social el desarrollo más pleno y más fácil de los miembros de la sociedad, tanto aisladamente como en grupos sociales. Se trata de algo general, que puede conocerse a partir de la observación de la naturaleza humana pero que también tiene una parte de contingente –cuestiones económicas, cuestiones de orden cívico…-. Hay que tomar estas decisiones de forma prudente, siempre partiendo de la observación de la realidad: no con una visión racionalista, de deducir un conjunto de derechos y obligaciones de la naturaleza humana, sino a partir del contexto determinado de cada sociedad. Es por eso que Santo Tomás, por ejemplo, habla de que es posible y correcto para el poder político tolerar algunos males para algún bien mayor, como por ejemplo la usura o la prostitución.

¿Es bueno tolerar la prostitución?

Ojo, “tolerar” no quiere decir “promover”, estamos en ámbitos distintos. El gobernante tiene delante una sociedad que es muy variada en la que tiene que promover –progresivamente, a través de leyes- lo que es bueno.

¿Quién decide lo que es bueno?

Es que no lo decide nadie, es fruto de la discusión razonable, del uso de la razón: la función de quien detenta el poder es no perder jamás de vista el objetivo. Si hay corrupción, presión lobbista o intereses espurios, al final todo esto queda corrompido.

¿Qué limitaciones puede poner el Estado a la libertad de expresión?

El bien objetivo está a la vista siempre, y es obvio que el Estado pone límites a la libertad: hay gente que acaba en la cárcel. Se ponen, pero el asunto es que se pongan por algo que sea realmente malo, y aquí entra la valoración adecuada de considerar realmente como bueno lo bueno y como malo lo malo. ¿Que el Estado ponga límites a una conspiración revolucionaria o terrorista? Pues sí, tiene que hacerlo, como también es lícito que prohíba determinadas expresiones en público que puedan herir la convivencia o las sensibilidades religiosas –y de hecho la religión es previa al Estado-. Tenemos ejemplos recientes de cómo se abusa de una falsa idea de libertad de expresión.

¿Algún ejemplo?

Los periodistas –y en general todo aquel que utiliza cualquier medio como megáfono para informar- tienen que dar cuenta de la verdad. La libertad de expresión no ampara el insulto, ni el denigrar las condiciones ajenas. Aquí seguramente el emisor no esté realizando un acto libre, porque probablemente se esté moviendo por su odio en lugar de por lo que el entendimiento le esté presentando como bueno y conveniente para el hombre.

Hoy en día se ensalza mucho la libertad pero a la vez hay verdades que parecen socialmente inapelables, como la democracia como única forma buena de gobierno o la ideología de género…

Hay muchos intereses detrás de estas cosas, y es complicado ver en último término a qué responden. Lo que sí es cierto es que en nuestras sociedades, estas cuestiones han echado raíces por cuestiones históricas y hablar contracorriente acaba siendo difícil. Hay ejemplos en la prensa de personas que se atreven a alzar la voz en contra de esta tendencia de la mayoría y son inmediatamente acallados por la visión única.

¿Pero esta visión única es distinta al bien común del que hablaba antes?

El pensamiento único en realidad se trata de imponer una determinada visión que no es la conveniente con la naturaleza humana. Se saldría de esta dicotomía y este conflicto si esta visión única coincidiera con lo que es objetivamente bueno para el hombre –y claro, quien reivindica ciertas cosas cree estar buscando lo mejor, pero muchas veces parten de una visión del hombre personal, sin raíces en la filosofía o en un análisis profundo-. Es utópico pensar que algún día se llegue a esto, pero una cosa es que no lleguemos todos y otra cosa es que aquellos especialmente encargados del bien público dejen que la sociedad navegue como un barco sin rumbo que al final de indeterminación tiene poco: si el poder deja que el barco se mueva como quiera, estará colaborando con una visión de la realidad y del hombre reducida, que cree erróneamente que la libertad es absoluta.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario