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martes, 20 de diciembre de 2016

El Misterio del Niño…

El Misterio del Niño….

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EL MISTERIO DEL NIÑO
 El santo Pesebre donde el mismo Dios ha querido recostarse luego de su misterioso descenso en la pista de nuestra humanidad sufriente,  nos ofrece lecciones inagotables sobre Dios, lecciones inéditas. Nos resulta fácil imaginar a Dios como alguien grande, inmenso, infinito, omnipotente, del que esperamos siempre bienes. Todos esos atributos divinos ya los conocía la humanidad antes de la encarnación del Verbo.
Sorprendentemente, Jesús nos enseña que estos aspectos de Dios van unidos a otros que tal vez jamás nos atrevimos a imaginar. Por ejemplo, que Dios no sólo es grande, lejano, inmenso, eterno, sino también que se ha acercado al hombre; que Dios no se limita a darnos todo, sino que también comparte las necesidades y sufrimientos del hombre, la soledad, el exilio, el fracaso, los dolores, la pobreza.
De Jesús niñito aprendemos que Dios es también misteriosamente pequeñez: se hace pequeño, es compasión, solidaridad con nosotros en todas nuestras debilidades. Dios no es alguien que de puro grande no nos quepa en nuestro corazón, sino Alguien que se hizo pequeño para poder estar entre nosotros. Contemplando la fragilidad del recién nacido nuestro corazón se abisma en la hondura del Misterio revelado…siendo Dios el totalmente Otro, quiso ser el totalmente nuestro. Necesitamos que nuestras pupilas se dilaten en la contemplación de este pequeño, en el que habita la plenitud de la divinidad, para saborear más tarde el Misterio de la Eucaristía, misterio de la pequeñez del pan, donde se esconde y entrega el más Grande…
En la gruta de Belén y en la Cruz, como acontece en el Pan que se consagra en el Altar, Dios se deja recostar, deja que lo sujeten para mostrarnos que su amor incondicional es ponerse a nuestra entera disposición. El que ama quiere estar cerca del amado, quiere vivir en su misma casa: esta me parece la mejor homilía de Navidad.
De la contemplación del misterio de este niño, Hijo de Dios nacido por nosotros, podemos sacar tres conclusiones:
1) Si en Navidad Dios se revela no como quien está en las alturas dominando desde su trascendencia todo el universo, sino como quien  se baja y desciende tomando el aspecto de un siervo pobre y humilde, debemos concluir que una cualidad de Dios en el hombre y en cada uno de nosotros, no es desde luego nuestra capacidad de trascendernos, de situarnos por encima de los demás, sino nuestra capacidad- naturalmente difícil- de bajarnos, de servir por amor, de reclamar para sí el último lugar y por qué no también, el no tener un lugar…
La dinámica del descenso divino es envolvente: los que contemplamos y participamos en el Misterio quedamos transformados por esa misma dinámica. Eso es la Navidad: un misterio de condescendencia envolvente y transfiguradora, es nuestra inserción por gracia en la vida trinitaria. Es decir, que si el nacimiento de Jesús nos hace participar en la vida divina, eso se traduce, se concreta en nuestra disponibilidad a condescender a toda realidad humana que “ gime hasta el presente y sufre dolores de parto” (Rom 8, 22)
2) Si, en Jesús, Dios se ha comprometido con el hombre hasta el punto de hacerse uno de nosotros, de ello se sigue, en palabras del mismo Jesús, que todo lo que hagamos a algunos de nuestros hermanos más pequeños, se lo habremos hecho a él (cfr. Mt 25, 40ss). Nos lo recuerda uno de los primeros santos teólogos de la Navidad: “pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Jn 4, 20-21).
3) Si la Iglesia nace y tiene sus raíces en Jesús, entonces la Iglesia nace en Navidad, con Jesús niño en el pesebre…Lo contemplamos en su desnudez apenas cubierta por un chiripá de pobreza que seguramente la Virgen María acomodó con ternura exquisita de madre…dejamos que nuestra mirada contemplativa se impregne de gracia ante la Imagen del Niño pobre y humilde del pesebre…respiramos ese fragancia de paz que el Cielo abierto destila para cuantos arrodillen el alma en la alabanza…
Esta imagen del Niño Jesús envuelto en pañales, como ícono de la Iglesia, debe ayudarnos a evitar todo cuanto pueda ser búsqueda de poder, influencia o privilegios…El verdadero espacio de la Iglesia es el del servicio radical. De la contemplación de la carne desnuda del Niño pasamos a la contemplación de la carne eclesial de su Iglesia y nos examinamos para descubrir aquellos contornos de la humildad y la pobreza que no hemos de permitir se borren de este Cuerpo Místico de Cristo, que prolonga sacramentalmente la Encarnación del Verbo en la historia. Por eso, la genuina oración dentro del Pesebre que venimos haciendo, nos estimula a mantenernos en un estado de conversión personal y comunitaria que restaure en nosotros la verdadera imagen de Jesús; así mostraremos su Rostro más que el más que el nuestro.
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 “Jesús, que te has hecho niñopara buscarnos y llamarnosa cada uno por su nombre.Tú que vienes día tras díay que vienes a nosotros también esta noche,haz que te abramos nuestro corazón.
 Queremos darte nuestra vida,el relato de nuestra historia personal,para que lo ilumines con tu luz eterna,para que nos descubras el sentido último de nuestro sufrimiento,de nuestro dolor, de nuestro llantoy de nuestra oscuridad.
 Haz que la luz de tu noche iluminey caliente nuestros corazones;haz que te contemplemos como María y José;concede la paz a nuestras casas y a nuestras familias,y también a nuestra sociedad”.

HAY QUE TOCAR EL PESEBRE…., del P. Claudio Bert 

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