SAN FRANCISCO, UN HOMBRE COMUNIÓN
por Sebastián López, OFM
A LA PAZ DESDE LA GUERRA: EN EL SENO DE LA FRATERNIDAD (I)
Pero la paz, también en tiempo de Francisco, había que vivirla junto a caminos erizados de tensiones y fronteras. Que por eso había no sólo que anunciarla y desearla, sino también hacerla. Los tiempos no estaban para otra cosa. Francisco nació en la época que Henri Focillon llama, hablando de la arquitectura de entonces, de las «grandes experiencias». Se anunciaba ya, lejana si se quiere, una nueva época, que despuntaba en múltiples detalles de los que el mismo Francisco será un exponente cimero. Piénsese en el movimiento de las comunas del sur de Francia y norte de Italia, en la lucha de los campesinos por la libertad, en el radicalismo de los movimientos religiosos más o menos heterodoxos, en la creciente valoración del laico en la Iglesia, en la oposición a la institucionalización subyacente a los movimientos citados anteriormente, etc. Bastan estos datos para percatarse de que los caminos, todos, los del corazón y los de las ideas, lo mismo que los que surcaban las tierras, eran difíciles fronteras de reconciliación.
Francisco, empero, escogió la paz al pasarse al Evangelio. La anunció y la sembró. Fue además de un reconciliado, un reconciliador. Y lo fue, única y exclusivamente, desde el Evangelio. Y a su estilo. Que no quiere decir que por el aire y las nubes de las ideas y buenos deseos, sino en la trama concreta del mundo y de la sociedad que le tocó vivir. Quizá, nadie ha sabido mejor que la vida es un camino, que la vida está por hacer, que nada hay definitivamente conseguido porque uno es pobre y con Dios no se acaba de empezar nunca, ni sabes con certeza dónde te llevará el llamar hermano a todo lo creado. Y a andar se hizo. Que eso fue lo suyo, caminar. Y al paso del cansancio y del horizonte, fue anunciando la paz.
Nadie hubiera pensado que el gozo de Francisco al recibir a los hermanos que el Señor le dio, se teñiría de tristeza. Pero así fue. La Fraternidad creció y con ello vinieron las necesarias adaptaciones y las diversas «ideas» sobre la misma. La crisis, la división entre hermanos ahí estaba: Francisco se encontró un buen día con hermanos que se le oponían, que le contradecían en lo que él veía ser voluntad de Dios.
Fue su noche oscura, lo que más debió costarle y hacerle sufrir. Porque su vocación, «el camino que el Señor me mostró», era por supuesto un don y una gracia del Altísimo, pero era también respuesta suya entrañable y entrañada. Aquella Vida y Regla era también de Él. Tocarla era romper venas de ilusión, el ideal de una vida.
¿Con qué se quedaría entonces, con su ideal evangélico, la sencillez, la pobreza, la humildad, la oración, el trabajo manual, el ir por limosna, etc., o con sus hermanos? ¿Era posible conciliar ambas cosas? Teóricamente la opción no era, como no es, fácil. En la práctica Francisco mantuvo el corazón fiel a su vocación evangélica y abierto a la compañía, a la «familiaridad» con sus hermanos.
Con el ejemplo y con la palabra proclamaba su fidelidad a la revelación del Señor de vivir según la forma del santo Evangelio, al camino de la sencillez. A esto no renunció nunca. Reconciliar no significaba para él claudicar, ceder. Él lo sabía, reconciliar no es igual a conciliar. Y no cedió. Pero su tenacidad no le impidió el amor. Amaba a sus hermanos «como puedo», decía en frase que revela su espontáneo realismo y la lucha de la que triunfaba el amor. Un amor esperado, sorpresa de Dios que llaga en el momento que Él sabe y quiere. Porque la expresión «como puedo» no sólo descubre el esfuerzo de la voluntad de Francisco por amar a sus hermanos, revela también la certeza, su fe de que no se tiene más amor que el que el Señor da. La frase citada es una de tantas de las que Francisco emplea para subrayar la acción de Dios, equivalente a las expresiones: «toda la voluntad, en cuanto la gracia la ayude, se dirija a Dios, deseando agradar al solo sumo Señor en persona» (CtaO 15), «Y no quieras de tus hermanos otra cosa, sino cuanto el Señor te dé. Y ámalos en esto» (CtaM 6-7).
[Cf. Selecciones de Franciscanismo, n. 11 (1975) 154-166
por Sebastián López, OFM
A LA PAZ DESDE LA GUERRA: EN EL SENO DE LA FRATERNIDAD (I)
Pero la paz, también en tiempo de Francisco, había que vivirla junto a caminos erizados de tensiones y fronteras. Que por eso había no sólo que anunciarla y desearla, sino también hacerla. Los tiempos no estaban para otra cosa. Francisco nació en la época que Henri Focillon llama, hablando de la arquitectura de entonces, de las «grandes experiencias». Se anunciaba ya, lejana si se quiere, una nueva época, que despuntaba en múltiples detalles de los que el mismo Francisco será un exponente cimero. Piénsese en el movimiento de las comunas del sur de Francia y norte de Italia, en la lucha de los campesinos por la libertad, en el radicalismo de los movimientos religiosos más o menos heterodoxos, en la creciente valoración del laico en la Iglesia, en la oposición a la institucionalización subyacente a los movimientos citados anteriormente, etc. Bastan estos datos para percatarse de que los caminos, todos, los del corazón y los de las ideas, lo mismo que los que surcaban las tierras, eran difíciles fronteras de reconciliación.
Francisco, empero, escogió la paz al pasarse al Evangelio. La anunció y la sembró. Fue además de un reconciliado, un reconciliador. Y lo fue, única y exclusivamente, desde el Evangelio. Y a su estilo. Que no quiere decir que por el aire y las nubes de las ideas y buenos deseos, sino en la trama concreta del mundo y de la sociedad que le tocó vivir. Quizá, nadie ha sabido mejor que la vida es un camino, que la vida está por hacer, que nada hay definitivamente conseguido porque uno es pobre y con Dios no se acaba de empezar nunca, ni sabes con certeza dónde te llevará el llamar hermano a todo lo creado. Y a andar se hizo. Que eso fue lo suyo, caminar. Y al paso del cansancio y del horizonte, fue anunciando la paz.
Nadie hubiera pensado que el gozo de Francisco al recibir a los hermanos que el Señor le dio, se teñiría de tristeza. Pero así fue. La Fraternidad creció y con ello vinieron las necesarias adaptaciones y las diversas «ideas» sobre la misma. La crisis, la división entre hermanos ahí estaba: Francisco se encontró un buen día con hermanos que se le oponían, que le contradecían en lo que él veía ser voluntad de Dios.
Fue su noche oscura, lo que más debió costarle y hacerle sufrir. Porque su vocación, «el camino que el Señor me mostró», era por supuesto un don y una gracia del Altísimo, pero era también respuesta suya entrañable y entrañada. Aquella Vida y Regla era también de Él. Tocarla era romper venas de ilusión, el ideal de una vida.
¿Con qué se quedaría entonces, con su ideal evangélico, la sencillez, la pobreza, la humildad, la oración, el trabajo manual, el ir por limosna, etc., o con sus hermanos? ¿Era posible conciliar ambas cosas? Teóricamente la opción no era, como no es, fácil. En la práctica Francisco mantuvo el corazón fiel a su vocación evangélica y abierto a la compañía, a la «familiaridad» con sus hermanos.
Con el ejemplo y con la palabra proclamaba su fidelidad a la revelación del Señor de vivir según la forma del santo Evangelio, al camino de la sencillez. A esto no renunció nunca. Reconciliar no significaba para él claudicar, ceder. Él lo sabía, reconciliar no es igual a conciliar. Y no cedió. Pero su tenacidad no le impidió el amor. Amaba a sus hermanos «como puedo», decía en frase que revela su espontáneo realismo y la lucha de la que triunfaba el amor. Un amor esperado, sorpresa de Dios que llaga en el momento que Él sabe y quiere. Porque la expresión «como puedo» no sólo descubre el esfuerzo de la voluntad de Francisco por amar a sus hermanos, revela también la certeza, su fe de que no se tiene más amor que el que el Señor da. La frase citada es una de tantas de las que Francisco emplea para subrayar la acción de Dios, equivalente a las expresiones: «toda la voluntad, en cuanto la gracia la ayude, se dirija a Dios, deseando agradar al solo sumo Señor en persona» (CtaO 15), «Y no quieras de tus hermanos otra cosa, sino cuanto el Señor te dé. Y ámalos en esto» (CtaM 6-7).
[Cf. Selecciones de Franciscanismo, n. 11 (1975) 154-166
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