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sábado, 28 de septiembre de 2024

 


SAN FRANCISCO DE ASÍS (1181-1226)
por Jacques Vidal, OFM

2. Religión (II)

La vuelta al Cristo de los evangelios confiere a la religión de Francisco su forma de plenitud. Es su navidad, su pascua y su ascensión. Realiza su pentecostés según la índole de su persona y de su época. Su experiencia se hace palabra. Francisco por su parte, anuncia lo que conoce: la gozosa participación en una misma herencia. Esta predicación, que el papa Inocencio III aprueba (1209), posee la autoridad de una fuente. Su agua viva gusta a pobres y a ricos, a hombres y a mujeres, a clérigos y a laicos.

Francisco reúne algunos discípulos y atrae a Clara de Asís (domingo de ramos de 1212). La solidaridad que proclamaba el joven convertido se convierte en camino de fraternidad. Aparecen comunidades de oración y de apostolado entre los pobres, los pequeños, los minores (Rivo Torto, Porciúncula). Cuando forman un árbol, o cuando la cepa se hace viña, Francisco compone una Regla, que redacta dos veces (1221 y 1223) y que el papa Honorio III aprueba el 29 de noviembre de 1223. Ha nacido una orden religiosa. Su modelo se extiende a las hermanas clarisas; también a las fraternidades de hombres y mujeres del siglo. «La regla y vida de los frailes menores consiste en observar el santo evangelio de Nuestro Señor Jesucristo».

La religión de Francisco, convertida en orden, no está exenta de un elemento trágico. El peso del número, los excesos de unos y los compromisos de otros alteran la fidelidad de los comienzos. Los hermanos dudan en reconocer el evangelio de la salvación en la figura cotidiana de una Iglesia y de un feudalismo que se transforman. Entran en conflicto de espiritualidad. Francisco, por su parte, les exhorta (Admoniciones). Le gusta poco argumentar, pero sabe mostrar la humildad de Dios trabajando en la creación.

A través de sus hermanos, su religión penetra en la historia de los hombres deseosos de una sociedad mejor. Gana en longitud y en anchura. Al precio de las tempestades de la época, que él asume, se hace aún más hijo del hombre en la gracia del espíritu de devoción, que le convierte en hijo de Dios. Pone de manifiesto su catolicidad (Cartas), experiencia de unidad cuya realidad garantiza la eucaristía, el cuerpo de Cristo en el seno de una Iglesia de clérigos y de laicos. Esa catolicidad es paciencia de la caridad, en la que todos los caminos pueden encontrarse. Es el lugar del bien reparador. La crisis de la orden, de la Iglesia y del mundo medieval, libera la fuente de una experiencia de fraternidad más radical y más universal (Oraciones). Francisco va repitiendo su mensaje a aquellos que se hallan enfrentados: «Paz y bien».

Luego entra en el secreto de una santidad que la Iglesia proclamará el 16 de julio de 1228 (Gregorio IX). Enfermo, obligado a dimitir de su cargo en la orden, sube su propia montaña, el Alverna. Incrustado en la roca, en estado de oración y de meditación, recibe los estigmas de la pasión de Cristo. La visión de un serafín crucificado imprime las llagas en su carne. La contemplación se ha convertido en conformidad. Le arde un mensaje de gracia y siente que debe descender. Agotado, casi ciego, hace un alto en el huerto de la hermana Clara. En la choza que le abriga compone el Cántico de las criaturas. El verbo de un pobre restituye el universo a su verdad, el hombre a su perdón, la muerte a su remisión. Todo simboliza la unión en la castidad de un abrazo. El «hermano sol» brilla en un apocalipsis de alabanza, para gloria del único Señor. Desplegada la bóveda de una especie de «beatitud original» (Pablo VI), Francisco se encamina hacia Asís para expirar, en la Porciúncula, al atardecer del sábado 3 de octubre de 1226.



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