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lunes, 9 de septiembre de 2024

MENSAJE A LA JUVENTUD DE LA CARTA DEL BEATO RICARDO DE SANTA ANA AL ALFÉREZ JOSÉ DE ADUNA

 



DE LA CARTA DEL BEATO RICARDO DE SANTA ANA
AL ALFÉREZ JOSÉ DE ADUNA

Nagasaki, 26 de marzo de 1619

Desde el día de Santa Lucía [13 de diciembre] hasta el de la fecha de ésta, andamos ya en los montes, ya en cavernas, ya metidos en hornos, y cuando muy descansados, en algún estrecho aposento o desván, adonde nadie puede encontrar con nosotros. La razón de tanto rigor es, haber venido mandato del Emperador, que en Nagasaki, por saber habían quedado algunos Padres y haber venido otros de nuevo de Namban, que en todo caso hiciese muy grande diligencia Gonrocu para prenderlos todos; y así una noche, a las dos de la mañana, dieron asalto a todas sus casas, donde solían acudir más de ordinario los religiosos; mas como nuestro Señor es el que nos guarda, no prendieron más que cuatro: dos de la Compañía y dos de Santo Domingo, y dos desde el año pasado están también en prisión con ellos, que son, el Padre Fray Apolinar Franco y el Padre Fray Thomás del Espíritu Santo.

Por el mes de Agosto, el día de nuestra Señora, martyrizaron al bienaventurado Fray Juan de Santa Marta, que estuvo preso, lo que Vmd. sabe, más de tres años; si el negocio va a la larga, no será mucho que para el año que viene haya alguna docena de mártyres, sólo religiosos. Este año de mil seiscientos y diez y ocho martyrizaron en Nagasaki doce, que quemaron vivos, por haber tenido padres en sus casas, y están presos otros muchos por lo mismo. Domingo Jorge es uno de ellos, que era el casero del Padre Carlos Espindolo, cuando le prendieron. Yo no estuve dos dedos de ser preso; por dos veces estuve ya cercado de la gente de Gonrucu; mas nuestro Señor me quiso librar por entonces, no sé hasta cuando. A mi casero Thomé prendieron y le derribaron su casa por el suelo. En Miaco han preso a treinta y un cristianos, y en Cocura martyrizaron a veinte y cinco. Al fin el negocio se va poniendo bueno y de suerte, que hará mucho el religioso que viviere dos o tres años en Japón, si no es que nuestro Señor ataje los pasos de este buen hombre de Emperador.

Sólo el buen Masumune deja hacer cristianos en su reino y sufre Padres, y al hermano Fray Francisco Gálvez, que subió allá por el mes de Septiembre, le recibió bien y le dejó hacer iglesia en una casa de un criado suyo. Él, como es poderoso, no teme al Emperador, que ya le ha reprehendido sobre ello, y respondió que él no era sacerdote para saber cosas de salvación y que dejaba ir cada uno por donde quería en cosas de tanta importancia.

Yo pensaba enviar a V. md. la relación de todos los mártires, así religiosos, como japones; mas los bungios, como no me hallaron en casa, me cogieron todo el hato, y así se perdió.

Al señor Miguel López de Harencho y a su hermano, mis saludos, y que tenga ésta por suya; que, por andar tan escondido y desacomodado, no tengo comodidad de escribirles en particular.

Guarde nuestro Señor a V. md.

De Nagasaki, veinte y seis de Marzo de mil seiscientos y diez y nueve años.

Va con ésta una reliquia del santo mártyr Fray Pedro de la Asunción, que bien conoció V. md. El capitán Domingo Ortiz de Chagoyam se la entregará.

Fray Ricardo de Santa Ana.

[Cf. Archivo-Ibero-Americano 15 (1921) 63-66]

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LA PASCUA DE UN SANTO
por Ignace Étienne Motte y Gérald Hégo, OFM

La fidelidad y alegría de san Francisco

La penitencia, que había sido un sí al llamamiento del Señor y caracterizó la larga etapa de la conversión, en adelante se va a llamar fidelidad. Pasan los años entre claridades y sombras, entre revelaciones y silencios, entre señales y carencia de ellas. Llora Francisco la pasión del Crucificado y busca una conformidad lo más estricta posible con Él. Francisco comunica su pasión a los hombres y funda fraternidades, sacudiendo a los pueblos adormecidos. Y sobrevienen las grandes pruebas: pruebas dentro de su propia Orden en la que, a su vuelta de Tierra Santa, se ofende a dama Pobreza; fracasos y sinsabores en las misiones extranjeras; luchas difíciles en las que, agotado Francisco a sus cuarenta años, conserva todavía joven su corazón y fresca su desenfrenada pasión por Dios.

El temor de que todo se haya perdido no roza su conciencia, y, al final de su vida como en los albores de la llamada de Dios, aun en medio de fracasos, él cree; cree contra toda esperanza, porque, en su prodigiosa y sublime pasión de la fe, sabe que Dios se ha comprometido con él para siempre, que Dios está con él y con su obra a pesar de todas las apariencias en contra.

Así vemos que el misterio mismo de su fe es la causa y origen de su más cruel penitencia, y todos los ejercicios voluntarios de mortificación que forman la trama de su vida pretenden únicamente ayudar a esta otra penitencia más profunda, más orgánica, es decir, al cumplimiento de la voluntad del Padre. «Castigar su cuerpo», «reducirlo a servidumbre», son expresiones que se suceden en casi todas las páginas de las biografías primitivas. «Sometía su cuerpo -de veras inocente- a azotes y privaciones y multiplicaba sobre él castigos sin motivo» (2 Cel 129).

Lo admirable es que una vida tan áspera, tan colmada de penas y sufrimientos, condujera a Francisco a una actitud contraria a lo que humanamente debiera haberse producido: el desgaste espiritual y la neurastenia. Nos encontramos con un hombre cada vez más feliz. Es el milagro cristiano, el milagro de la liberación. En él se va imponiendo cada vez más el descubrimiento de la presencia y de la riqueza de Dios. Como el pueblo de Dios realizó su paso y su liberación a través del Mar Rojo y el desierto, así Francisco es conducido poco a poco a la montaña, al lugar donde Dios habita. En las cumbres de Fonte Colombo, de Poggio Bustone y principalmente del Alverna, gusta ya el inefable misterio de Dios, como quien, sublimemente embriagado, bebe a copa llena. Nuestras pálidas experiencias del amor de Dios nos llevan de vez en cuando a una relativa contemplación de su misterio. Imposible expresar esta incomunicable experiencia de Francisco. La barruntamos, nada más. Su alegría fue completa una vez conquistada la libertad.

Porque quizá no ha habido en la tierra un hombre más liberado, un hombre más libre que Francisco, en quien habían sido aniquiladas las potencias del mal en virtud de la resurrección de Cristo. Todas sus palabras evidencian la conciencia viva que él tenía de su liberación, verificada por el misterio de Jesús.

¿Se le ha llamado a Francisco juglar de Dios solamente por su religiosidad y por un diluido y jovial sentimentalismo? No; y aquí llegamos a topar con la fuente de su alegría: era cantor y juglar de Dios por algo bien diferente, por una razón mucho más profunda, más real y más existencial. Lo que él cantaba era su pascua y la pascua de la Iglesia entera. Lo que le hacía saltar de alegría era esta liberación realizada por Jesucristo. Su acción de gracias y su alegría no eran otra cosa que la alegría y la acción de gracias de la misa, en la que, actualizando su liberación, el pueblo cristiano la canta y la proclama. «Aseguraba el Santo que la alegría espiritual es el remedio más seguro contra las mil asechanzas y astucias del enemigo... Por eso, el Santo procuraba vivir siempre con júbilo del corazón, conservar la unción del espíritu y el óleo de la alegría... Y decía: "El siervo de Dios conturbado, como suele, por alguna cosa, debe inmediatamente recurrir a la oración y permanecer ante el soberano Padre hasta que le devuelva la alegría de su salvación» (2 Ce


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