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jueves, 22 de agosto de 2024

SANTA ROSA DE LIMA Homilía del Cardenal Tarcisio Bertone - COMPRENDAMOS LO QUE TRASCIENDE TODA FILOSOFÍA: EL AMOR CRISTIANO De los escritos de santa Rosa de Lima

 



SANTA ROSA DE LIMA
Homilía del Cardenal Tarcisio Bertone
Santuario de Santa Rosa de Lima, 30 de agosto de 2007

Isabel Flores y de Oliva, llamada Rosa por el frescor de su rostro, desde la adolescencia optó por seguir a Jesús con pasión ardiente, entrando a formar parte de la Tercera Orden dominicana y teniendo como modelo y guía espiritual a santa Catalina de Siena. Entregada al cuidado de los pobres y a los trabajos ordinarios que una chica desempeña cotidianamente en la casa, se impuso un régimen de vida austero marcado por una extraordinaria penitencia.

A los veintitrés años se encerró en una celda de apenas dos metros cuadrados, que mandó a su hermano construir en el jardín de su casa y de la que sólo salía para ir a las funciones religiosas. Y es precisamente en esta estrecha prisión voluntaria donde transcurrió la mayor parte de sus días en contemplación, en intimidad con su Señor. Como a santa Catalina de Siena, también a ella se le concedió la gracia mística de participar físicamente en la pasión de Jesús, al que eligió como su Esposo, y durante 15 años tuvo que atravesar la dura experiencia interior de la ausencia de Dios, ese sufrimiento del espíritu que san Juan de la Cruz, el reformador del Carmelo, llama la «noche oscura».

La de Rosa fue, pues, una vida escondida y atormentada que, dócil al Espíritu Santo, alcanzó las más altas cumbres de la santidad. El mensaje que sigue comunicando a los devotos que la invocan como protectora está bien expresado en uno de los misteriosos mensajes que recibió del Señor. «Que sepan todos -le confió Jesús- que la gracia sigue a la tribulación; entiendan que sin el peso de las aflicciones no se llega a la cumbre de la gracia; comprendan que en la medida en que crece la intensidad de los dolores, aumenta la de los carismas. Ninguno se equivoque ni se engañe; ésta es la única y verdadera escalera hacia el paraíso y, fuera de la cruz, no hay otra vía por la que se pueda subir al cielo».

Son palabras que hacen pensar enseguida en las condiciones exigentes que Jesús mismo pone a sus discípulos: «El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga... ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si malogra su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla?» (Mt 16,24.26). Aquí está precisamente la paradoja evangélica, la verdadera sabiduría de la cruz, el escándalo de la cruz. «El mensaje de la cruz, en efecto -escribe san Pablo a los Corintios- es necedad para los que están en vías de perdición, pero para los que están en vías de salvación, para nosotros, es fuerza de Dios» (1 Co 1,18). Que santa Rosa nos ayude a abrazar la cruz con confianza como lo hizo ella, incluso cuando esto comporte sufrimientos y fracasos aparentes. En uno de sus escritos leemos: «Nadie se quejaría de la cruz y de los dolores que le tocan en suerte si conociera con qué balanzas son pesados al distribuirse entre los hombres».

Su breve existencia -murió con sólo 32 años- estuvo marcada por innumerables pruebas y sufrimientos, pero al mismo tiempo estuvo totalmente impregnada por el amor a Cristo y por una gran serenidad. Se puede decir perfectamente que en santa Rosa se manifestó la potencia de la gracia divina: cuanto más débil es el hombre y confía en Dios, tanto más encuentra en él su consuelo y experimenta la fuerza renovadora de su Espíritu. Santa Rosa nos recuerda que Dios es bueno y misericordioso, nunca abandona a sus hijos en la hora de la prueba y de la necesidad; nos invita a tener siempre confianza en él y a ser sencillos y humildes. La sencillez y la humildad son virtudes que hemos de aprender a practicar si queremos seguir a Jesús. Él repite a sus amigos: «Vengan a mí todos los que estén cansados y agobiados, y yo les aliviaré. Carguen con mi yugo, y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,28-29). Santa Rosa respondió a esta invitación con conciencia plena y disponible; se dejó abrazar por Dios, segura de estar en las manos de un Padre, sostenida por una intensa piedad eucarística y mariana.

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COMPRENDAMOS LO QUE TRASCIENDE
TODA FILOSOFÍA: EL AMOR CRISTIANO
De los escritos de santa Rosa de Lima

El divino Salvador, con inmensa majestad, dijo:

«Que todos sepan que la tribulación va seguida de la gracia; que todos se convenzan que sin el peso de la aflicción no se puede llegar a la cima de la gracia; que todos comprendan que la medida de los carismas aumenta en proporción con el incremento de las fatigas. Guárdense los hombres de pecar y de equivocarse: ésta es la única escala del paraíso, y sin la cruz no se encuentra el camino de subir al cielo».

Apenas escuché estas palabras, experimenté un fuerte impulso de ir en medio de las plazas, a gritar muy fuerte a toda persona de cualquier edad, sexo o condición:

«Escuchad, pueblos, escuchad todos. Por mandato del Señor, con las mismas palabras de su boca, os exhorto: No podemos alcanzar la gracia, si no soportamos la aflicción; es necesario unir trabajos y fatigas para alcanzar la íntima participación en la naturaleza divina, la gloria de los hijos de Dios y la perfecta felicidad del espíritu».

El mismo ímpetu me transportaba a predicar la hermosura de la gracia divina; me sentía oprimir por la ansiedad y tenía que llorar y sollozar. Pensaba que mi alma ya no podría contenerse en la cárcel del cuerpo, y más bien, rotas sus ataduras, libre y sola y con mayor agilidad, recorrer el mundo, diciendo:

«¡Ojalá todos los mortales conocieran el gran valor de la divina gracia, su belleza, su nobleza, su infinito precio, lo inmenso de los tesoros que alberga, cuántas riquezas, gozos y deleites! Sin duda alguna, se entregarían, con suma diligencia, a la búsqueda de las penas y aflicciones. Por doquiera en el mundo, antepondrían a la fortuna las molestias, las enfermedades y los padecimientos, incomparable tesoro de la gracia. Tal es la retribución y el fruto final de la paciencia. Nadie se quejaría de sus cruces y sufrimientos, si conociera cuál es la balanza con que los hombres han de ser medidos».

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