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viernes, 26 de julio de 2024

Visita al Santísimo

 




Visita al Santísimo
Muchos cristianos tienen costumbre, a lo largo del día, de detenerse en la iglesia
para hacer una visita a Jesús Sacramentado. Son momentos de intimidad con el
Señor en los que se hace brevemente un acto de fe, se pide ayuda, se da gracias,
etc. Él nos espera y desea que vayamos a verle. Cuando estamos delante suya Él
está atentísimo a lo que queramos decirle, o ante nuestra simple mirada, porque
sabemos que allí, en el tabernáculo, está el mismo Jesús de Nazaret, el Hijo de
María, el que multiplicó los panes y los peces, el que con un solo gesto calmó una
tempestad y devolvió la paz a unos hombres asustados. Él tiene todo lo que
necesitamos. La visita al Santísimo nos ayudará a guardar la presencia de Dios
durante el día en medio del trabajo y de nuestras ocupaciones.
Fórmula 1
Se recita por tres veces la estación:
V. ¡Viva Jesús sacramentado!
R. ¡Viva! ¡Y de todos sea amado!
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Fórmula 2
Se recita por tres veces la estación:
V. ¡Alabado sea el santísimo Sacramento!
R. ¡Sea por siempre bendito y alabado!
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Fórmula 3 (latín)
Se recita por tres veces la estación:
V. Adoremus in æternum Sanctissimum Sacramentum
R. Adoremus in æternum Sanctissimum Sacramentum
Paternoster, Avemaria, Gloria.
Para todas las fórmulas: puede terminarse con una comunión espiritual.
COMUNIÓN ESPIRITUAL
San Agustín distinguía entre el sacramento (el signo) y lo que nos da el sacramento
(lo significado, que aquí es Cristo), dos aspectos de la misma realidad. La teología
posterior explicará cómo pueden recibirse los efectos del sacramento de la
Eucaristía sin recibir el sacramento mismo. Santo Tomás de Aquino explicó que
se pueden recibir los efectos sin recibir el sacramento: mediante el vivo deseo de
la voluntad humana de recibir el sacramento intensificando la fe y el amor hacia
Cristo eucarístico, aunque con la comunión sacramental se consiga más
plenamente el efecto del sacramento que con sólo el deseo (Suma de Teología, III,
q. 80, a. 1).
En el siglo XX, san Pío X, que tanto hizo por fomentar la Comunión frecuente y
diaria, y adelantó la edad de la primera comunión de los niños, la describe así en
su propio Catecismo: “La comunión espiritual es un gran deseo de unirse
sacramentalmente a Jesucristo diciendo, por ejemplo: «Señor mío Jesucristo, deseo
con todo mi corazón unirme a ti ahora y por toda la eternidad», y haciendo los
mismos actos que preceden o siguen a la comunión sacramental”.
Muchos autores espirituales la han recomendado (santa Teresa de Jesús, Tomás de
Kempis, san Alfonso María, san Alonso Rodríguez, san Juan María Vianney, etc.)
como medio para crecer en el amor a Dios y remedio para cuando el amor se enfría.
No hay una fórmula concreta para practicar esta devoción, aunque debe de
contener algunos elementos: un acto de fe en la presencia real, un acto de amor a
Jesús sacramentado, una acción de gracias por haberse quedado con nosotros y un
acto de deseo.
- Señor mío Jesucristo, deseo con todo mi corazón unirme a
ti ahora y por toda la eternidad.
- Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad
y devoción con que os recibió vuestra santísima Madre;
con el espíritu y fervor de los santos.
- Jesús mío creo firmemente que estás en el santísimo
Sacramento del altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo
tenerte en mi alma. Ya que ahora no puedo recibirte
sacramentalmente, ven espiritualmente a mi corazón.
Como si ya hubieses venido, te abrazo y me uno a ti: no
permitas que me aparte de ti.






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