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jueves, 25 de julio de 2024

LA ORACIÓN, DESARROLLO DE LA «VIDA DE PENITENCIA»

 



LA ORACIÓN, DESARROLLO
DE LA «VIDA DE PENITENCIA»
por Kajetan Esser - Engelbert Grau, OFM

Francisco, maestro de oración (II)

A la unión del hombre con Dios precede la pureza de corazón, el desprendimiento de sí mismo y de todo lo que no es de Dios. Francisco pone aquí en práctica lo que el Señor mismo le había dicho al principio de su vida de penitencia: «Francisco -le dice Dios en espíritu-, lo que has amado carnal y vanamente, cámbialo ya por lo espiritual, y, tomando lo amargo por dulce, despréciate a ti mismo, si quieres conocerme, porque sólo a ese cambio saborearás lo que te digo» (2 Cel 9). Sólo cuando el hombre se olvida y se pospone a sí mismo, puede conocer y contemplar a Dios en la oración, según la profunda expresión del beato Gil: «Vivir en la contemplación significa separarse de todo y de todas las cosas y estar unido tan sólo a Dios» (Dicta 13). Francisco habla también de manera parecida en la Admonición 16: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8). Son verdaderamente limpios de corazón quienes desprecian las cosas terrenas, buscan las celestiales y no dejan nunca de adorar y ver, con corazón y alma limpios, al Señor Dios vivo y verdadero».

De este modo la pureza de corazón aparece como premisa y, al mismo tiempo, como resultado de la oración, al igual que la oración es premisa y, a la vez, resultado de la visión de Dios en el alma del hombre puro. Por ello dice el beato Gil, con su típica forma de hablar: «La oración es principio y fin de todo bien» (Dicta 12); pero de todo bien, porque ésta conduce a la unión con Dios, que es concedida solamente al hombre de oración. «Quien no sabe rezar, no puede conocer a Dios», dice el beato Gil de manera lapidaria (Dicta 12).

Cuando en un hombre, a través de esta interacción mutua de pureza de corazón y de abajamiento y condescendencia de Dios a la búsqueda del hombre puro, se enciende la visión de Dios como contenido y coronamiento de la oración, éste ya nunca más abandonará la oración. Rezará siempre y en todas partes, porque se ha perdido a sí mismo y ha encontrado a Dios: «Por consiguiente, amemos a Dios y adorémoslo con corazón puro y mente pura, porque él mismo, buscando esto sobre todas las cosas, dijo: Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad... Y digámosle alabanzas y oraciones día y noche diciendo: Padre nuestro, que estás en el cielo..., porque es preciso que oremos siempre y que no desfallezcamos» (2CtaF 19-21).

Al igual que en la Carta a los fieles, Francisco exhorta en la Regla no bulada con palabras casi idénticas: «El Señor dice: Vigilad, pues, orando en todo tiempo, para que seáis considerados dignos de huir de todos los males que han de venir, y de estar en pie ante el Hijo del Hombre. Y cuando estéis de pie para orar, decid: Padre nuestro, que estás en el cielo. Y adorémosle con puro corazón, porque es preciso orar siempre y no desfallecer; pues el Padre busca tales adoradores. Dios es espíritu, y los que lo adoran es preciso que lo adoren en espíritu y verdad» (1 R 22,27-31).

La oración continua e incesante es por tanto «oración en el Espíritu», obra del Espíritu del Señor, que descansa en los hombres puros y hace en ellos «su habitación y morada» (1 R 22). Él ora en, con y por nosotros, como tan gráficamente expresa Francisco, aunque con palabras desmañadas: «Y porque todos nosotros, miserables y pecadores, no somos dignos de nombrarte, imploramos suplicantes que nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo amado, en quien bien te complaciste, junto con el Espíritu Santo Paráclito, te dé gracias por todos como a ti y a él os place, él que te basta siempre para todo y por quien tantas cosas nos hiciste. Aleluya» (1 R 23,5). En este contexto alcanza todo su profundo sentido esta frase de la Regla de los hermanos menores y de las Damas pobres: «Sobre todas las cosas deben desear tener el Espíritu del Señor y su santa operación, orar siempre a él con puro corazón...» (2 R 10,8-9; RCl 10).


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