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sábado, 4 de noviembre de 2023

No se guíen por sus obras

 

No se guíen por sus obras

¡Buenos días, gente buena!

Domingo XXXI A

Evangelio

Mateo 23, 1-12 

En aquel tiempo Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos: Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen. Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo. Todo lo hacen para que los vean: agrandan las filacterias y alargan los flecos de sus mantos; les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, ser saludados en las plazas y oírse llamar «mi maestro» por la gente. 

En cuanto a ustedes, no se hagan llamar «maestro», porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A nadie en el mundo llamen «padre», porque no tienen sino uno, el Padre celestial. No se dejen llamar tampoco «doctores», porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías. Que el más grande de entre ustedes se haga servidor de los otros, porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será elevado. 

Palabra del Señor. 

Jesús aprecia el esfuerzo, y reprueba la hipocresía.

El Evangelio de este domingo quema los labios de todos los “que dicen y no hacen”, tal vez creyentes, pero no creíbles. Examen duro el de la Palabra de Dios, y nos incluye a todos: nadie puede decirse libre de la incoherencia entre el decir y el hacer. ¿Que el Evangelio sea un proyecto muy exigente, hasta inalcanzable? ¿Que se trata de una utopía, de invitaciones “imposibles”, como por ejemplo: “Sean perfectos como el Padre”? (Mt 5, 48)

Pero Jesús conoce bien cómo son radicalmente débiles sus hermanos, sabe de nuestra debilidad. Y en el Evangelio vemos que siempre se mostró con premura ante la debilidad, como hace el alfarero, que si la vasija no sale bien, no tira el barro, sino que lo vuelve al torno y la figura y trabaja de nuevo. Siempre con premura como el pastor que se carga sobre los hombros la oveja que se había perdido, para aligerarle la fatiga y que el regreso sea fácil. Siempre atento a la fragilidad, como en el pozo de Sicar cuando ofrece agua viva a la samaritana, la de muchos amores y gran sed.

Jesús no se ensaña nunca contra la debilidad de los pequeños, pero si contra la hipocresía de los piadosos y los poderosos, los que repiten leyes siempre más severas para los demás, mientras ellos no las tocan ni siquiera con un dedo. Incluso, si son más inflexibles y rígidos con los demás, más se sienten fieles y justos: “Desconfía del hombre rígido, es un traidor”. (W. Shakespeare).

Jesús no reprueba el esfuerzo de quien no logra vivir en plenitud el sueño evangélico, sino la hipocresía de quien ni siquiera busca el ideal, de quien ni siquiera comienza el camino y sin embargo quiere aparecer como justo. No estamos en el mundo para ser inmaculados, sino para ponernos en camino; no para ser perfectos, pero para caminar a la perfección.

Si la hipocresía es el primer pecado, el segundo es la vanidad: “hacen todo para ser admirados por la gente”, viven para la imagen, actúan. Y el tercer error es el amor al poder. A esto opone su revolución: “no llamen a ninguno ‘maestro’ o ‘padre’ sobre la tierra, porque uno sólo es su Padre, el del cielo, y ustedes todos son hermanos” Y ya es un primer señalamiento directo a nuestras relaciones asimétricas. 

Pero la revolución de Jesús no se detiene aquí, en un modelo de igualdad social, prosigue con una segunda aparente contradicción: el más grande entre ustedes, sea su servidor. Siervo es la más grande definición que Jesús ha dado de sí mismo: Yo estoy en medio de ustedes como el que sirve. Servir quiere decir vivir “a partir de mí, pero no para mí”. Hay en la vida tres verbos mortíferos, maldecidos: tener, subir, mandar. A estos, Jesús opone tres verbos bendecidos: dar, descender, servir. Si haces esto serás feliz.

¡Feliz Domingo !!!

¡Paz y Bien !!!

Fr. Arturo Ríos Lara, ofm

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