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sábado, 18 de marzo de 2023

Yo soy la luz del mundo

 

¡Buenos días, gente buena!

IV Domingo de Cuaresma A

Evangelio

Juan, 9 1-41

En aquel tiempo, al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?». «Ni él ni sus padres han pecado, respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios. Debemos trabajar en las obras de aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo».

Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé», que significa "Enviado". El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía. 

Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: «¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?». Unos opinaban: «Es el mismo». «No, respondían otros, es uno que se le parece». Él decía: «Soy realmente yo». Ellos le dijeron: «¿Cómo se te han abierto los ojos?». El respondió: «Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: «Ve a lavarte a Siloé». Yo fui, me lavé y vi». Ellos le preguntaron: «¿Dónde está?». El respondió: «No lo sé». ...etc.

Palabra del Señor

Yo soy la luz del mundo

En el relato del Evangelio encontramos como personaje al último de la fila, un mendigo, ciego de nacimiento, que nunca ha visto el sol, ni el rostro de su madre. Tan pobre que no tiene nada, solo se tiene a sí mismo. Y Jesús se detiene por él, sin que este le haya pedido nada. Hace un poco de lodo con polvo y saliva, como barro de una mínima creación nueva, y lo extiende sobre esos párpados que cubren la oscuridad. En este relato de polvo, saliva, luz, dedos, Jesús es Dios que se contamina con el hombre, y también es hombre que se contagia de cielo; tenemos una apariencia mestiza, con una parte terrena y otra celestial. Cada niño que nace “es dado a luz”, cada uno es una mezcla de tierra y de cielo, de polvo y de luz divina. Todos nosotros nacemos incompletos y necesitamos la vida entera para nacer del todo. Nuestra vida es un amanecer continuo. Dios amanece en nosotros.

Jesús es el guardián de nuestros amaneceres, el guardián de la plenitud de la vida, y seguirlo es renacer; tener fe es adquirir una visión nueva de las cosas. El ciego es traído a la luz, nace de nuevo con sus ojos nuevos, contados por el hilo rojo de una pregunta repetida siete veces: ¿cómo se te han abierto los ojos? Todos quieren saber “cómo”, saber el secreto de ojos invadidos por la luz, todos con ojos que todavía no nacen. La pregunta inquietante (¿cómo se abren los ojos?) señala un deseo de más luz que todos tienen; deseo vital, pero que no madura, un retoño sofocado de inmediato por el polvo estéril de la ideología y de la institución. El ciego de nacimiento pasa del milagro a ser acusado. A los fariseos no les importa la persona, sino la casuística; no les importa la vida vuelta a resplandecer en aquellos ojos, sino la “sana” doctrina. Y comienzan un proceso por herejía, porque ha sido curado en sábado y en sábado no se puede, es pecado…

Y, ¿qué religión es esta que no mira el bien del hombre, sino solo a sí misma y sus reglas? Para defender la doctrina niegan la evidencia, para defender la ley niegan la vida. Saben todo de las normas morales y son ignorantes acerca del hombre, de la persona. En vez de gozar de la luz, preferirían que volviera a quedar ciego, así tendrían ellos la razón y no Jesús. Dicen: Dios quiere que en sábado los ciegos sigan ciegos. Ningún milagro en día sábado! Gloria de Dios son los preceptos observados. Ponen a Dios contra el hombre, y es lo peor que le puede suceder a nuestra fe. Y en cambio, no, gloria de Dios es un mendigo que se levanta, un hombre que vuelve a plenitud de vida, un hombre finalmente promovido a hombre. Y su mirada luminosa, que pasa e ilumina, da más alegría a Dios que todos los mandamientos cumplidos.

¡Feliz Domingo!

¡Paz y Bien!

Fr. Arturo Ríos Lara, ofm


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