Páginas

viernes, 6 de enero de 2023

«QUE NO ME SIRVE DE NADA LA ORACIÓN DE PETICIÓN A LA VIRGEN»

 tags: , , , , , 

by 
Resultado de imagen de Desatanudos

Esta fue la séptima Carta Mariana (julio de este año), difundida como todas por la Fundación Montfort, de Barcelona. Tengo la culpa.

 

De todo un poco digo, y cosas -como veréis- en diversos sentidos, a propósito de la sensación angustiosa, que a veces tenemos, de no ser escuchados en nuestra oración a la Virgen. De todo un poco, y en diversos sentidos.

 

El problema

Nuestra Señora es mediadora de intercesión en calidad de madre, madre del Hijo y de los hijos. Como madre del Hijo, es seguro que Él le concede lo que pide. Y como madre nuestra, es seguro que pide por nosotros. Jesús la escucha como a madre, y ella nos escucha a nosotros como madre. Su amor ocupa todo el espacio en el que habíamos pensado que cabían nuestras dudas. Ella es la mediadora totalmente cualificada, si bien es mediadora «en» Cristo, «el único mediador entre Dios y los hombres» (1 Tim 2,5)

Por ella, Jesús adelantó su hora, la vez aquella, cuando en Caná le respondió: «Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí? Todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2,4), para hacer a continuación la voluntad de ella. Y si ella puede hacer cambiar los planes de Dios, ¿qué no podrá lograr que yo le pida?

Siempre hemos dicho que Dios nos concede todo lo que por medio de ella le pedimos. Comparecer ante Dios sin ella es ir a juicio sin abogado. O, como decía el Dante:

«¡Oh mujer! Tú eres tan grande, tú tienes tanto poder, que el que quiere una gracia y no acude a ti, pretende que su deseo vuele sin alas»[1].

Resultado de imagen de Rosario

Todo esto es totalmente verdadero. Y no hay más. Ahora bien, precisamente por serlo tiene más sentido hacerse esta pregunta: si la Virgen no me escucha, ¿por qué?; ¿cómo es posible? Si eso nos ocurre, eso -al parecer- también es verdadero, y entonces ¿cómo concilio yo lo uno con lo otro, si son inconciliables? ¿Es o no es infalible la oración a la Santísima Virgen?

Nada menos que esa es la pregunta. Y aquí entro yo con la muleta. Y digo:

 

Una sola respuesta a dos preguntas

La respuesta, en realidad, es la misma que si nos hubiéramos preguntado por qué no nos escuchara Dios; sobre el Uno y la otra, respuestas paralelas, como veréis. Un amigo me preguntó una vez cómo podía tener él mi devoción a la Virgen, si tenía la percepción de que ella no le escuchaba. Y a cabo de días, me escribió que no le respondiera, que había entendido que su problema era un problema de fe. Y la fe, en último término, siempre es fe en Dios.

Al cabo, la mediación mariana también es una obra de Dios, y por eso la respuesta es la misma si hablamos de Él que si hablamos de ella; y la mediación mariana incluye necesariamente que María está en comunidad de intención con Dios: siempre pide lo que sabe que Dios desea dar, lo que Dios desea que se le pida y que ella le pida. El acuerdo es perfecto, y no nos deja lugar a distinciones ni, por ende, a diferencias en la respuesta.

 

Soberana mentira

Y me urge decir que es falso que no se

Resultado de imagen de Rosario

nos concede lo que pedimos. No me lo creo. Muchas veces ocurre que exigimos demasiadas evidencias (incluso el milagro) para creer. Yo hace años que me he encastillado en el Evangelio, y de aquí no me mueve ya nadie. Y leo: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá» (Mt 7,7), y niego todas las evidencias en contra -las que me digan que no soy oído-, porque «el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mt 24,35), y yo puedo equivocarme, pero Jesús nunca y el Evangelio jamás. Esto es así, y no de otra forma. Y en caso de duda, aplíquese el verso de Santo Tomás: «No hay nada más verdadero que esta palabra de verdad». Si afirmo que no se me escucha, llamo a Jesús mentiroso; prefiero decir que yo me equivoco en mi apreciación. Y no hay más.

 

Como la máquina del café

Por otra parte, solemos tener una concepción de la oración mercantilista y automática: presento una serie de palabras, consigo una reacción a mi favor; las meto en una ranura, sale por otro lado un vaso de logros como un café de oficina. Las cosas no son así. Nuestra oración está más para que, en ella, Dios me pida a mí mi corazón que para que yo arranque de Dios los bienes que creo que necesito.

 

Pasar por el aro

Y así, nosotros hemos de pasar por el aro de Dios, y no hacerlo pasar a Él por el aro nuestro. Nos va mucho en permitir a Dios que sea Dios y quedarnos nosotros en nuestro puesto y rincón. Y eso no es tan fácil.

Resultado de imagen de Rosario

Nos cumple decir con autenticidad el fiat del padrenuestro: «Hágase tu voluntad…» (Mt 6,10), ¡y no «hágase mi voluntad en la tierra como en el cielo»…!; decir el fiat de Getsemaní: «Padre, si quieres,… pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Mt 26,39); el fiat de María: «Hágase en mí según tu palabra»   (Lc 1,38), el fiat que ella sigue por siempre pronunciando en el cielo, el que está hecho vida en la vida de sus hijos, el fiat que ya nunca callará.

¿Sabéis qué oración es siempre escuchada? La del que desea y pide lo mismo que desea Dios. Escuchada, quiero decir, si los hombres lo permiten, si no le ponen límites a Dios. Volvemos a encontrarnos aquí la mediación de esta Virgen que es la primera en desear la voluntad de Dios, en esa «comunidad de intención» con Él: ¡siempre se la escucha!, porque siempre anhela que se haga la voluntad de Dios.

Dijo el Maestro una vez:

«Si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el  Espíritu Santo a los que le piden?» (Lc 11,13).

Daba a entender Jesús que aquello bueno que hay que pedir -aquello que por ser bueno a Dios le gusta dar- es el Espíritu, que es el Don por antonomasia; eso es lo que hay que pedir y lo que se nos dará. ¿Estábamos deseando otra cosa?

Será por esto por lo que el Catecismo nos advierte del riesgo de «apegarse más a los dones que al Dador?»[2]. Y mejor lo había dicho Job:

«El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor. Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males?» (Job 1,21; 2,10).

 Lo nuestro debe ser la indiferencia hacia los dones y el deseo de «solo Dios», en expresión de San Luis María y de tantos santos.

 

Dios sabe cómo tiene que escuchar

Resulta, por añadidura, muy importante entender estas palabras:

«Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su piedad filial (…). Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación eterna» (Heb 5,7-9).

Y si no fue librado de la muerte, ¿cómo dice que fue escuchado? Fue escuchado «por su piedad filial», por la que, al estremecedor «aparta de mí este cáliz», le añadió el más estremecedor «no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Mt 26,39.42). Ambas voluntades expresadas por Jesús fueron oídas, porque sufrió

Resultado de imagen de Rosario

la «consumación», pero su muerte -su piedad filial- fue resurrección y vida y gloria para Él, y además, para multitudes fabulosas, esto es, «los que le obedecen».

Y así, Jesús, que en principio pedía liberarse, fue oído  en un sentido mucho más profundo y que, a la postre, le ha complacido infinitamente más. Dios sabe lo que hace. Nosotros sabemos lo que queremos y lo pedimos; pero Dios sabe lo que nos conviene, y, con Él, lo sabe María. Cuentan las crónicas que un mendigo salió al paso de Alejandro Magno pidiéndole una moneda.

Y Alejandro lo nombró señor de cinco ciudades. Y le añadió: «Tú has pedido como quien eres; yo te doy como quien soy». A buen entendedor.

 

Las reglas del pedir

También debemos aprender a pedir. San Agustín escribe que si algo no se nos concede, es porque pedimos aut mali, aut male, aut mala: siendo malos, pidiendo mal o pidiendo cosas malas (o buenas que no nos convienen); y San Luis María enseña que hemos de pedir con «fe, humildad, confianza y perseverancia»[3].

Si la petición tarda en lograrse, también San Agustín enseña la razón. Nuestro fin es Dios mismo, y no somos capaces. Entonces,

«Dios, retardando [su don], ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma y, ensanchándola, la hace capaz [de su don]»[4].

Lección de perseverancia, la que María misma dio en Caná, cuando siguió como si no hubiese oído la negativa («haced lo que él os diga», Jn 2,5), mostrando total seguridad, y eso, ante el primer milagro, que exigía más fe que ninguno, porque luego, para todos los demás, ya existieron precedentes.

 

Llamarla… ¿y ofenderla?

Por último, mi oración será más oída cuanto más santo sea yo. San Juan de Ávila predicaba con fuerza:

«Llamarla y ofender a Dios y a ella no es cosa que cumple»[5].

Resultado de imagen de San Juan de Ávila

«Y si no es oída, es porque no la oímos en el sermón que nos predica: ‘Haced lo que él os diga'(Jn 2,5). Si ella está rogando por mí arrodillada delante de Dios, yo estoy enhiesto en mi voluntad, duro con malquerencia, abominable con deshonestidades. Había de estar la lengua orando, está murmurando (…). Es impedida la oración de ella con nuestros pecados»[6].

«Sola, Señora, te dejamos orar, y cuanto tú amansas, nosotros enojamos: «Uno que ora, y otro que maldice; ¿la voz de cuál escuchará Dios? Uno que edifica, y otro que destruye; ¿de qué les sirve su trabajo?»(cfr. Eclo 34,28-29). Si ella está orando por mí, y yo, que había de estar llorando mis pecados, estoy pecando, ¿cómo ha de ser ella oída? Yo destruyo lo que ella edificó; ella está bendiciendo y yo blasfemando, murmurando y ofendiendo»[7].

Que, si Dios no es para nosotros el fin, será un instrumento o será la nada. No hay más posibilidades.

Y quien dijere lo contrario miente.


[1] Dante Alighieri, La divina comedia, Paradiso, XXXIII.

[2] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n.º 2740.

[3] El secreto admirable del Santísimo Rosario, n.º 136.

[4] San Agustín, In I Ioannis, 4, 6: PL35, 2008s.

[5] San Juan de Ávila, Sermón 68, 16.

[6] Íd., Sermón 66, 18.

[7] Íd., Sermón 68, 23.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario