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jueves, 17 de noviembre de 2022

Mi casa, casa de oración

 

Mi casa, casa de oración

Viernes 18 de noviembre

¡Paz y Bien!

Evangelio

Lucas 19, 45-48

Aquel día, Jesús entró en el templo y comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban allí, diciéndoles: "Está escrito: Mi casa es casa de oración; pero ustedes la han convertido en cueva de ladrones".

Jesús enseñaba todos los días en el templo. Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y los jefes del pueblo intentaban matarlo, pero no encontraban cómo hacerlo, porque todo el pueblo estaba pendiente de sus palabras.

Palabra del Señor

Reflexión

No fue Jesús un predicador de campanillas. Con toda veracidad se puede decir que Jesús fue escuchado con agrado por grupos de gentes y que otros tantos le siguieron, pero no fue lo suyo una predicación preparada, muy medida y convenientemente pronunciada, donde fácilmente se introduce la censura del inconsciente para prohibir “franquezas” cuyas consecuencias pueden ser motivo de desdicha e infortunio. De ahí que lo suyo no fueron sermones de campanillas. Para muestra, el evangelio de Lucas, cuyo texto también recogen los otros sinópticos: «Escrito está: “Mi casa es casa de oración”; pero vosotros la habéis hecha una “cueva de bandidos”» (19,46) Frente a esta soflama la respuesta no se hace esperar: «Los sumos sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo buscaban acabar con él» (v.47) Nótese quiénes son los personajes que buscan liquidar al Maestro: la máxima expresión del poder religioso, cultural  y político de Israel. Y esto se sigue perpetuando en el tiempo. Quien molesta es blanco de ser eliminado.

Se confirma lo dicho al principio de esta reflexión: el agridulce está servido. No se nos ahorran acideces de toda calaña, pero no es menos cierto que no entrar por caminos de discipulado del Maestro sea camino de rositas. Esto último a lo largo de todas las épocas históricas ha vendido y sigue vendiendo pócimas de dicha y contento, pero es verdad a medias: dura lo que dura y de no darnos cuenta nos metemos en una espiral de sinsabores que no hay sal de frutas que la calme.

El salmista nos da el secreto:

«¡Qué dulce al paladar tu promesa: más que miel en mi boca!

Tus preceptos son mi herencia perpetua, la alegría de mi corazón» (Sal 118, 103.111)

¡Feliz Viernes!


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