Amor a la Iglesia
Carlo Carretto en su libro “Mañana será mejor” escribe así: Oh Iglesia, cuán contestable me resultas y, sin embargo, cuanto te amo. Querría ver desaparecer muchas cosas en ti y, a pesar de todo, te necesito. Me has dado muchos escándalos y, sin embargo, me has hecho entender la santidad He visto en ti muchas cosas falsas, pero nada he tocado más puro y bello. Cuántas veces he sentido la tentación de separarme de ti y cuántas veces también he deseado morir entre tus brazos. No puedo liberarme de ti. Además ¿a dónde iría? ¿a construir otra? Pero no podría construirla sin los mismos defectos, porque llevo dentro los míos. Y, si la construyera, sería mi Iglesia y no la de Cristo.
La credibilidad de la Iglesia no se basa en los hombres que la componen, sino en Cristo y en su promesa de que nunca las puertas del infierno prevalecerán contra
ella. La Iglesia es un misterio de Dios, verdadero e impenetrable a la vez. Tiene el poder de darme la santidad y, sin embargo, desde el primero hasta el último de sus
miembros son pecadores. Tiene el poder omnipotente e invencible de celebrar el misterio eucarístico y está formada de hombres que se debaten en la oscuridad y la
tentación de todos los días.
Habla de pobreza evangélica, de seguir a Cristo y muchos de sus miembros buscan el poder y la riqueza al margen de Dios. En la Iglesia se entremezclan lo natural y lo
sobrenatural, la santidad y el pecado, la credibilidad y la incredibilidad, lo humano y lo divino.
Cuando era joven, no entendía por qué Jesús había elegido a Pedro, pese a sus negaciones, para hacerlo jefe de la Iglesia. Ahora, con los años, ya no me sorprendo
que haya querido construir su Iglesia sobre la tumba de un traidor, de un hombre que se asustaba ante las palabras de una sirvienta. Ahora, entiendo que eso es una
llamada a mantener en nosotros la humildad y la conciencia de nuestra propia fragilidad. No juzguéis y no seréis juzgados.
No veas a la Iglesia como algo externo a ti. Tú eres Iglesia. No está mal protestar contra la Iglesia, cuando se la ama. Lo malo es criticarla, poniéndose fuera, como si fuéramos puros y santos. Por eso, no me salgo de la Iglesia a pesar de sus defectos humanos. La Iglesia está edificada sobre piedras débiles, pero ¿qué importan las
piedras? Lo importante es la promesa de Cristo de que nunca fallará. El cemento que une a estas piedras es el Espíritu Santo que le da unidad. Solamente el Espíritu Santo es capaz de hacer la Iglesia con piedras mal talladas como somos nosotros. Sólo el Espíritu Santo puede mantenernos unidos a pesar de nuestro orgullo y egoísmo.
Los motivos para creer en la Iglesia no son las virtudes de los Pontífices, de los obispos o de los sacerdotes. La credibilidad está en el hecho de que, no obstante los dos mil años de pecados cometidos por su personal, ella ha conservado íntegra la fe y esta mañana he visto a un sacerdote celebrar la misa y decir “Esto es mi cuerpo” y he creído en la promesa de Jesús y en que el pan que me daba en la comunión era el
mismo Cuerpo de Jesucristo.
Esta masa de bien y de mal, de grandeza y de miseria, de santidad y de pecado, que es la iglesia, en el fondo soy yo. Por eso, si alguna vez he criticado a la Iglesia, en el fondo me he criticado a mí mismo. ¿Con qué derecho la critico? ¿Acaso no tendría ella más razones que yo para avergonzarse de mí, que me creo santo?
Padre Ángel Peña Benito. O.A.R.
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