Lunes 2 de noviembre
Evangelio
Lucas 23, 44-46. 50. 52-53; 24, 1-6
Era casi el mediodía, cuando las tinieblas invadieron toda la región y se oscureció el sol hasta las tres de la tarde. El velo del templo se rasgó a la mitad. Jesús, clamando con voz potente, dijo: “¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!” Y dicho esto, expiró.
Un hombre llamado José, consejero del sanedrín, hombre bueno y justo, se presentó ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Lo bajó de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía.
El primer día después del sábado, muy de mañana, llegaron las mujeres al sepulcro, llevando los perfumes que habían preparado. Encontraron que la piedra ya había sido retirada del sepulcro y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.
Estando ellas todas desconcertadas por esto, se les presentaron dos varones con vestidos resplandecientes. Como ellas se llenaron de miedo e inclinaron el rostro a tierra, los varones les dijeron: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí; ha resucitado”.
Palabra del Señor
Reflexión
Cuando Jesús corregía a los saduceos sobre su visión de la vida después de la muerte, les dice: ‘No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven’. Jesús nos enseña de este modo, algo esencial: la vida es lo único que Dios quiere y da; por eso Jesús decía ‘He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia’, refiriéndose a esta vida que vivimos en el cuerpo, pero también en previsión de la vida eterna.
La muerte no es el final, es decir, para el ser humano no todo termina con la muerte, para los que vivimos en Cristo, para quienes le hemos aceptado por el bautismo, estamos llamados a una vida que no termina ni acaba, una vida plena y perfecta, lo que llamamos la vida eterna. Al celebrar a quienes han muerto confiando en la misericordia de Dios, queremos confesar que confiamos en que esa aspiración humana a la vida perfecta, se realiza como don de Dios con la resurrección de Jesús, que es el anticipo de la nuestra propia resurrección.
¡Descansen en paz nuestros difuntos!
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