Páginas

sábado, 11 de julio de 2020

Hasta ciento por uno


Templo de San Francisco - Celaya, Gto.


¡Buenos días, gente buena!
Domingo Ordinario XV A
Evangelio
Mateo 13, 1-9 
En aquel tiempo, Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa.

Entonces él les habló extensamente por medio de parábolas. Les decía: «El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. 

Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron.
Otras cayeron entre espinas, y estas, al crecer, las ahogaron.

Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta.
¡El que tenga oídos, que oiga!».
Palabra del Señor

Hasta ciento por uno
Jesús enseñaba muchas cosas con parábolas, Las parábolas salían así de los labios del Maestro. Escucharlas era como escuchar el murmullo de la fuente, el momento inicial, fresco, el nacer del Evangelio. Las parábolas no son un recoveco o una excepción sino el punto más alto y genial,  los más refinado del lenguaje de Jesús. El amaba el algo, los campos de trigo, los sembradíos de trigo y de amapolas, los pájaros volando, el grano. Observaba la vida y nacían parábolas. Tomaba historias de vida y las hacía historias de Dios, descubría que en cada cosa está sembrada una sílaba de la Palabra de Dios (Laudato Si’)


El sembrador salió a sembrar. Jesús imagina la historia, la creación, el reino, como una grande siembra: es todo un sembrar, un volar de semilla al viento, en la tierra, en el corazón. Es todo un germinar, un brotar, un madurar. Toda vida es contada como un amanecer continuo, como una tenaz primavera. El sembrador salió, y el mundo está ya grávido. Y mira que el sembrador, que puede sembrar descuidado porque parte de la semilla cae entre piedras y espinos y en el camino, es sin embrago él quien abraza la imperfección del campo del mundo, y ninguno es discriminado, ninguno excluido de la siembra divina. Todos somos duros, espinosos, heridos, opacos, sin embrago nuestra humanidad imperfecta hay también un surco de tierra buena, siempre propia para dar vida a las semillas de Dios.

Hay en el campo del mundo, y en el de mi corazón, fuerzas que contrastan la vida y los nacimientos. La parábola no explica por qué suceda esto. Y tampoco explica como desyerbar, quitar piedras o ahuyentar pájaros. Pero nos habla de un sembrador confiado, cuya confianza al final no es defraudada: en el mundo y en mi corazón está creciendo trigo, está madurando una profecía de pan y de hambre colmada. Lo explica el verbo más importante de la parábola: y dio fruto. Hasta al ciento por uno. Y no es una exageración piadosa. Ve a un campo de trigo y sabrás que a veces, de un solo grano pueden surgir varios tallos, cada uno con su espiga.

La ética evangélica no busca campos perfectos, sino fecundos. La mirada del Señor no se fija en mis defectos, piedras o espinos, sino en el poder de la Palabra que vuelca los surcos pedregosos, cuida de los nuevos retoños y se rebela a todas las esterilidades. Y hará de mi tierra buena, tierra madre, cuna acogedora de germen divino. Jesús cuenta la belleza de un Dios que no viene como de nuestros pocos medios, sino como el sembrador infatigable de nuestras laderas y malezas. Aprenderé de él a no necesitar de cosechas sino de grandes campos donde sembrar juntos y de un corazón no sustraído; necesito del Dios sembrador al que mis esterilidades no cansan jamás.
¡Feliz Domingo!
¡Paz y Bien!

No hay comentarios.:

Publicar un comentario