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martes, 21 de mayo de 2019

LA SAGRADA LITURGIA: ELEMENTOS LITÚRGICOS

CONSERVANDO LOS RESTOS

ELEMENTOS LITÚRGICOS
(PARTE I)

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La ignorancia de la Liturgia es una de las causas de la ignorancia de la Religión”
ELEMENTOS DIVINOS Y HUMANOS DE LA LITURGIA
La Liturgia —como enseña en la Encíclica Mediator Dei el Papa Pío XII— consta de elementos humanos y divinos. Los divinos no pueden ser alterados por los hombres, ya que han sido instituidos por el Divino Redentor; los humanos, en cambio, con aprobación de la Jerarquía Eclesiástica, asistida por el Espíritu Santo, pueden cambiar de acuerdo a las exigencias de los tiempos, de las cosas y de las almas. De aquí procede la magnífica variedad de los ritos orientales y occidentales, el progresivo desarrollo de ceremonias y ritos y la renovación de usos piadosos borrados por el tiempo. Dejando a salvo la sustancia de la Misa y de los Sacramentos, la Iglesia no ha vacilado en cambiar lo que no estaba en consonancia y añadir lo que era oportuno para el mejor culto de Dios e instrucción y saludable estímulo del pueblo cristiano.
Varias son las causas por las cuales se desarrolla y desenvuelve la Sagrada Liturgia, durante la larga y gloriosa historia de la Iglesia: primero, la necesidad de formular más segura y ampliamente la doctrina católica sobre algunos misterios, como la Encarnación, la Eucaristía, la Maternidad de María, etc.; después, el desarrollo ulterior de la disciplina eclesiástica en lo tocante a la administración de algunos Sacramentos, como la Penitencia, la Extremaunción, etc.; y, por fin, el nacimiento de algunas prácticas extra-litúrgicas, y el progreso de las bellas artes, y en especial la arquitectura, la pintura y la música, que demandó la conformación de los elementos exteriores y humanos de la Liturgia al medio ambiente religioso.
Para que estos elementos cambiantes, empero, no se convirtiesen en abusos peligrosos para la fe y la genuina piedad, instituyó el Papa Sixto V, en 1588, la Sagrada Congregación de Ritos, “órgano al que correspondía ordenar y determinar con cuidado y vigilancia todo lo que atañe a la Sagrada Liturgia” (Canon 253). Por eso “el Papa es el único que tiene derecho a reconocer y establecer cualquier costumbre relativa al culto, o introducir y aprobar nuevos ritos y a cambiar los que estime deben ser cambiados”; siendo obligación de los Obispos vigilar porque se cumplan las prescripciones del caso.

Necesidad de estudiar la Liturgia
De la noción de la Liturgia, de sus fines, de la importancia que tiene para la Iglesia, para el individuo y para la sociedad, y de su rico contenido en orden a la formación integral del cristiano, se sigue para éste la necesidad de conocerla y estudiarla. Decimos para éste, es decir, para el cristiano, porque para el sacerdote y para el seminarista es su estudio por lo menos de tanta importancia como el de la Teología Dogmática y el de la Moral. ¿Acaso no es el Culto, con el Dogma y la Moral, el armazón de toda la Religión?
La ignorancia de la Liturgia es una de las causas de la ignorancia de la Religión, y quizá el mal más hondo y grave de cuantos hoy padecemos. En los Catecismos y en los tratados de Religión de estos últimos tiempos, se ha prescindido casi por completo de esta parte de la instrucción religiosa, que hubiese sido, sin embargo, la más atrayente y la más eficaz para la formación del cristiano.
Para encarecer la importancia y necesidad de su estudio, nos contentaremos con asentar aquí estos cuatro enunciados, la Liturgia es:
— un manual completo de Dogma,
— un código perfecto de Moral,
— una rica fuente de Piedad,
— y un programa de Vida y de Acción Social.
Necesidad de practicarla con inteligencia y amor
El estudio de la Liturgia, como el de la Religión en general, ha de estimular al cristiano, más que a admirarla y a ponderar sus encantos, a amarla y a vivirla, haciendo de ella lo que verdaderamente es: un instrumento de glorificación para Dios y de santificación para sí mismo.
Si la estudia, pues, y llega a conocer muchos de sus secretos, ha de ser para usarla con inteligencia y con amor; para empaparse con su espíritu, que no es otro que el espíritu de Cristo y de su Iglesia; para nutrirse de su piedad, piedad sólida e ilustrada, la auténtica de la Iglesia; para pensar y sentir, cada día y cada tiempo litúrgico, como piensa y siente la Iglesia; para orar y cantar, como ora y canta la Iglesia.
Viviendo de la Liturgia, el alma del cristiano será más cristiana, pues el centro de su piedad, como el de la Liturgia, será Cristo.
Para vivir esta vida litúrgica y lograr de ella tan preciosos frutos, menester será recurrir a los siguientes medios:
— 1º Al uso del Misal, siguiendo siempre de cerca al celebrante, comulgando a continuación de él y nutriéndose de los mismos textos.
— 2º A la celebración inteligente de las principales fiestas y actos litúrgicos del año.
— 3º A la participación activa del canto litúrgico.
— 4º A subordinar “sus” devociones (triduos, novenas, etcétera), a las devociones “de la Iglesia”, no dejando lo sustancial por lo accidental, ni prefiriendo lo sentimental por lo verdaderamente sólido.
Por estos medios se llegará, más directa y velozmente que por cualquier otro, a la formación de la conciencia católica. Por algo escribió el inmortal San Pío X que la participación en el culto litúrgico es el manantial primero e indispensable del verdadero espíritu cristiano. En su Motu proprio Tra le sollecitudini, del 22 de noviembre de 1903, enseñó:
Siendo, en verdad, nuestro vivísimo deseo que el verdadero espíritu cristiano vuelva a florecer en todo y que en todos los fieles se mantenga, lo primero es proveer a la santidad y dignidad del templo, donde los fieles se juntan precisamente para adquirir ese espíritu en su primer e insustituible manantial, que es la participación activa en los sacrosantos misterios y en la pública y solemne oración de la Iglesia.
Palabras de Pío XII
Para lograr esto, el Papa Pío XII insistió en la necesidad de unir íntimamente el culto interno y el externo. He aquí sus palabras:
Todo el conjunto del culto que la Iglesia tributa a Dios debe ser interno y externo. Es externo porque lo pide la naturaleza del hombre, compuesto de alma y cuerpo; porque Dios ha dispuesto que por «el conocimiento de las cosas visibles lleguemos al amor de las cosas invisibles». Además, todo lo que brota del alma se expresa naturalmente por los sentidos; y el culto divino pertenece no sólo al individuo sino también a la colectividad humana, y por consiguiente ha de ser social, lo cual es imposible en el ámbito religioso, sin vínculos y manifestaciones exteriores; finalmente, es un medio que pone muy de relieve la unidad del Cuerpo Místico, acrecienta su santo entusiasmo, consolida sus fuerzas e intensifica su acción; «aunque las ceremonias no contengan en sí ninguna perfección y santidad, sin embargo son actos externos de religión que, como signos, estimulan el alma a venerar las cosas sagradas, elevan la mente a las realidades sobrenaturales, nutren la piedad, fomentan la caridad, acrecientan la fe, robustecen la devoción, instruyen a los sencillos, adornan el culto de Dios, conservan la religión y distinguen a los verdaderos fieles de los cristianos falsos y heterodoxos».
Pero el elemento principal del culto tiene que ser el interno. Efectivamente, es necesario vivir en Cristo, consagrarse por completo a Él, para que Él, con Él y por Él se tribute al Padre Celestial la gloria debida.
La Sagrada Liturgia requiere que estos dos elementos estéíntimamente unidos y no ceja de repetirlo cada vez que prescribe un acto de culto externo. Así, por ejemplo, a propósito del ayuno, nos exhorta: «que nuestra observancia obre en lo interior lo que exteriormente profesa». De otra suerte, la religión se convierte en un formulismo sin consistencia ni contenido.
Vosotros sabéis, Venerables Hermanos, que el Divino Maestro estima indignos del sagrado templo y como para ser arrojados de él a quienes creen honrar a Dios sólo con el sonido de frases bien hechas y posturas teatrales y se persuaden de que pueden asegurar perfectamente su salvación eterna sin desarraigar del alma los vicios inveterados.
La Iglesia, por consiguiente, quiere que todos los fieles se postren a los pies del Redentor para profesarle su amor y su veneración; quiere que las muchedumbres, como los niños que salieron con alegres aclamaciones al encuentro de Jesucristo cuando entraba en Jerusalén, ensalcen y acompañen al Rey de los Reyes y al Sumo Autor de todo bien con himnos de adoración y gratitud; quiere que de sus labios broten plegarias, unas veces de súplica, otras de alegría y alabanza, con las cuales, como los Apóstoles, junto al lago de Tiberíades, logren experimentar la ayuda de su misericordia y su poder; o como Pedro en el monte Tabor, se abandonen a sí mismos y todos sus bienes en Dios, en los místicos transportes de la contemplación.
No tienen, pues, noción exacta de la Sagrada Liturgia los que la consideran como una parte sólo externa y sensible del culto divino o un ceremonial decorativo; ni se equivocan menos los que la consideran como un mero conjunto de leyes y de preceptos con que la Jerarquía eclesiástica ordena la ejecución regular de los ritos sagrados.
Siguiendo la voluntad de los Sumos Pontífices, iremos publicando artículos sencillos sobre las vestiduras y ornamentos sagrados, los colores litúrgicos, los vasos y utensilios del culto, etc.

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