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domingo, 23 de septiembre de 2018

Dios se olvida de si mismo y se deja olvidar

Dios no es solo aquel que recuerda a la criatura que ama y de quien olvida pecados e infidelidades, sino que es aquel que se olvida de sí mismo, que se deja olvidar. Es el punto extremo de la humildad divina.
La eucaristía me parece el ejemplo más expresivo y eficaz de este singularísimo rasgo de la sensibilidad divina.
En ella todo es discreción, pequeñez, humildad, escondimiento, cotidianeidad y sencillez de signos, evocación tenue del misterio, posibilidad (para el hombre) de proseguir sin prestar demasiada atención, ausencia total de sensacionalismo…
Y, sin embargo, la eucaristía fue instruida por Jesús para hacerse recordar, confiándolo a  ministros ordenados, que son los custodios de esta memoria eucarística: memoria altamente viva que, paradójicamente, se hace olvidar, porque es memoria de un Dios que se deja olvidar.
Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu reino» (Lc 23, 42).
Esta memoria es la garantía, la única garantía de la salvación, que, en efecto, le es inmediatamente concedida. Y lo mismo es para todos: si el Señor se acuerda de mí, me salvo y puedo permitirme el lujo de dejarme olvidar.

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