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miércoles, 1 de agosto de 2018

SANTA CLARA DE ASÍS, LA MUJER DE LA ESPERANZA


SANTA CLARA DE ASÍS,
LA MUJER DE LA ESPERANZA
por Suor Chiara Augusta Lainati, osc

«Los pobres tienen el secreto de la esperanza. Comen cada día en la mano de Dios. Los otros hombres desean, exigen, reivindican, y llaman a todo esto esperanza... Por otra parte, el mundo moderno vive demasiado acelerado, no tiene ya tiempo de esperar. La vida interior del hombre moderno tiene hoy un ritmo excesivamente veloz para que nazca y permanezca un sentimiento tan fuerte y dulce como la esperanza...

»Sólo los pobres esperan por todos nosotros, como sólo los santos aman y expían por todos nosotros...

»Llegará un día en el que se cumplirá la palabra de Dios y los pobres poseerán la tierra, y la poseerán sencillamente porque no habrán perdido la esperanza en este mundo de desesperados» (G. Bernanos).

UNA INMERSIÓN EN LO INCIERTO

El primer paso de Clara fuera de la seguridad de su casa, hacia la Porciúncula envuelta en la oscuridad de un bosque -¡un sumergirse en la incertidumbre!-, es su paso decisivo en la carrera de la esperanza.


Un paso sin timidez (no aparece nunca tímida la hija de Favarone), pero que pronto tomará otro ritmo, casi de danza sobre las alas del Espíritu. Será ella misma quien escriba: «Con andar apresurado, con paso ligero, sin que tropiecen tus pies, para que tus pasos no recojan siquiera el polvo, segura, gozosa y alegre, marcha con prudencia por el camino de la felicidad...» (2CtaCl 12-13).

De hecho, poco a poco, la dama asisiense aprende, en San Damián, a «comer cada día en la mano de Dios»; una mano que ofrece, sí, en abundancia, «pobreza, fatiga, tribulación, humillación y desprecio por parte del mundo» (cf. RCl 6,2), pero también que convierte todo esto en «delicia», porque derrama precisamente sin medida en los surcos del corazón una semilla viva: la esperanza.

Casi con los ojos puedes ver ahondar, germinar y crecer esta semilla en la vida de santa Clara: un árbol tierno, después más robusto, vigoroso, bajo el sol de San Damián, finalmente, ondeante con seguridad en el cielo eterno de Dios, como eje de esperanza de la Iglesia entera; como el árbol de mostaza evangélico donde se resguardan en gran número los pájaros.

EN LA MANO DE DIOS

Toda la vida de Clara se ancla, de hecho, en la esperanza.

Sola, abandona para siempre su casa a los dieciocho años por seguir los pasos de un hombre, de un burgués, Francisco, a quien los más consideran todavía un loco. Un salto en el vacío. Contra la tradición de la familia. Contra las conveniencias sociales. Contra la misma práctica normal de la Iglesia de aquel tiempo. Un cerrar los ojos y dejarse llevar al abismo de la fe «contra toda esperanza» (Rm 4,18). «La fe que yo amo -hace decir Péguy a Dios- es la esperanza...».

La ves rechazar después la tranquila y organizada seguridad de los monasterios benedictinos, en los que se hospedó por pocos días, y resistir contra la presión y la violencia de los familiares, contra la seguridad humana que vuelve a llamar a su puerta.

Va a San Damián. En la incertidumbre. Allí aún está todo por hacer. Allí está sola, pero «no se espanta por la soledad» (LCl 9). Porque cuanto más profundo se hace su despojamiento, su pobreza de seguridades humanas, «a imitación del Crucificado pobre», tanto más canta libre y brilla al sol, sobre su camino, la esperanza, la esperanza que colma de gozo porque hace «pregustar desde aquí abajo la secreta dulzura que Dios reservó desde el principio a los que le aman» (3CtaCla, 14).

En San Damián hay poco o nada. Y, lo que más cuenta, no hay ni tan siquiera perspectivas seguras.

Nosotros vemos ahora la vida de santa Clara a la luz de lo que vino después... Pero Clara, al entrar en San Damián en aquel punzante marzo de Asís, tiene sólo la esperanza. Únicamente puede contar con la promesa evangélica: «Vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Buscad su reino y estas cosas se os darán por añadidura» (Lc 12,30-31). En todo caso, puede contar sólo con otra promesa, la de Francisco, quien había predicho que el Señor las multiplicaría (TestCl). Pero en nada más puede confiar. No sabe qué será de ella, ni de su hermanita Inés que tiene consigo... Está viviendo la experiencia del «pájaro del cielo» y sabe que, en las manos de Dios, vale más que muchos pájaros (cf. Mt 6,26). Come en estas manos, día a día, como pobre. Ni tan siquiera sabe si el lugar en que se encuentra, San Damián, tendrá un porvenir: está vacío... No puede suponer que, a la vuelta de pocos meses, Dios, «por su misericordia y gracia», multiplicará el número de las alondras bajo su sol.

Por el momento, humanamente hablando, todo es oscuridad.

Como Abraham, Clara camina en la noche, sostenida sólo por la confianza inquebrantable en Aquel que es el Señor de lo imposible. «El Señor dijo a Abraham: Vete de tu país, de tu patria y de la casa de tu padre a la tierra que yo te mostraré» (Gén 12,1). Y Abraham «salió sin saber a dónde iba» (Hb 11,8).

Tampoco Clara sabe hacia dónde va. Es de noche. Mas todo se arriesga en la esperanza. «Yo miro a Yahvé, espero en el Dios de mi salvación; mi Dios me escuchará» (Miq 7,7). Y Clara está segura, más segura que en el viejo y resguardado castillo de sus familiares. Dios es fiel en sus promesas. Clara espera en su palabra


1 comentario:

  1. ODA. A LA PLANTITA.
    .



    A: Santa Clara de Asís

    16 julio 1194 -- 11 agosto 1253

    .

    .



    Era tan solo una niña

    en su delicada mano

    y aun estaba fresco el ramo

    que cambiaría a Clariña

    .

    En el milagro de marzo

    nace el amor más hermoso.

    ¡El más Puro y luminoso

    que la perfección del cuarzo!

    .

    Único amor en el mundo

    lleno de fascinación

    ¡ De mística religión

    en su sentido profundo ¡

    .

    Ya desde los catorce años

    en secreto ama a Francisco

    era tan solo un pellizco

    para subir sus peldaños

    .



    Su gozo al sufrir por Cristo

    era algo muy evidente

    y que esto es, precisamente,

    la vida de Clara, insisto.

    .

    Es la oración su alegría

    Su santuario de virtud

    santa escuela plenitud

    crear santas ¡Ho OSADIA!

    .

    Clara amaba su carisma

    y con pasión a Jesús

    la Eucaristía su Luz

    y la pobreza en si misma

    .

    La joven rica y hermosa

    no quiere estar para el pobre

    sino como El en pesebre

    y así se sintió dichosa

    .

    Su convivencia convierte

    en vida contemplativa

    para ser la siempre viva

    al momento de su muerte.

    .

    Lo que la muerte daría:

    …es otro Cristo “ Francisco ”

    Vemos desde el obelisco

    en Clara “La otra María”

    .



    .

    Dr. Rafael Merida Cruz-Lascano, OFS
    “Hombre de Maíz” 2009

    Guatemala Centro América
    Premio mundial a la trayectoria SELAE, Italia. 2011

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