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domingo, 26 de agosto de 2018

FRANCISCO, HOMBRE DE FE






FRANCISCO, HOMBRE DE FE
por Gilbert Forel, ofmcap

Con frecuencia hablamos y pensamos en el Francisco ya convertido, santo, en el que la gracia se ha posesionado de toda su persona y el Espíritu del Señor aflora a su antojo produciendo esos efectos que cautivan a cuantos contemplan al Poverello. Con menor frecuencia solemos reflexionar en el largo camino de conversión que Francisco recorrió y en su marcha por los senderos de la fe, no siempre luminosos.

Revisiones, progresos, cambios... Tales han sido, tales son todavía las palabras clave a través de las cuales la conciencia cristiana ha expresado la gran esperanza y la renovación de la Iglesia-en-Concilio. Si bien la esperanza permanece y la renovación se afianza, aparece hoy un malestar en el plano de la fe. No se sabe ya lo que es verdadero y lo que no lo es o lo es menos. Surge la pregunta: ¿En su metamorfosis conciliar, habrá perdido la fe sus cimientos? ¡De ninguna manera!, responden publicaciones cuyo número y títulos acusan la extensión del malestar más que suprimirlo: ¿Qué es necesario creer?


Esperar de Francisco la respuesta a semejante pregunta, ¿no es refugiarse en un pasado encantador y anticuado, y esquivar finalmente de forma cómoda la actual revisión? Este sería el caso, sin duda, si la fe no fuese más que una armonización de fórmulas y de dogmas a los que se prestaría su asentimiento de una vez por todas con ocasión, por ejemplo, del bautismo. De hecho, «credo» significa «yo creo», es decir, expresa un acto. Creer es reconocer, encontrar a Alguien, y amarlo. Si hacemos oposiciones al título de creyente al recibir el bautismo, ello no quiere decir que nos convirtamos en propietarios de la fe que se nos da. La fe no se posee jamás, no se adquiere jamás definitivamente. Su objeto no es un dogma o una idea sino una Persona, y nunca se acaba de escrutar el misterio que es toda persona, humana o divina.

San Francisco es considerado como el hombre que más se ha identificado con Cristo. Así se comprende que su acto de fe pueda, a pesar de los siglos que nos separan, proyectar alguna luz sobre el nuestro, a semejanza de esas estrellas, hace tiempo apagadas, que iluminan aún nuestra noche. Además, no vamos a examinar el contenido nocional de la fe del Poverello, sino sólo algunas experiencias mayores de su vida, a través de las cuales se trasparenta la andadura de una fe vivida.

Como la mayoría de nosotros, Francisco recibió muy pronto el bautismo (1 Cel 1). Bien temprano acumuló el conjunto más o menos coherente de nociones teológicas y morales que constituía el bagaje normal del buen cristiano de su época. Mas para que esta fe recibida se tornara fe vivida, Francisco tuvo que pasar tales nociones por la criba de la vida y de sus experiencias.

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